Capítulo XXXII: La cantarera
El Capitán Pescanova parece haber encontrado por fin a la mujer que puede aclararle por qué había restos de leche condensada en el cadáver de Mimosín.
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El Capitán Pescanova parece haber encontrado por fin a la mujer que puede aclararle por qué había restos de leche condensada en el cadáver de Mimosín.
Subieron al piso de arriba por unas escaleras que desembocaban en un largo pasillo. La Bella Easo guió al Capitán hasta el fondo sin dirigirle la palabra en todo el trayecto.
- Aquí es -dijo secamente cuando llegaron a la última puerta- que disfrutes.
El capitán Pescanova la vio alejarse, fustigando frenéticamente el aire con sus ramitos de espigas, mientras avanzaba de vuelta hacia las escaleras. Cuando la hubo perdido por completo de vista, llamó a la puerta.
- ¡Adelante! -contestó una voz femenina desde dentro. El Capitán entró en la estancia.
- Será sólo un momento, cariño, ponte cómodo -añadió la misma voz desde detrás de un biombo. Pescanova se sentó en un sillón y dejó que sus ojos recorrieran la habitación. Era un dormitorio realmente curioso, en el que todo, absolutamente todo era de color blanco. El techo y las paredes, el suelo, sobre el cual había una enorme piel de oso polar con la boca y los ojos muy abiertos. Los muebles, cama, mesa, sillas, lámparas. Todo, incluso las fotos que colgaban de las paredes, enmarcadas en blanco, eran de motivos completamente blancos: unos miembros del Ku Klux Klan visitando el Taj Majal, un grupo de soldados imperiales de la Guerra de las Galaxias en una tienda de electrodomésticos, Michael Jackson en Navacerrada, esquiando completamente desnudo,... Era algo que no te cansabas de mirar. Habría podido seguir observando aquel lugar durante horas, de no ser por la voz de la mujer, que interrumpió su visita ocular.
- Ahí tienes el mueble bar, sírvete lo que te apetezca...
El capitán obedeció. Por supuesto, todas las bebidas eran blancas. Estuvo dudando entre un Malibú y un vino de rueda, pero finalmente se decantó de nuevo por el güisqui, y se puso un White Label bien provisto de hielo. Acababa de verter el licor en el vaso, cuando volvió a escucharla, esta vez mucho más cerca.
- Me ha dicho un pajarito que has preguntado por mí. Eso me pone muy, muy cachonda... Vamos a ver que... pero bueno, ¡si es el capitán Pescanova!, menuda sorpresa...
- Hola, Lechera -respondió él.
Estaba tal como la recordaba, con aquella especie de traje regional pasiego y el inevitable cántaro en la cabeza. Hacía más de diez años que no la veía, pero seguía tan guapa como siempre. El Capitán la había conocido en su época de marino. Ella trabajaba en un Club de alterne de uno de los puertos que más frecuentaba. Desde la primera vez que estuvo con ella, ya no pudo pensar en otra. Le volvían loco su cuerpo, su voz y aquella demencial costumbre suya de ir construyendo castillos en el aire sin importarle que invariablemente se vinieran abajo una y otra vez.
- ¿Sabes lo que vamos a hacer para celebrar este reencuentro? -empezó ella, mientras se ponía en cuclillas delante de él- primero, abriré la bragueta de tu pantalón, cuando la haya abierto, sacaré ese pequeño anzuelo para pescar sardinas que tienes ahí dentro, cuando esté fuera, me aplicaré con él hasta que se convierta en un arpón de ballenas. En el instante que eso suceda, me tumbaré en la cama. Y tú me demostrarás que sigues siendo el más hábil arponero de este lado del Atlántico.
- No, no, espera, Lechera, verás, yo...
- ¿Tú? ¿tú qué? Ah, ya sé, te apetece algo un poco más especial. No se hable más ¿Quieres que llene la bañera de yogur de vainilla?... ¡oye!, ¿y si te unto con leche condensada? Sí, eso es... primero, echaré un chorro bien generoso, después, cuando haya dado cuenta con mi lengua de esa primera ración, pasaremos al segundo plato...
- No, en serio, para, Lechera, verás, yo no... oh, dios...
El Capitán no pudo seguir porque mientras intentaba armar un discurso coherente, ella ya había empezado a poner en práctica todas aquellas técnicas de las que estaba hablando. Él intentó detenerla, pero su fuerza de voluntad no era tan grande, y acabó abandonándose al placer. Un placer, que, por cierto, duró mucho menos de lo que le hubiera gustado.
- ¿Ya? -exclamó ella mientras se relamía- Ay, Pescanova, sigues igual de ansioso que siempre... Bueno, cuéntame, -añadió levantándose de nuevo y volviéndose a meter tras el biombo- ¿aún tienes una mujer en cada puerto?
- Sabes que nunca hubo nadie aparte de ti.
- Vamos, capitán, eso me decíais todos para que os hiciera precio...
- En mi caso era verdad...
- Sí, claro... En fin, dime, ¿cómo va el tema de la marinería?
- Ya no soy marino. Lo dejé.
- ¿Ah, sí?, ¿y a qué te dedicas ahora?
- Soy policía.
La Lechera se asomó desde el biombo, mirándole incrédula.
- ¿Poli? ¿tú? ¿en serio? No te pega nada. ¿Y en qué departamento estás? No me lo digas, te dedicas a detectar movimientos sospechosos en las casas de putas.
- Trabajo en homicidios. Y ahora mismo estoy investigando un asesinato.
- ¿Asesinato? Oye, pues eso no es ninguna tontería -La Lechera no parecía estar tomándose demasiado en serio la conversación. Empotrado en una de las paredes de la habitación, había un pequeño lavabo, y ella había empezado a lavarse los dientes. Con pasta de dientes sabor leche condensada, por cierto. Al capitán Pescanova le estaba empezando a incomodar aquella actitud irónica y decidió ir directo al grano.
- El asesinato de Mimosín -dijo.
A ella casi se le cae el cántaro al suelo al escuchar eso. Se dio la vuelta lentamente y le miró muy seria.
- ¿Qué has dicho?
- Hace algo más de diez días encontraron su cadáver. Y sé que la noche que le mataron estuviste con él.
- ¿Yo?... ¿po... por qué dices eso? Yo no sabía nada.
- Había restos de leche condensada en su cuerpo.
- Bueno... ¿y qué?, igual el osito era fan del dulce de leche... yo no soy la única que...
- Lechera, preferiría que fueras sincera. No me gustaría tener que interrogarte por las malas. Bueno, la verdad es que sí que me gustaría, pero prefiero no hacerlo.
La lechera se sentó sobre la cama. Tenía los ojos humedecidos.
- No sabía que le hubieran matado. Debió ser después de que yo le viera. Me habían contratado para una fiesta. A mí y a un montón de chicas más.
- ¿Dónde era la fiesta?
- No lo sé. Era una gran mansión, pero no tengo ni idea de dónde estaba. Nos llevaron en un coche, con los ojos vendados.
- ¿Quién la organizaba?
- ¿La fiesta? Ni idea. Algún pez gordo, seguro, pero a nosotras desde luego, no se molestaron en decírnoslo. Era un rollo Eyes Wide Shut. Había mucha gente, pero todos llevaban máscaras y antifaces. Las chicas teníamos que pasearnos completamente desnudas entre la gente y acceder a cualquier cosa que nos pidieran que hiciésemos. Te ahorraré detalles, pero te aseguro que el porcentaje de degenerados por metro cuadrado que había allí era más que alto. Hasta las 5 de la mañana no conseguí escabullirme. Estaba molida. Encontré unas escaleras que bajaban al piso de abajo y bajé por ellas hasta una especie de bodega con varios compartimentos. En uno de ellos, tirado en el suelo, estaba él. Lo reconozco, siempre he sentido debilidad por los ositos de peluche. Estaba semi inconsciente, debía de haberse metido algo fuerte. De vez en cuando, balbuceaba alguna palabra. Yo le cogí en mis brazos y traté de reanimarle, pero no había forma. Como siempre llevo encima un tubo de leche condensada, le di un poco. Fue lo único que se me ocurrió. Ya sabes que es mano de santo... Y entonces, de repente, escuché voces y me asusté. Le tendí de nuevo en el suelo y volví a subir tan rápido como pude. Afortunadamente, no me pillaron. Bueno, no me pillaron los de abajo, porque los de arriba, en cuanto me vieron aparecer, se abalanzaron sobre mí y...
- Vale, vale, no necesito saber más, sólo dime, ¿quién te contrató para la fiesta? -le interrumpió Pescanova.
La lechera empezó a lloriquear.
- No puedo, de verdad, no puedo decirte eso... Si te lo digo, tú se lo contarás a alguien, ese alguien se lo podría contar a otro alguien y ese otro alguien podría enterarse de quién te dio el soplo y entonces yo me meteré en un lío de verdad...
- Lechera, si te llevo a la comisaría sí que se enterarán seguro. Es mejor que me lo digas aquí y ahora. Te prometo que nadie sabrá que has sido tú.
- De acuerdo... Fue el Conejito -suspiró ella-. Cuando se trata de conseguir chicas para lo que sea, él es quien tiene el monopolio.
- Muy bien, haré una visita a ese conejito. Y tranquila, no se enterará de donde ha salido la información.
- Si de verdad alguna vez me has querido tanto como dices, espero que cumplas tu palabra, capitán.
- Adiós, Lechera. Me ha gustado volver a verte.
Ella no contestó. Se quedó sentada en la cama mirando al vacío. Al salir, al capitán le pareció oír que volvía a llorar.
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