Capítulo II: Rodolfo

Capítulo II: Rodolfo

Aquel peculiar crustáceo, ataviado con bufanda y sombrero, que le estaba atendiendo, no tenía pelo, pero sí unas pronunciadas patillas negras. Se llamaba Rodolfo Langostino y era el encargado del depósito de cadáveres.

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- De modo, que vos y este peluche eran novios... Vaya, pues créeme que lo siento, Señor Proper.

- Don Limpio...

- ¿Disculpame?

- Mister Proper era antes, ahora me llamo Don Limpio.

- Ah, bueno, si vos preferís...

Aquel peculiar crustáceo, ataviado con bufanda y sombrero, que le estaba atendiendo, no tenía pelo, pero sí unas pronunciadas patillas negras. Se llamaba Rodolfo Langostino y era el encargado del depósito de cadáveres. Había conseguido el puesto unos meses atrás, gracias a su amplia experiencia en el mundo del congelado. Él solía decir que le encantaba el trabajo porque le ayudaba a recordar que es un soplo la vida. Hacía tiempo que había abandonado su Argentina natal, pero aún conservaba buena parte del deje porteño que le legaron sus padres. Alargando la mano por encima de la camilla, le tendió el formulario oficial.

- Por lo que parece, no todos le amaban tanto como vos...

En efecto, el cuerpo de Mimosín estaba hecho un poema. Con enormes moratones y magulladuras por todas partes.

- Firmá acá, por favor -le rogó el crustáceo mientras sorbía una buena dosis de mate de uno de esos característicos recipientes bolivarianos en forma de bombilla con pajita que parecen un cenicero de los años 70. La temperatura era bastante baja en aquella sala, y estar rodeado de neveras iluminadas con luz azul no ayudaba demasiado a entrar en calor. Con mano temblorosa, Mister Proper empezó a escribir su nombre, pero mientras lo hacía, una lágrima cayó sobre el impreso, haciendo que la tinta se corriera.

- No lo entiendo, ¿pero quién ha podido hacerle algo así? -estalló entre sollozos.

Langostino retiró la hoja sin molestarse en consolarle.

- Hay tipos terribles sueltos por ahí. Che, no imaginás las cosas que he visto en este lugar.

A continuación, cerró la cremallera y volvió a introducir el cadáver en el cajón frigorífico.

Con pasos vacilantes, tratando como podía de contener el llanto, Mister Proper salió de la habitación.

Nada más abrir la puerta que daba al pasillo, percibió un aroma extraño. Como... como a barritas de merluza precocinadas. Se dio la vuelta y descubrió en el acto de donde procedía el olor.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.