¿Votará mi abuela a los neoliberales sin corazón?
"A los economistas heterodoxos no hay quien os entienda... Esos jóvenes que salen en la tele hablan con gran seguridad y soltura. Pero tú lo único que me dices es que Ciudadanos son unos neoliberales sin corazón. Y añades que la frase no es tuya", me dijo ayer mi abuela.
Mi abuela me preguntó ayer si valía la pena dar su voto a "ese nuevo partido, Ciudadanos". Como no le respondí con claridad, se enfadó y me dijo lo mismo de siempre: "A los economistas heterodoxos no hay quien os entienda... Esos jóvenes que salen en la tele hablan con gran seguridad y soltura. Pero tú lo único que me dices es que Ciudadanos son unos neoliberales sin corazón. Y añades que la frase no es tuya".
Le tengo mucho cariño a mi abuela. Me contaba cuentos muy bonitos cuando era niño. Por eso me armé de paciencia y pedagogía y le dije que la política económica que propugna Ciudadanos es la misma que han aplicado hasta ahora los partidos de derechas. Con la diferencia de que ahora los partidos conservadores que se dicen liberales ni siquiera apelan a los viejos guiños democristianos de años atrás. Ahora su mensaje se basa en que el mercado es más eficiente que el Estado y por lo tanto ni siquiera se necesita el "trocito de rostro humano" que antes proporcionaban las políticas sociales públicas.
La razón es bien sencilla, le dije a mi abuela. La crisis ha servido de excusa para recortar la financiación de las políticas sociales y limitar el impacto de las iniciativas en favor de la igualdad de oportunidades. A este paso solo nos quedará un Estado represor, con presencia internacional cuando se requiera su apoyo bélico para seguir favoreciendo el desarrollo de la industria armamentística. "Eso sí lo entiendo", respondió ella.
Lo que propone Ciudadanos es la misma política económica que ha agravado la crisis y las desigualdades en España y Europa, con la ayuda de los actuales gobiernos y del Banco Central Europeo. Aunque su programa parece novedoso, se basa en la misma estrategia que ha fulminado las políticas públicas de carácter social. Simultáneamente, y sin que sea una paradoja, esa misma política económica ha contribuido a fortalecer la acumulación privada en manos de una minoría cada vez más controlada por los intereses del sector financiero. Y admitir o no cuestionar esa situación, le expliqué, es como pedir más Estado para mantener bajo control a la ciudadanía y mucho menos Estado para recaudar y utilizar el gasto público en beneficio de la reducción de las desigualdades.
Pero los nuevos políticos defienden la igualdad de oportunidades, alegó mi abuela. Y admití que llevaba razón, porque ningún político sensato defendería lo contrario... Aunque para hacer realidad esa idea, los programas y las palabras no son suficientes. Se necesita desarrollar instrumentos legislativos y presupuestarios que estimulen realmente el objetivo de facilitar la igualdad de oportunidades.
Lamentablemente, añadí, los ejemplos de los últimos años en sanidad y educación han ido en el sentido contrario. Y nada hace presagiar que las promesas de la nueva derecha puedan cambiar el rumbo. Menos aún si su "trozo de corazoncito" se ha desintegrado con las dosis crecientes de austeridad perpetradas en los últimos años. Y todavía menos si sus líderes están rebosantes de éxito y piensan que los demás disfrutarán de las mismas oportunidades "de manera natural", porque así funciona el sistema. Porque no se necesita que ningún poder público regule los mercados y sus imperfecciones, ni limite la lógica financiera que ha forjado valores universalizados y comportamientos hegemónicos en la gestión política.
Pero mi abuela no se daba por vencida. "Dices eso", replicó, "por los escándalos bancarios y porque no confías en las previsiones del gobierno ni crees que estemos saliendo de la crisis". Entonces me vi obligado a recordarle cuántas veces los organismos nacionales e internacionales se equivocan y cambian sus previsiones económicas, corrigiendo décimas de crecimiento arriba o abajo para intentar adaptarlas a la tozuda realidad.
Es más, abuela, le dije: Para qué servirá el crecimiento económico que nos anuncian si después de las elecciones nos endosarán más políticas antisociales y las crisis seguirán sucediéndose como la lluvia en primavera. Para qué nos vale ese crecimiento si no ayuda a que las personas vivan mejor, encuentren trabajo, tengan más cultura y estén contentas con quienes gobiernan... ¿Piensas que Ciudadanos va a mejorar algo más que los indicadores macroeconómicos, aplicando las mismas políticas que nos han hundido?, afirmé, preguntando.
No lo sé, me respondió con aparente confusión. Y añadió: por una parte, dan ganas de votar a cualquier "cosa nueva", porque la democracia lo hace posible y lo que tenemos ahora huele demasiado a podrido. Por otra, acudir a votar parece un acto de fe, dado que los políticos solo rinden cuentas mucho tiempo después de ser elegidos, y a menudo lo hacen forzados por los tribunales y con retrasos que hacen olvidar lo que prometieron, cómo se comportaron e incluso qué partido los apadrinaba antes de renegar de ellos.
¿Tú crees que puede suceder lo mismo con estos nuevos jóvenes políticos?, me preguntó, casi afirmando. Y como, por respeto, no pude responder con los escasos caracteres que permite un tweet, inventé una excusa para despedirme de ella... antes de que arremetiera otra vez contra mi forma "tan poco ortodoxa" de interpretar la realidad económica, política y social que nos rodea.