Complejos musicales
Hemos regalado al inglés un ámbito que no le corresponde. Y no porque dicha lengua deje de ser fundamental, sino porque en un espacio como Eurovisión no hay razón alguna para ello, máxime habida cuenta de que la diversidad es el atributo clave de la Europa cultural.
No paramos de decir, yo el primero, que la lengua española es uno de nuestros principales activos para ser la potencia media que queremos ser. Por eso, es sorprendente que, siendo uno de los aspectos en los que España puede sacar pecho y codearse con potencias verdaderamente globales -como depositaria de la segunda lengua más hablada del mundo y tercera en internet, cuyo peso económico supone el 15% de nuestro PIB-, el español no se haya empleado (salvo en un par de frases) en el Festival de Eurovisión. Más aún cuando, como he sostenido en otras ocasiones, tenemos que luchar por incrementar su presencia en los organismos internacionales y, en particular, en la UE. ¿Cómo vamos a convencer a nadie si desde fuera ven que descartamos su uso como si nos avergonzásemos de nuestra lengua? Estamos ante una torpeza simbólica que, por cierto, no han cometido nuestros rivales directos en las instituciones comunitarias, como Francia o Italia, parece que más atentos a estos detalles.
Resulta evidente que el Festival de Eurovisión ha perdido el prestigio que tuvo en sus inicios, cuando servía de trampolín para la proyección de jóvenes artistas, actuaban figuras de la talla de France Gall, ABBA o Julio Iglesias y vendía lo que hoy llamamos marca-país al conjunto de Europa. Puede que el éxito de la UE explique el declive del Festival y su conversión en un espectáculo kitsch, una especie de zoco de extravagancias, en el que más importante que la música, son la provocación, los elementos secundarios (vestuario, puesta en escena, coreografía...) y las alharacas del cantante. Ahora bien, también es cierto que gracias a tales excentricidades Eurovisión no ha muerto del todo y ha recobrado nueva vida en las redes sociales. No olvidemos además que constituye el programa más antiguo de la televisión.
De ahí que, por detrás de los excesos y juegos de máscaras, la selección de los representantes -a cargo de los servicios de radiodifusión nacionales- sea un asunto menos fútil de lo que pueda parecer, al menos para no caer en el más absoluto de los ridículos. Es cierto que, al menos por este lado, la actuación española en la última edición del Festival no ha sido bochornosa. Sin embargo cometimos ese pecado, casi peor y completamente absurdo, que he señalado: cantar en inglés.
La decisión es incluso más llamativa por cuanto recae en un organismo público cuyo mandato debe "promover la cohesión territorial, la pluralidad y la diversidad lingüística y cultural de España", además de contribuir a la "proyección hacia el exterior de las lenguas y culturas españolas". Mucho más sentido hubiese tenido, en consecuencia, contar con una representación que cantase en euskera, catalán o gallego, en un gesto útil por lo demás para exhibir internacionalmente el encaje natural de tales idiomas (y no hace falta repetir que también son españoles) en nuestro acervo cultural. No es otra cosa lo que acertadamente realiza el Instituto Cervantes, suministrando cursos de enseñanza en todas nuestras lenguas y fomentando la riqueza del español y de lo español por todos los rincones del mundo. En su lugar, hemos regalado al inglés un ámbito que no le corresponde. Y no porque dicha lengua deje de ser fundamental, sino porque en un espacio como Eurovisión no hay razón alguna para ello, máxime habida cuenta de que la diversidad es el atributo clave de la Europa cultural: una cualidad de la que, por su historia y pródigas tradiciones, nuestro país puede extraer gran provecho. Y es que en esto también radica hacer Marca España. Tomémonoslo más en serio.