Esclavas de su collar
Desde hace décadas, las "mujeres jirafa" representan como nadie la tiranía del turismo y de un gobierno sin escrúpulos, encarceladas en un campo de refugiados maquillado de poblado tradicional. El negocio no se para por nada ni por nadie: casi 10.000 turistas lo visitaron a lo largo del año pasado.
Una importante agencia de viajes española promociona así un viaje organizado a Tailandia. Mientras tanto, organizaciones como ACNUR suplican el boicot del turismo a este "zoo humano".
Desde hace décadas, estas mujeres representan como nadie la tiranía del turismo y de un gobierno sin escrúpulos, encarceladas en un campo de refugiados maquillado de poblado tradicional. El negocio no se para por nada ni por nadie; las cifras no descendieron ni durante la Rebelión Azafrán birmana: casi 10.000 turistas lo visitaron a lo largo del año pasado.
Llegar a Ban Nai Soi es parte de la aventura tribal. Una carretera perfectamente asfaltada atraviesa campos de arroz y valles espectaculares durante más de 30 kilómetros y, durante los últimos dos y medio, un camino de cabras, para que el turista se sienta más intrépido.
A la entrada de Ban Nai Soi, un control militar y una barrera. En línea recta, a un par de kilómetros, está Ban Kwai Nai Soi, un campo de refugiados en el que sobreviven más de 10.000 birmanos que no pueden salir del recinto sin autorización policial, no tienen tarjeta identificativa ni permiso de trabajo, y tampoco pueden cultivar la tierra. En total, más de 150.000 personas habitan los campos de refugiados que salpican la frontera birmano-tailandesa, y más de dos millones de birmanos y birmanas indocumentados trabajan, en su mayoría explotados, en Tailandia.
A la izquierda del control militar, una caseta de una asociación cultural kareni que nadie sabe cómo localizar y que, en teoría, gestiona entre los habitantes del zoo turístico los 5 euros de cada entrada. Y, a un centenar de metros, empieza el espectáculo: 300 personas sin permiso para salir, prisioneras del turismo y de su propia tradición.
La mayoría, las "mujeres jirafa" birmanas, las "cuello largo" y sus familias. La minoría, aisladas al final del recinto, cuyos lóbulos lucen pendientes y agujeros enormes pero menos espectaculares que los collares de sus vecinas.
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"Esto es lo más auténtico que hemos visto en Tailandia, míralas, tan felices, tan coquetas, en su choza, sin el estrés de la ciudad, sin complicaciones... increíble", comenta un turista español mientras fotografía a su pareja junto a una kayan. El turismo español se ha ganado en los últimos años el triste honor de liderar holgadamente el número de visitantes a este campo de refugiados. Le siguen en el pódium franceses y belgas.
"No sabíamos que estaban encerradas... ¿Alguien visitaría a mujeres africanas a las que les han mutilado el clítoris? ¿Y a mujeres chinascon pies diminutos, supuestamente estilizados a base de fracturas y vendajes? Si venimos y pagamos, la tradición continuará. Si no, quién sabe qué les pasará...", me explica una jovencísima pareja de mochileros canadienses.
"Te he visto jugando a bádminton, ¿no te duele? ¿Puedes girar la cabeza?", le pregunta una turista japonesa a Ma Jon, de 25 años. "No duele, ya estoy acostumbrada... Y puedo hacer vida totalmente normal", responde en un inglés perfecto. Ma Jon, que habla con soltura más de diez idiomas, lleva el collar desde los cinco años, una sola pieza de bronce enroscada en espiral que, al contrario de lo que parece, no separa sus vértebras.
El peso del metal, de hasta 10 kilos en las mujeres ancianas, presiona sus clavículas, hundiendo la caja torácica mientras la rígidez de la estructura mantiene erguidos el cuello y la mandíbula. Un efecto óptico que se paga con intensos y permanentes dolores cervicales y llagas que, en ocasiones, las obligan a quitárselo unos días durante los cuales, a causa de la atrofia muscular, deben evitar hasta el más mínimo movimiento brusco.
Mu Ya camina despacio, alejada de la calle turística. Hace unos días se quitó el collar y espera que las llagas que esconde bajo un pañuelo cicatricen para volver a trabajar y sentirse bonita. El calor sofocante y la humedad ambiental no ayudan.
"A veces, el collar duele. Con pañuelos de algodón intentas que el metal no te provoque pequeñas heridas, porque luego con el sudor se infectan... Pero, sin el collar, la piel está muy fea, pálida, y los turistas no se acercan a hacer fotos ni a comprar, pasan de largo como si fueras un hombre kayan, nada interesante", bromea.
La rutina de los hombres en Ban Nai Soi, ignorados por los turistas y encerrados en la misma jaula de cristal, "es muy sencilla", explica el veinteañero Maing. "No hacemos nada, sólo charlar y beber, té durante el día, y cerveza, whisky o lo que sea, por la tarde".
El origen de estos llamativos ornamentos no está claro: una leyenda explica que llevan los aros para honrar a sus antecesores, un hombre-ángel y un dragón de cuello dorado; otra, que se coloca para proteger a las mujeres de los ataques de los tigres; una tercera asegura que el collar las hacía menos atractivas a los hombres de tribus vecinas.
La leyenda cuenta también que, antiguamente, solamente se colocaba el collar a las nacidas los miércoles de luna llena. Pero en la historia kayan, un subgrupo de la minoría étnica kareni, no hay documentos conservados que puedan aclarar la cuestión y, desde que viven por y para el turismo, las niñas tienen pocas opciones. Está en juego el sustento de toda la familia, un saco de arroz, aceite y un salario de 35 euros al mes más lo que ingresen por vender a los turistas telas, postales o espirales de bronce.
En Birmania, en cambio, la tradición casi ha desaparecido. En los sesenta, el Gobierno prohibió a las kayan sus collares, a las kayas sus pendientes, y a las chin sus tatuajes faciales, muestras todas ellas, según la dictadura militar birmana, de subdesarrollo histórico y cultural. Actualmente sólo quedan algunas kayan de "cuello largo" en el turístico lago Inle, explotadas y expuestas como objetos decorativos en tiendas de souvenirs.
Ban Nai Soi tiene una escuela dirigida y gestionada por sus habitantes: "La única vía de escape, la única ruptura con la monotonía de los niños y de todos los que nos turnamos como profesores para jugar con ellos y enseñarles historia, matemáticas y, sobre todo, idiomas", explica Mu Mu Nan, una joven kayan.
Ban Nai Soi no tiene agua corriente, ni tendido eléctrico, ni casas de ladrillo. El Gobierno tailandés prefiere mantenerlo como un "poblado tradicional", y muy pocos de los turistas que lo visitan conocen la situación de este singular campo de refugiados.
Ma Nang, de 58 años, se presenta a los españoles como "Mariana" y carga ocho kilogramos de bronce sobre sus hombros. Ante preguntas sobre su país, responde en castellano: "Birmania mucho problema, nunca solucionar, cincuenta años atrás problema, diez años atrás problema, año pasado problema grande, yo muy bien aquí; si turista aquí, gusta estar aquí".
Ma Pa, de 44 años, añade en inglés: "Si algún día Birmania es libre, querríamos volver a casa. Pero todo está minado y no podremos cultivar nuestra tierra. ¿Qué futuro nos esperaría? Al menos aquí, mientras haya turismo, todo irá bien".
Pero un par de obstáculos amenazan su futuro. Por un lado, la reciente apertura de otro "poblado tradicional" en Chang Mai, más pequeño pero más cerca de Bangkok. "Nos está afectando muy negativamente", explica Jean, un empresario del sector turístico tailandés. "El día que no nos den dinero, ¿para qué las querremos? Será el momento de que se larguen de aquí, mi país ya tiene bastantes problemas políticos y sociales. Que vuelvan al campo de refugiados o, mejor aún, a su aldea".
Por otro lado, desde que el Gobierno neozelandés concedió asilo político a una veintena de kayans y su homólogo tailandés bloqueó sus visados de salida del país, alegando que eran migrantes económicos, no políticos, la oficina en Bangkok del ACNUR insta al turismo internacional al "boicot de este zoo humano".
Mientras tanto, las kayan, huídas de Birmania y esclavas de Tailandia, prefieren no pensar en un futuro sobre el que, desde hace ya mucho tiempo, no tienen ningún control. Ma Nang, por si acaso, vuelve a dictar "periodista, escribe, turista español, venga aquí, a Ban Nai Soi, a ver mujeres cuello largo".
Fotografías: en Ban Nai Soi, al norte de Tailandia, durante un viaje de más de dos años por el maravilloso sureste asiático.
Palabras: hace ya más de cinco años que publiqué el texto de este reportaje en el (desaparecido) diario Avui. Ayer leí esta oferta de viaje y, googleeando, encontré otras muchas de grandes agencias en las que siguen mezclando elefantes, búfalos y "mujeres jirafa". Por desgracia, a veces, nada cambia o tarda demasiado.
Este artículo se publicó originalmente en UnFotografo.es.