Ganando posiciones
España sí aparece clasificada entre las 16 primeras universidades de un sub-ranking del QS, el de las mejores ciudades universitarias, destacando Barcelona y Madrid, gracias a su amplio abanico formativo, el cual se combina con la calidad de vida de estas metrópolis.
Hace pocos días se ha publicado la lista del QS World University Rankings, uno de los índices más célebres, junto con el de Shanghái, de medición de calidad de las universidades, lo que ha provocado reacciones catastrofistas en los medios españoles. Es cierto que no vemos a ninguna universidad española entre el top 100 y que solo hay tres universidades entre las 200 primeras. No obstante, los resultados son mejores que los del año pasado y España cuenta con 18 instituciones entre las 800 mejores del mundo, de un total de 2.000 evaluadas; y sí hay áreas concretas en las que las universidades españolas se codean con el top 100 mundial. Aunque ya abordé este asunto en un post anterior, quisiera volver sobre el tema.
Conviene resaltar que España sí aparece clasificada no solo entre las 100, sino entre las 16 primeras de un sub-ranking del QS, el de las mejores ciudades universitarias, destacando Barcelona y Madrid, gracias a su amplio abanico formativo, el cual se combina con la calidad de vida del que estas metrópolis disfrutan. Por otro lado, nunca está de más recordar el liderazgo global de España en lo concerniente a las escuelas de negocios, gracias a la robusta reputación de los programas del Instituto de Empresa, ESADE o IESE.
Pero cabe otro análisis mucho más favorable para nosotros. El anterior juzga a cada universidad en su conjunto y estas, siendo excelentes en determinadas áreas del conocimiento, pueden mostrar fuertes debilidades en otras, lo que hace bajar drásticamente su media. De este modo, el desglose de los resultados por disciplinas del ranking QS nos reubica ante la interpretación superficial de una primera lectura. Y es que las universidades españolas sí que aparecen situadas en el top 100 mundial en la mayoría de las áreas: ciencias ambientales, ciencias del mar, agricultura y ciencias forestales, biología y ciencias naturales, farmacia, medicina, estadística, ingenieras y tecnologías de la información.
Es más, ciertas universidades llegan a estar entre las 50 mejores, no solo en las disciplinas científico-técnicas en las que solemos despuntar, sino en materias como historia, económicas o lingüística. A su vez, es importante subrayar la equilibrada representación territorial de nuestras universidades puesto que, junto a Cataluña y Madrid, aparecen también significadas instituciones de Andalucía, Aragón, Castilla y León, Galicia, Murcia y Valencia.
Estamos, pues, ante un escenario mejorable pero digno, más aún en un momento en el que la pujanza de los asiáticos incrementa exponencialmente la competencia.
Así, no parece aventurado apostar por una mejora de nuestro posicionamiento en el futuro, cuando se recupere el empleo juvenil y se intensifique la internacionalización de las universidades españolas, dado que ambos puntos constituyen indicadores clave de medición. Precisamente, en el aspecto de la internacionalización seguimos atesorando un potencial inmenso, aún por desarrollar, en virtud -ante todo- de la ventaja competitiva que supone pertenecer al espacio iberoamericano. El espectacular crecimiento de países como Perú, México, Colombia o Chile, a ritmos de entre el 4 y 5%, les exige una readaptación tecnológica y una depuración de conocimientos que, a tenor de lo antedicho, nuestro sistema de educación superior es susceptible de secundar con solvencia y solidez.
Aquí es donde, justo es decirlo, cobra pleno sentido el papel que desempeña la Fundación Carolina, brindando a la juventud iberoamericana una excepcional oferta académica en todas nuestras CCAA y en los mejores cursos de postgrado (energías renovables, oncología, gestión medioambiental, arquitectura, MBAs, etc.), que se completa con una convocatoria abierta de doctorado, llamada a compensar la todavía baja proporción de esta figura en Iberoamérica.
Junto a esta labor, la incipiente presencia de las universidades del continente en los rankings de calidad augura un sugestivo horizonte común, en el que el conocimiento y el crecimiento económico pueden ensamblarse tanto como nuestras extraordinarias relaciones políticas y culturales. Seguro que, recorriendo juntos esta senda, continuaremos ganando posiciones en el ámbito científico y académico hasta el punto de, como he manifestado en varias ocasiones, diseñar incluso nuestros propios rankings.