Tartufo en Eurovegas
Como segunda potencia turística mundial y sin duda país líder en fiesta y diversión, hubiese sido una torpeza histórica no luchar por convertirnos en la "capital europea del entretenimiento". Las arcas públicas lo agradecerán, la riqueza nacional también y los que encuentren un empleo, aún más.
La madurez de una sociedad moderna y democrática queda probada cuando, garantizando la igualdad de oportunidades, recompensa el tesón y el esfuerzo sin sojuzgar las conductas privadas cuando no lesionan los derechos de los otros. Su prosperidad está también al margen de tribunales moralistas, ciñéndose a lo que nos recordaba Adam Smith: "No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de lo que esperamos nuestra cena, sino de sus propios intereses". La idea de justicia no debe derivar de prejuicios sobre lo que está bien o lo que está mal, sino de lo estipulado contractualmente entre ciudadanos libres. Esta concepción socioeconómica no es ajena al papel que se reserva al azar en el curso de cada vida, porque el destino no está prefijado de antemano. Por ello, pese a la aparente paradoja, no puede extrañarnos la instauración de loterías y juegos de azar en el mundo libre, prácticas que por lo demás se remontan al inicio de los tiempos. Es más, el propio sistema capitalista contiene un evidente componente de riesgo que asume todo empresario al apostar, mediante su inversión, por el futuro de su negocio.
Vienen estas líneas a cuento de Eurovegas, un proyecto al que con gran inquina se han opuesto amplios sectores autoproclamados progresistas, rasgándose las vestiduras frente a lo que auguran que será una nueva edición de Sodoma y Gomorra. Más allá de que las conversaciones con los representantes de Las Vegas Sands se iniciasen en 2011 -con el respaldo del entonces ministro de Industria-, causa cierta sorpresa la reacción de quienes habitualmente presumen de tolerancia y liberalidad de costumbres. Pertrechados bajo un discurso similar al que, desde hace siglos, profieren la Iglesia y los pensadores más moralistas, la censura de estos nuevos celadores de la moral pública, imitadores del Savonarola que llamaba a arrojar los juegos a la "hoguera de las vanidades", levanta fundadas sospechas de cinismo.
Más preocupados por avistar la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, no harían mal en revisar la hoja profesional del padre de Eurovegas, el "depravado" Sheldon Adelson, cuya trayectoria constituye un ejemplo paradigmático de movilidad social. Procedente de una familia humilde -su padre era un taxista de origen lituano- Adelson logró medrar gracias a su puntería emprendedora: en 1979 creó la Convención Comdex, célebre certamen anual de negocios de ordenadores; 10 años después se empeñó en que Las Vegas fuese un destino turístico también para las familias, abriendo atracciones para todos los públicos; y en la década de 2000 se embarcó en los mares de Asia, conquistando los puertos de Macao y Singapur. Ahora, en su nueva aventura europea, va a adelantar 26.690 millones de euros en un país azotado por el paro, sin más garantías de que el proyecto funcione y que la Diosa fortuna le sonría. Es cuando menos llamativo que, pese al beneficio claro que supone la creación de miles de empleos, se alcen esas voces críticas que hablan en nombre de los trabajadores.
Cierto es que España tiene que adaptar su sistema productivo hacia un modelo más competitivo e innovador, generando un renovado ecosistema empresarial con el que afrontar las exigencias del futuro. Tienen razón quienes dicen preferir la instalación de Silicon Valley, pero esas iniciativas no surgen de la nada y ello no es incompatible con continuar fortaleciéndonos en lo que de por sí somos fuertes. Como segunda potencia turística mundial y sin duda país líder en fiesta y diversión, hubiese sido una torpeza histórica no luchar por convertirnos en la "capital europea del entretenimiento". De lo que se trata al cabo no es de suscribir las conclusiones de La fábula de las abejas de Mandeville ("los vicios privados hacen la prosperidad pública"), sino de saber aprovechar, tanto en el plano individual como nacional, nuestras oportunidades y exteriorizarlas, es decir, internacionalizarlas, para que todos podamos ganar, también "la banca".
Y mientras nos esforzamos, estudiamos y apostamos por la tecnología y el conocimiento, mientras esperamos nuestro Valle del Silicio particular, beneficiémonos de nuestras ventajas competitivas y si somos buenos haciendo juego y repartiendo suerte, exportemos también este talento, como se acaba de hacer a la República Dominicana con el "Gordo de la Primitiva". Las arcas públicas lo agradecerán, la riqueza nacional también y los que encuentren un empleo, aún más.