En brazos del Estado
Hace unas semanas Suiza sometió a referéndum una propuesta de renta básica de 2.250 euros para todos sus ciudadanos, la cual fue rechazada por un 77 por ciento de los votantes. Informativos de difusión nacional titularon la noticia con un "increíble pero cierto", enunciado que expresa más un tipo de mentalidad social proclive al estatismo que una interpretación reflexiva del hecho en sí, sin explicar las razones del rechazo de los suizos, bien sabedores de la quimera que implica una política económicamente insostenible.
Hace unas semanas Suiza sometió a referéndum una propuesta de renta básica de 2.250 euros para todos sus ciudadanos, la cual fue rechazada por un 77% de los votantes. El asunto deparó cierta agitación, tanto por el montante de la suma como por el rechazo en sí, extremo que muchos medios propagaron a bombo y platillo, insinuando que los suizos se habían vuelto locos. Así, informativos de difusión nacional titularon la noticia con un "Increíble pero cierto", enunciado que expresa más un tipo de mentalidad social, proclive al estatismo, que una interpretación reflexiva del hecho en sí. Y es que, para empezar, casi nadie indicó que el salario mínimo en Suiza es de 2.000 euros, lo que da cuenta del coste de vida de uno de los países más caros del mundo (casi cuatro veces más que España) y, por cierto, de los más duros en términos de inmigración. Pero es que además tampoco se informó acerca de las razones del rechazo de los suizos, bien sabedores de la quimera que implica una política económicamente insostenible.
Como es sabido, el planteamiento de la renta mínima no es inédito y circula desde hace un tiempo por España, antes incluso de que formase parte del programa de algunos partidos. De hecho, el hoy Gobernador del Banco de España, Luis M. Linde, dejó constancia -¡hace 12 años!- de la inviabilidad de la propuesta, frente a los gurús del invento, hasta el punto de que se tomó la molestia de calcular su coste presupuestario para el ejercicio 2002. Pues bien, ya entonces evidenció el gasto extra que implicaría, unos setenta y dos mil millones de euros, suma imposible de financiar, más aún en un contexto derivado de subida de impuestos y de deuda pública.
Con todo, el argumento más aplastante consistía en la falsa presunción de que el mercado podía seguir funcionando igual -generando el mismo crecimiento que es el que permite la posterior redistribución- caso de que se introdujese la renta mínima en el sistema fiscal. Tal y como han comprendido los suizos, la implantación de esta medida lleva en última instancia al empobrecimiento de un país.
Cierto es que pretender que los informativos entren al detalle de los números no es factible; no obstante, al menos podrían ponderar sus mensajes, siquiera sea por razones pedagógicas. Recordemos que según las encuestas globales, tanto las que publicó hace un par de años el BBVA, como la que actualiza anualmente el Pew Global Attitudes Projects, el rechazo al libre mercado en nuestro país se mantiene en porcentajes de más del 50%, cifras que chocan con el altísimo apoyo que recibe en Vietnam, China, Malasia o Turquía, cuyas sociedades dejaron hace tiempo de aplaudir las bondades del dirigismo económico.
En este sentido, España todavía carece de una cultura económica que promueva la iniciativa privada y divulgue el sencillo patrón que, por decirlo al modo clásico, ha determinado siempre la riqueza de las naciones: defensa de la libertad y de la propiedad privada y fomento de la capacitación profesional, por supuesto de calidad y en igualdad de condiciones. Estos son los factores que conducen a situaciones de competencia mercantil, equilibrio de precios y aumento de la productividad.
En su lugar, sigue instalada una desconfianza irracional hacia "lo privado", que demoniza toda introducción de mecanismos de eficacia en la gestión pública, ya se trate de incentivos al mecenazgo cultural, ya de la externalización puntual de servicios. Aunque quizá bastaría con trasladar la idea de que el dinero no cae del cielo. Aprendamos pues de los suizos; caso contrario, solo aprenderemos a valorar la libertad económica como los asiáticos, cuando ya apenas podamos ejercerla.