Capítulo XVIII: La abuela
Se escucharon unos pasos dentro y luego unos cerrojos que se corrían. Una anciana de aspecto jovial, vestida con una especie de traje regional montañés, abrió la portezuela. Su primera reacción al ver al Capitán no fue precisamente de alegría.
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Nos encontramos en Marketinia, una ciudad habitada exclusivamente por logotipos publicitarios y personajes de los anuncios. Nuestra historia comienza el día en que la policía encuentra el cadáver de Mimosín, el osito del suavizante. Parece haber sido asesinado. Y de forma no demasiado suave. El Capitán Pescanova, un exmarino reciclado a poli, es el oficial a cargo del caso. Sus primeras indagaciones no son muy prometedoras. Tras descartar de momento al desconsolado novio del peluche, Mister proper, y a su aparentemente aún más desconsolado ex, el Gigante verde, el Capitán habla con el forense que realiza la autopsia, el mayordomo de Tenn, que le da una pista interesante: en el cuerpo de Mimosín había restos de leche condensada. Ahora, Pescanova viaja hacia el norte de Marketinia para investigar esa pista.
Siguiendo las instrucciones de la Vaca de Milka, el Capitán Pescanova encontró la casa. Aparcó el coche y caminó tranquilamente hacia ella.
Llamó con los nudillos y esperó. Se escucharon unos pasos dentro y luego unos cerrojos que se corrían. Una anciana de aspecto jovial, vestida con una especie de traje regional montañés, abrió la portezuela. Su primera reacción al ver al Capitán no fue precisamente de alegría, pero luego pareció pensárselo mejor y disimuló su disgusto con una radiante sonrisa de esas que sólo te salen tras años de dedicación a la publicidad.
- ¡Pero buenu, mira tú quien está aquí! Nada menos que el Comandante Pescanova.
- Menos guasa, abuela, ya sabe que nunca he pasado de Capitán.
- No será por falta de meritus, bien lo sabe Dios...
- Bueno, qué -suspiró Pescanova- ¿me vas a invitar a pasar o no?
- Por supuestu, por supuestu, haga el favor...
El capitán entró en la vivienda. Era la típica casona de aldea asturiana, con paredes de piedra y techo de vigas de madera. La decoración, sumamente sobria, con ese tipo de muebles de pueblo que imponen respeto de puro mazacotes. Al fondo, en una chimenea bien provista de leña, se veía un puchero humeante del que provenía un delicioso olor a guiso cocinándose a fuego lento.
- Le ofrecería una fabada, pero aún es prontu para eso. ¿Le apetece un café? Tendrá que ser de pote, claro.
- Venga abuela, que ya nos conocemos. Sé perfectamente que toda esta casa no es más que un decorado y que detrás de esa pared de piedra hay una cocina de última generación con unos electrodomésticos cojonudos. Tráeme un Nespresso de esos con fuerte carácter, aroma intenso y una sutil nota afrutada y déjate de gilipolleces.
La vieja alzó las cejas con resignación y abrió una puerta falsa disimulada entre las piedras.
- ¿Sabe, comandante? -le dijo- me caía usted mejor cuando se dedicaba al contrabandu.
- De eso hace ya mucho tiempo, abuela -contestó él, sacando su pipa. Antes de entrar en el cuerpo de policía, en esos primeros tiempos de Marketinia en los que casi nadie sabía muy bien qué hacer, y en la ciudad escaseaba todo, el Capitán había aprovechado sus contactos en el mundo de la marina mercante para encargar y revender artículos de estraperlo-. Los errores del pasado están ya hundidos en el fondo del mar. Ahora soy policía y estoy aquí para investigar un asesinato.
- ¿A... asesinatu ha dicho? Dios benditu. ¿Y yo que tengo que ver en esu...?
- Verá, sospecho de cierta chica...
- Mire comandante, igual que usted dejó la marinería, yo también cerré mi casa de putes hace tiempu -replicó la vieja, que también se había dedicado a ciertas actividades ilegales en la misma época que Pescanova-. No tengo nada que ver con la prostitución, se lo juro por la Virgen de Covadonga.
- Venga ya, abuela, puede que ya no ejerzas de Madame, pero seguro que aún mantienes contactos con el mundillo. Eso nunca se pierde.
- Estoy tan limpia como mis enaguas, comandante, lo prometu.
- Te lo advierto abuela, no me hagas sacar tu ficha. Ni tú ni tu ropa interior habéis sido nunca un ejemplo de pulcritud. Vale que hayas abandonado tu carrera de proxeneta, pero lo que los dos sabemos es que sigues siendo una de las mayores falsificadoras del país. ¿O es que acaso vas a negar que aún continúas vendiendo judías enlatadas como si fueran recién hechas?
- Las fabes recién hechas están sobrevaloradas. La lata les da un saborcillo especial... Bueno, vale, de acuerdu... -se rindió la abuela al ver que él no mudaba su gesto- ¿qué es lo que quiere saber?
- Leche condensada...
A la anciana no le gustaron nada esas palabras. Se quedó por unos instantes mirando al suelo mientras negaba con la cabeza.
- No, no, no... No se donde está ella, se lo juro, -dijo por fin- hace tiempu que no la veu... Además, ella es buena chica, de verdad. No me puedu creer que tenga nada que ver en eso del asesinato...
-Yo tampoco creo que esté directamente implicada. Pero de todos modos necesito habar con ella. Aunque no sepas en qué casa trabaja ahora, seguro que recuerdas a sus clientes más asiduos. Esa chica enganchaba a los hombres. Dame el nombre de alguno de esos que la elegían siempre. Es muy posible que siga colgado de nuestra común amiga. Dando con él, daré con ella.
La abuela se le quedó mirando fijamente a los ojos. Mierda. Aquel tipo no era tonto en absoluto. Puede que el cuerpo le oliera a fritanga, pero aún tenía el cerebro a pleno rendimiento.
- Está bien... El vaquero. Busque al vaquero. Él le conducirá a ella. Y ahora, vai con Dios y haga el favor de no volver.
- Gracias abuela. Ha sido un placer volver a verte -respondió el Capitán. Antes de irse, se agachó para darla un casto beso en la mejilla, pero ella se apartó muy digna. Pescanova se encogió de hombros y sin más, salió de la choza.
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