La izquierda, que no coma izquierda
Los guardianes de la ortodoxia no han conseguido crear una cultura de izquierdas alternativa y fuerte en los 35 años de democracia reciente. Nada ha conseguido disputarle la hegemonía cultural al pactismo olvidadizo de la transición ni a una democracia representativa con tendencias corporativas.
Si Pablo Iglesias encendió su ordenador al llegar a casa por la noche después de presentar la plataforma Podemos, una iniciativa de la izquierda alternativa para las próximas elecciones europeas, seguramente pudo leer los comentarios destructivos que algunos puristas de la izquierda española le dedicaban en la red. Bien pudo pensar en George Orwell, el escritor y periodista británico, que después de estar en la guerra civil contó en su libro Homenaje a Cataluña (1938) cómo los comunistas del PCE se agarraban a tiros con los trotskistas del POUM y los anarquistas de la FAI-CNT. O bien pudo pensar también en el escritor Albert Camus, que no sólo fumaba tanto como Orwell, sino que también decía lo que le daba la gana y por eso muchos intelectuales más cercanos al comunismo, como Sartre, trataron de despellejarlo cuando comenzó a criticar a la URSS. Y es que la izquierda, a veces, come izquierda.
A mí de Podemos me gusta Pablo Iglesias, que a veces parece un poco sabelotodo, pero que ha sido capaz de ir a las tertulias a de-construir los mantras de la derecha española, que a fuerza de ser repetidos, se quedan grabados en la mente de tanta gente. Se trata de disputar la hegemonía, que diría Gramsci. Y él lo hace, con eficacia, en la misma jeta de la derecha más rancia.
De Podemos también sigo con cierto interés al filósofo Santiago Alba Rico, uno de los firmantes de su manifiesto. Tuve la oportunidad de escucharlo en una estupenda conferencia que dio en unas jornadas organizadas por la Red Canaria por los Derechos Humanos en Colombia, en La Laguna, Tenerife. El otro día leía por la red a algunos ortodoxos de la revolución mundial que decían que Santiago Alba era un infiltrado del imperialismo por haber estado contra Gadafi y Bashar Al-Assad en los conflictos de Libia y Siria. Pero cualquiera que le haya escuchado o haya leído alguno de sus escritos, sabe que eso es una idiotez.
En ningún sitio como la izquierda tantos laicos han sido tan talibanes. Ni tanto revolucionario ha sido tan conservador, tan guardián de esencias tan esenciales que nunca nadie las vio. Pero yo creo que por fin empieza a haber una izquierda que disfruta de su pluralidad ecologista, feminista, anarquista, socialista, etc. La izquierda es tan contradictoria como la propia vida: unos te caen bien y otros mal, unos días pensamos una cosa sobre algo y otros días otra. Unos días somos así y otros cambiamos, porque algo nuevo se nos despertó adentro. A mí me pasó, que transitaba por la vida convencido de las bondades incomparables del pragmatismo socialdemócrata hasta que la crisis me desbarató el pensamiento político y cambió mi forma de ver las cosas.
Los guardianes de la ortodoxia no han conseguido crear una cultura de izquierdas alternativa y fuerte en los 35 años de democracia reciente. Nada a la izquierda del PSOE, tampoco IU, ha existido con fuerza en el conjunto del Estado como para conseguir aglutinar muchos más votos que los de los adeptos más adeptos y los de quienes deciden darse un tiempo con los socialistas. Nada ha conseguido disputarle la hegemonía cultural al pactismo olvidadizo de la transición ni a una democracia representativa con tendencias corporativas.
Y aquí el papel del PCE también ha sido disfuncional, con una cultura política tan jerárquica como cualquier otro partido tradicional, jugando a aglutinar a las nuevas izquierdas, pero siempre que fuera bajo su mando. Que ha amagado con ser rupturista, pero ha participado como cualquier otro en el consejo de administración de CajaMadrid. Todos somos contradictorios, todos...
Quizá Podemos sea una alternativa o quizá se disuelva como una aspirina. La gente dirá. Pero escuchándolos el otro día me dio la sensación de que lo que hacían era bueno, de que allí había algo de esa radicalidad democrática que buscaban los que salieron el 15-M, de todos aquellos que se han acercado a cosas que le son nuevas, como la discusión o la asamblea, porque se abrieron las fronteras y ya no hay nadie que dé los pasaportes de buenos revolucionarios.
Algunos sábados de esta emigración ecuatoriana me voy a comer encebollado de atún con mi colega Carlos, que casi siempre dice cosas interesantes que me dejan pensando: "Hay que olvidarse un poco de ese esencialismo de izquierdas ahora: el problema en este momento es de gobernanza, de esa minoría que tiene todo el poder y de esa mayoría que no tenemos casi ninguno. Eso es a lo que hay que darle la vuelta".