Tras la tempestad en Palestina, ¿viene la calma?
Dado que es probable que se abra un nuevo proceso negociador, interesa recordar que sentarse a la mesa con los palestinos es para Netanyahu en un fin en sí mismo. Le sirve para acallar posibles críticas internacionales, aparentando una voluntad de paz que, según sus palabras, no puede concretarse por falta de interlocutores válidos. Los negociadores palestinos, la parte más débil, están abocados a volver a la mesa sabiendo que no cuentan con apoyos internacionales suficientes.
A pesar del castigo, Hamas ha sobrevivido al impacto de la operación israelí Margen Protector y se declara victorioso tras cincuenta días de combates. Israel, por su parte, tras eliminar un buen puñado de dirigentes del Movimiento de Resistencia Islámica, cientos de lanzadores de cohetes y la práctica totalidad de los túneles que conectaban Gaza con su propio territorio, reclama igualmente la victoria en este tercer enfrentamiento directo tras Plomo Fundido (2008) y Pilar de Defensa (2012). Visto desde fuera, sin embargo, queda fuera de lugar hablar de victoria cuando se contabilizan más de 2.100 muertos (71 de ellos israelíes), casi medio millón de personas desplazadas, miles de casas destruidas y el arrasamiento de buen número de las infraestructuras básicas de la Franja (ya en un estado muy precario antes de los ataques).
En todo caso, se ha llegado a una tregua- con Egipto como tradicional facilitador, desplazando a otros interesados candidatos como Turquía y Catar- que, en principio, señala un nuevo punto de arranque. No obstante, y sin renunciar a que en algún momento se emprenda decididamente la senda de la paz, conviene no dejarse llevar por el interesado mensaje que anuncia la paz a la vuelta de la esquina.
Por una parte, lo único que se ha acordado es un cese de hostilidades, lo que no cabe confundir con un acuerdo de paz y ni siquiera con el inicio de unas negociaciones formales (algo que solo queda apuntado como un compromiso de futuro, si se cumplen determinada condiciones, a partir de los treinta días del alto el fuego). El pesimismo se alimenta no tanto de recordar las innumerables ocasiones en las que situaciones similares han desembocado en nuevos estallidos de violencia, como en un simple repaso de las principales exigencias de ambas partes. ¿Es realista imaginar que Israel (y Egipto) va a liberar a todos los prisioneros palestinos y levantar en su totalidad el asedio a la Franja, permitiendo el libre movimiento de personas y mercancías en ambas direcciones, arriesgándose a que parte de esos materiales sean usados nuevamente para construir túneles que amenacen la seguridad de su población? ¿Es realista suponer que Hamas (y el resto de los grupos armados que operan en Gaza) va a renunciar a sus armas, cumpliendo con la exigencia israelí de desmilitarización total de la Franja?
Dado que ninguno de esos dos supuestos va a cumplirse, es fácil deducir que queda a discreción de ambas partes determinar si están dispuestas a dar el siguiente paso, sentándose a una hipotética mesa de negociaciones. Si a eso se añaden otros factores como la reciente decisión del Gobierno israelí de confiscar unas 400Ha. de terreno aledaño al asentamiento de Gvaot (en las cercanías de Gush Eztion, al sur de Jerusalén), es obligado concluir que Israel no se siente presionado para modificar su estrategia de hechos consumados.
Con ese simple gesto, Benjamin Netanyahu trata de ir mucho más allá de recuperar las simpatías del poderoso lobby de colonos y ultraortodoxos. Por extensión logra debilitar nuevamente a Mahmud Abbas, empeñado en convencer a su audiencia de que cuenta con el compromiso del primer ministro israelí para crear un Estado soberano palestino en las fronteras de 1967. Y, de paso, desairar a Washington y a algunas capitales europeas que se limitan a declarar su convicción de que medidas de ese tipo dificultan cualquier proceso de paz (inexistente), sin atreverse a adoptar medidas que hagan sentir a Tel Aviv que la violación del derecho internacional debe tener consecuencias reales.
Aún así, dado que es probable que se abra un nuevo proceso negociador, interesa recordar que, desde hace mucho tiempo, sentarse a la mesa con los palestinos es para Netanyahu en un fin en sí mismo. Le sirve para acallar posibles críticas internacionales, aparentando una voluntad de paz que, según sus reiteradas palabras, simplemente no puede concretarse por falta de interlocutores válidos. En cuanto a los negociadores palestinos, como parte más débil del proceso, se verán abocados a volver a la mesa aún sabiendo que no cuentan con apoyos internacionales suficientes para hacer valer sus propuestas y conscientes de que no representan a la totalidad de la población palestina.
En paralelo, tampoco la prevista Conferencia de Donantes suscita más optimismo. Y no solo porque en tantas ocasiones anteriores se haya comprobado la sustancial diferencia entre las promesas iniciales y los desembolsos finalmente realizados, sino también porque, en resumidas cuentas, todo acaba dependiendo de la voluntad israelí para que la ayuda pueda llegar efectivamente a Gaza (sin olvidar a Cisjordania). En las condiciones actuales, como acaba de recordar UNRWA, serían necesarios 18 años para volver a colocar a Gaza en la misma situación que estaba antes del inicio de la operación militar israelí. Y es bien sabido que esa situación era absolutamente deprimente, sea cual sea la vara de medir que se utilice para evaluarla.