Capítulo X: La vaca
En todos los entierros le sucedía lo mismo. Le entraba la risa floja. Hombre, cuando te llamas La vaca que ríe, la gente tiende a pasarte por alto ese tipo de cosas, pero el sofocón no se lo quitaba nadie. Hace poco había leído en Internet que no era algo inusual.
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Nos encontramos en Marketinia, una ciudad habitada exclusivamente por logotipos publicitarios y personajes de los anuncios. Nuestra historia comienza el día en que la policía encuentra el cadáver de Mimosín, el osito del suavizante. Parece haber sido asesinado. Y de forma no demasiado suave. Su novio, Mister Proper, se encuentra con Beefeater, un conocido noctámbulo, al salir del depósito de cadáveres. Mister Proper le interroga pensando que tal vez le hubiera visto aquella noche, pero lo único que le dice Beefeater es algo sobre un cocodrilo. Desconcertado y destrozado, Mister Proper vuelve a su apartamento. Allí, cotilleando el Facebook de Mimosín, descubre que la noche de su muerte, había hecho planes para salir de juerga.
En todos los entierros le sucedía lo mismo. Le entraba la risa floja. Hombre, cuando te llamas La vaca que ríe, la gente tiende a pasarte por alto ese tipo de cosas, pero el sofocón no se lo quitaba nadie. Hace poco había leído en Internet que no era algo inusual. Por lo visto, en situaciones de mucha tensión dramática, los nervios pueden traicionarte y provocar en tu organismo la reacción contraria a la que pretendías. Eso es precisamente lo que le ocurría siempre a ella. Y claro, se sentía fatal. Para empeorar las cosas, este sepelio había sido especialmente triste. Pero ni siquiera la dolorosa visión de los operarios del cementerio echando tierra sobre aquel diminuto ataúd de color blanco consiguieron aplacar sus carcajadas.
Al terminar la ceremonia, hizo cola como el resto de los asistentes para dar el pésame a Mister Proper. Y cuando le llegó el turno, casi fue él quien tuvo que consolarla a ella.
- Jajajaja, lo siento de verdad... jajaja, Mister Proper, -le dijo, mientras su piel iba recorriendo toda la gama de rojos del Pantonero.
- Don Limpio, vaca, Don Limpio... Y no te preocupes -repuso él-, lo importante es que estás aquí. A él le habría encantado verte. Siempre le hacía gracia que te rieras en este tipo de momentos tan solemnes.
- ¿Tú crees?
A cierta distancia de allí, sobre una pequeña colina, oculto tras un ciprés, el Capitán Pescanova observaba la escena tratando de detectar algún movimiento sospechoso. La verdad es que el acto no había sido demasiado multitudinario: diez o doce personas en total. Bueno, personas, lo que se dice personas, no había casi ninguna. Además de la Vaca que ríe, allí estaban el corderito de Norit, el Hipopótamo de Ausonia, el león de ING, el murciélago de Bacardí, la cabra montesa de Alpino, el perrito de Scottex, el pingüino de la Editorial Penguin, la cebra de Cebralín y el Toro de Osborne. Pescanova les veía desfilar ante el viudo. Algunos le abrazaban, otros estrechaban su mano.
- Le echaremos tanto de menos... -el corderito apretó la mano de Mister Proper y le miró con los ojos humedecidos.
- Gracias por venir, corderito-, contestó él, mientras aprovechaba para acariciar su suave lana. Era casi tan suave como el pelo de su osezno, pero no, no era lo mismo.
Alpino fue el siguiente. Mister Proper cerró los ojos y aspiró su perfume. Le encantaba el olor a lápiz al que le acaban de sacar punta que desprendía siempre aquella cabra saltarina.
- Hola Alpino...
- Me caía tan bien tu novio... -respondió el muflón entre sollozos- ¿quién puede haberle hecho esto?
- A mí tampoco me cabe en la cabeza, te lo aseguro... Oye, por cierto -le dijo bajando la voz- tú estabas allí el sábado. Cuando yo me fui, ¿qué hizo el osito?
- Huy, a ver, deja que me acuerde... sí, recuerdo cuando te marchaste, muy enfadado.
- Lo estaba, sí. Ahora me arrepiento tanto...
- Pues el caso es que lo siguiente que recuerdo es al gigante muy compungido porque tu novio también había desaparecido.
- ¿Desaparecido? ¿pero, cómo...?
- Lo siento muchísimo - las condolencias del murciélago interrumpieron sus cavilaciones y le impidieron seguir especulando. Después vinieron el león, el pingüino, la cebra... Al capitán le pareció que éstos se mostraban más distantes. En cuanto al toro de Osborne, interpretó su número habitual. Se limitó a colocarse en el punto más alto del camposanto y se quedó contemplando la escena muy quieto, con los huevos colgando. El cachorrito de Scottex, por su parte, iba como siempre, arrastrando un trozo de papel higiénico que se le había enganchado en una pata.
El último de la fila era el único humano del grupo exceptuando al propio Mister Proper: el mayordomo de Tenn. El forense ya le había comentado a Pescanova que acudiría a la inhumación del osito. Por lo visto, él y el musculoso sin caspa estaban muy unidos desde la época en la que uno de ellos anunciaba productos para hacer brillar el suelo y el otro para hacer brillar la pared.
En fin, aquello no daba para mucho más. Los escasos asistentes empezaron poco a poco a retirarse discretamente. El Capitán vació su pipa, haciéndola chocar contra el tronco de una de aquellas espigadas coníferas y se dispuso a abandonar su escondite. Fue entonces cuando escuchó una voz a sus espaldas.
- Tiene que encontrarle.
Pescanova se volvió. Era el Gigante Verde.
- Tiene que encontrar al cabrón que le ha matado -el hombretón tenía los ojos enrojecidos. Debía haberse pasado las últimas cuarenta y ocho horas llorando. Pero ahora parecía tranquilo. Su mirada era gélida-. Y más le vale a ese tipo que le encuentre usted antes que yo, porque si le pillo, le juro que...
- Le encontraré, grumete, puedes estar seguro -le cortó el policía-. A mí nunca se me escapan. Puede que tenga que atravesar algún que otro océano de incertidumbre, pero siempre acabo pescando al culpable.
El gigante abrió su desproporcionada boca para contestar algo, pero finalmente no lo hizo. Se limitó a asentir con la cabeza. Luego, se dio la vuelta y se alejó sin añadir nada más. Pescanova se le quedó mirando con curiosidad hasta que le perdió de vista. El grupo del entierro también se había disuelto ya. Delante de la tumba ya no quedaba nadie. El marino aprovechó para acercarse hasta la lápida. Era una piedra sencilla de color crema. No había ninguna imagen. Tan solo un lacónico pero emotivo epitafio: "Aquí yace Mimosín. Era tan suave..."
Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.