Opsoesión
La estrategia de "mariano-nonismo" lleva no sólo a que su obsesión sea política, sino a transformar la política en pura obsesión. La acabamos de ver en su primer mensaje electoral. "Nadie os echa de menos", dicen en un vídeo desde el PP dirigiéndose al anterior gobierno socialista.
Obsesión es una palabra de nuestro diccionario, heredada del latín, que hace alusión a una perturbación producida por una idea fija que asalta de modo tenaz nuestra mente. La política está llena de obsesiones. En los objetivos, en los medios y en las personas. De forma habitual los seres humanos somos unos buenos receptores, y acogedores, de obsesiones. Al mismo tiempo emitimos respuestas para contrarrestar la persistencia de esas ideas centrípetas que controlan, conscientemente, nuestro comportamiento. Y, finalmente, la justificación se convierte en explicación para dar apariencia de racionalidad a nuestras creencias. Aznar protagonizó e inmortalizó a la perfección esa mezcolanza de fe y obsesiones con aquella falsa seguridad en la que afirmó en el año 2003 que sabía que Iraq tenía armas de destrucción masiva.
Las estrategias políticas y electorales han estado siempre vinculadas a las obsesiones. En los regímenes totalitarios la obsesión la impone el poder establecido por la fuerza del miedo, el control y el terror como forma de perpetuarse. En las democracias la obsesión se comparte entre quienes quieren ganar las elecciones y quienes no quieren perderlas. Lo curioso es que la obsesión de los gobiernos por no salir derrotados de los comicios es lo que suele conducirles a la pérdida del poder.
La historia reciente nos demuestra que las mentiras de Aznar tras los atentados del 11-M fueron la causa y la consecuencia de sus propias obsesiones. La sensatez de la ciudadanía en las urnas triunfó sobre la patología política del máximo responsable del Partido Popular. Después llegó Zapatero que comenzó su primera legislatura con una importante dosis de estabilidad "neuropolítica" (un concepto muy interesante impulsado, entre otros autores, por W.E. Connolly, Neuropolitics: thinking, culture, speed". Minneapolis: University of Minnesota Press, 2002). El final de su mandato se rigió, de nuevo, por las obsesiones. La principal tenía como justificación algo tan humanamente comprensible como absurdo políticamente: su obsesión por no pasar a la historia como el presidente del gobierno que pudiera protagonizar el primer rescate e intervención de España por parte de la troika y la Unión Europea. Consiguió algo bueno para él, menos malo para el país y muy desastroso para los ciudadanos y sus derechos (en éste cómputo catastrófico contamos también con las consecuencias de la inminente, evidente y previsible derrota del PSOE que iba a dejar en manos del Partido Popular la mayor cota de poder conservador en democracia).
Hoy la obsesión de Mariano Rajoy consiste en "ejecutarnos" a la perfección con las obsesiones antisociales de la derecha política y económica de España y Europa. Y lo hace obsesionado por no desgastarse, no comprometerse, no decidirse, no mojarse, no, no y no... La estrategia de "mariano-nonismo" lleva no sólo a que su obsesión sea política, sino a transformar la política en pura obsesión. Esta obcecación por el pasado del PSOE se merece una terminología propia en el ya de por sí audaz mundo de las definiciones psicopatológicas: la "opsoesión". La acabamos de ver en su primer mensaje electoral. "Nadie os echa de menos", dicen en un vídeo desde el PP dirigiéndose al anterior gobierno socialista. La justificación (explicación) de los recortes y las agresiones a los derechos ciudadanos, al empleo, la sanidad, la educación, las mujeres, los jóvenes, la justicia universal... viene de la mano de unos cajones vacíos que terminan su lamento en una rosa marchita.
No se podían haber reflejado mejor en cuarenta y ocho segundos todas las obsesiones de la derecha que dirige Rajoy, y a Rajoy. Aunque como las obsesiones tienden a volverse contra sus protagonistas, uno se imagina que esos muebles desvencijados se han grabado en la sede del Partido Popular en la calle Génova de Madrid. Allí siguen, esperando a su poderoso amo, esas cajas de caudales desnudas. Ahí están esos archivadores formateados a la nada. Al final, en la imagen de esa flor agotada por la inanición, seguro que hay una dedicatoria invisible a la cámara, en forma de SMS, para la obsesión de un amor que ya no está aunque nunca se ha ido. Dice así: "Bárcenas, nosotros, sí te echamos de menos. Tuyo, Mariano".