De algo hay que morirse
Toda sociedad desarrollada como la nuestra se vuelve hedonista y miedosa, todo tiene que estar controlado, asegurado y satisfactorio, no cabe el riesgo. Por eso mismo, el sector seguros está boyante. Lo que en realidad debería decir la OMS es eso de que "vivir provoca un 100% de mortalidad".
Foto: EFE
Debo reconocer que la OMS me inquieta. Por unas u otras cosas, nos tiene siempre en vilo. Desde la nefasta gestión de la gripe A, tiene la misma credibilidad que el cuñado de Aznar. La última, la crisis del beicon y la posibilidad de que si nos comemos aviesamente un trozo de lacón entre tanto grelo podríamos tener papeletas para sufrir un cáncer de colon es, cuando menos, inquietante. El titular es terrible; carne roja igual a cáncer, mi querido chuletón de Avila o de Berriz, el villagodio de buey, el solomillo a la pimienta o al cabrales son equiparables a un cartón de tabaco o al peligroso amianto. No me lo puedo creer, no sin tener en cuenta que el cáncer es multifactorial, o cuáles son las cantidades de carne que ingerir y durante cuánto tiempo, o los tipos. Porque no todo es lo mismo.
Los que trabajamos con niños sufrimos a un colectivo muy sensible y alarmista que se toma estas cosas muy a pecho, nunca mejor dicho. Las mamás y papás de lactantes viven a veces estas situaciones de manera exagerada e incluso histriónica en aras de una súper-protección de su camada. Normal, ya que es la infancia la que más sufre de esos tipos de alimentos elaborados, como el mal llamado jamón de york, que de jamón no tiene nada, o salchichas de dios sabe qué, nuggets, medallones y figuritas de carne o pescado. Todo lo que sea con tal de que no se parezca al jamón, a los filetes o a un pez.
Toda sociedad desarrollada como la nuestra se vuelve hedonista y miedosa, todo tiene que estar controlado, asegurado y satisfactorio, no cabe el riesgo. Por eso mismo, el sector seguros está boyante. Y no digamos nada de los seguros de salud, que viven su época dorada y ofertan tests y diagnósticos que aseguran que no se pondrá malo el niño o que se detectarán enfermedades antes incluso de que se produzcan. Y eso vende mucho.
Todo tiene que tener una solución, la sociedad se medicaliza y requiere con la exigencia del derecho a la salud que todo tenga solución y un remedio adecuado. Los servicios de salud se hipertrofian y pasan a un primer plano en la vida diaria de la crianza, y cualquier variación de la normalidad es vivida como si de una enfermedad se tratara, necesita su control y su medicación o, en su defecto, el placebo que una mano complaciente les ofrecerá.
Muchos podrían ser los ejemplos, pero ya que hemos comenzado con el beicon, podríamos seguir con los alimentos que curan enfermedades imaginarias, los biológicos sin riesgo de intolerancia -aunque no haya tal intolerancia- o hipoalergénicos, para no entrar en contacto con el temido gluten, aunque la barra de pan nos siente bien. También están los que son bajos en colesterol. O incluso los que ayudan a reducirlo, sin darse cuenta que el colesterol muy bajo también podría ser un riesgo de cáncer. Menos mal que son un engaño, que si de verdad lo bajaran, tendríamos más de un problema. Os recuerdo que la leche de madre es grasa pura, y que el cerebro es colesterol con forma de neurona.
¿Son dichos del pasado? Mi generación es esa que cuando nuestras madres y abuelas veían al niño lleno de granos los juntaban a dormir con los hermanos en la misma habitación y llamaban a primos y vecinos para que pasaran la varicela. Y puesto que era una enfermedad banal que había que pasar y no se le temía, se pasaba pronto y te quitabas el asunto de faltar al colegio, que era el mayor problema. Ahora, la varicela se ha convertido en una enfermedad temida con un 0,02% de complicaciones, sobre todo en el adulto, pero que ha sufrido la ley seca. Una vacuna que se pone en calendario gratuito en algunas comunidades con tal de llevar la contraria al Gobierno de la nación del partido contrario. Se crea la necesidad y luego se quita, con lo que padres y madres se lanzan al estraperlo y al contrabando en Andorra -como los Puyol- o en Portugal para traer de soslayo dosis para vacunar a sus hijos de una enfermedad que podría diezmar a la población infantil o iniciar una crisis similar al Walking dead en la próxima temporada.
Algo parecido estamos viviendo en estos días con la vacuna del meningococo B, una vacuna que ha pasado de ser de diagnóstico hospitalario y solo para casos indicados, a ser de venta libre en farmacias por estar en época preelectoral y por la presión de padres y pediatras afines y acríticos. Pocos casos registrados (164 el año pasado en España, más o menos los mismos que los premios gordos de la primitiva) para una enfermedad conocida desde siempre, una vacuna que sale al mercado en fase 3, sin estudios clínicos que la avalen, solo con proyecciones estadísticas y con muchas preguntas por responder. Y los padres, hartos de ir a Portugal o Andorra a buscarla, celebran que esté de venta en farmacias. Eso sí, a cuatrocientos euros la vacunación, cuando en Inglaterra está a cien euros al cambio -aunque eso es otro debate, el de cómo los gobiernos negocian con las farmacéuticas). Cuatro dosis de momento si no hay que poner luego algún recuerdo, que todavía no se sabe.
No se admiten riesgos. Todo debe estar asegurado. Se esteriliza el chupete del bebé para que no toque ningún germen. Biberones y vajilla sufren el mismo trato. Los mocos se intentan quitar todos, no sea que viajen al pecho, o a oídos, o vaya usted a saber. Sillas anatómicas hasta los doce años para que el niño no se mueva en el coche. Sistemas de videovigilancia para escuchar y ver mientras duerme, apps que le controlan la temperatura y los latidos de su coranzoncito. Y más...
La OMS debería decir eso de que "vivir provoca un 100% de mortalidad".