Capítulo XXIX: El polista
A las 2 y cuarto, vio como llegaba en su flamante deportivo, abría el acceso al garaje con un mando a distancia y entraba en la vivienda. Mister Proper aguardó hasta el último momento y justo antes de que la puerta se cerrase, se coló sigilosamente en la casa.
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El camello le dice a Mister Proper que si quiere averiguar más sobre la muerte de Mimosín, vuelva a casa del cocodrilo de Lacoste. Pero le advierte al mismo tiempo que se está metiendo en un terreno muy peligroso.
Al llegar a la altura de la casa del cocodrilo, Mister Proper le dijo al taxista que pasara de largo. Unos metros más allá, cuando se había asegurado que la habían perdido de vista, le pidió que detuviera el vehículo. Afortunadamente, a aquellas horas no había nadie en las calles de la urbanización. Amparándose en la oscuridad, se acercó sigilosamente hasta el chalet. Todo parecía tranquilo. Eran ya las 2 de la mañana y se imaginó que el lagarto habría salido, así que se sentó en la acera pensando que le tocaría esperar un buen rato. Pero se equivocó. A las 2 y cuarto, vio como llegaba en su flamante deportivo, abría el acceso al garaje con un mando a distancia y entraba en la vivienda. Mister Proper aguardó hasta el último momento y justo antes de que la puerta se cerrase, se coló sigilosamente en la casa. Lacoste salió del vehículo y reptó por las escaleras que unían el aparcamiento con el primer piso. Mister Proper se dispuso a seguirle, pero nada más pisar el primer escalón, escuchó un alarido desgarrador. Subió corriendo de puntillas el resto de los escalones, que llegaban hasta una puerta que se había quedado entreabierta. Se asomó disimuladamente y contempló un espectáculo dantesco. Tendido sobre la alfombra del salón, completamente desnudo, yacía el compañero sentimental del reptil, Ralph, el jugador de polo. Su cuerpo estaba completamente cubierto de sangre y su cara desfigurada, pero era él, no había duda. Estaba tumbado boca abajo, con el culo en pompa y su mazo, aquel martillo alargado de madera con el que golpean la pelotita los polistas, sobresalía por su trasero. Le habían empalado con él. Y no parecía que hubieran utilizado ningún tipo de lubricante. El cocodrilo lloraba amargamente sin dejar de preguntar por qué, por qué. A pesar del odio que le había empezado a profesar en las últimas horas, Mister Proper no pudo menos que sentir cierta lástima. Estaba a punto de decir algo para consolarle, cuando escuchó pasos. Alguien se acercaba desde el otro lado del salón. Alarmado, tratando de no hacer ruido, empujó suavemente la puerta hasta cerrarla casi por completo, dejando sólo una rendija, y se ocultó tras ella.
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