Tótum revolútum en Libia
Que Libia es, desde hace tiempo, un escenario de violencia generalizada en el que nadie tiene capacidad para imponer su dictado es algo bien sabido. Lo es también que la UNSMIL (United Nations Support Mission in Libya) no logra encarrilar un proceso de diálogo productivo entre el bando. Pero además, habría que saber que actualmente Libia no dispone de medios para neutralizar por su cuenta la creciente amenaza del Estado Islámico en su propio territorio.
Que Libia es, desde hace tiempo, un escenario de violencia generalizada en el que nadie tiene capacidad para imponer su dictado es algo bien sabido. Lo es también que la UNSMIL (United Nations Support Mission in Libya) no logra encarrilar un proceso de diálogo productivo entre el bando representado por Abdullah Al Thani, con base en Tobruk, y el liderado por Omar al Hasi, en Trípoli. Se conoce asimismo que a finales del pasado año elementos díscolos de las milicias de Ansar al Sharia y los Mártires de Abu Salim, activos en Derna, ciudad fronteriza con Egipto, se habían escindido de esos grupos y habían anunciado su adscripción a Daesh (Estado Islámico). Pero aun así, pocos podían calcular que esa pequeña facción yihadista, liderada por Bashar al Rissi, estuviera en condiciones de desarrollar operaciones tan impactantes como la decapitación de los 21 trabajadores egipcios capturados en dos acciones independientes desarrolladas el 27 de diciembre y 3 de enero.
De inmediato, tras la difusión del macabro vídeo el pasado día 15, el presidente libio Al Thani ha demandado una intervención militar extranjera, solicitando que se amplíe el radio de acción de la coalición liderada por Estados Unidos más allá del territorio sirio e iraquí para destruir las bases que Daesh ha ido creando en Libia. Por su parte, la respuesta de El Cairo no se ha hecho esperar -en un intento por neutralizar las críticas internas por la pasividad del gobierno en estas últimas semanas-, lanzando varios ataques aéreos a cargo de los F-16 egipcios en suelo libio, al tiempo que el presidente egipcio Al Sisi parece mostrarse dispuesto a incrementar su implicación en el conflicto.
Más allá de esas primeras reacciones, es elemental entender que actualmente Libia no dispone de medios para neutralizar por su cuenta la creciente amenaza de Daesh en su propio territorio. Inmersos en una pelea decisiva por imponerse a su oponente principal, tanto las fuerzas de Al Thani como las de Al Hasi consideran que nada nuevo supone la todavía escasa entidad de los operativos que Daesh ha logrado activar en Derna, Bengasi, Sirte y hasta Trípoli (como nos recuerda el ataque al hotel Corinthia el pasado 27 de enero). Como una muestra más de su insensibilidad sobre el tema y de la fragmentación interna de cada bando, cabe resaltar que hoy hasta las relaciones entre Al Thani y su principal mando militar, el general Jalifa Hifter, están prácticamente rotas.
Por su parte, Egipto no parece tampoco en condiciones de ir mucho más allá de su actual nivel de implicación en el conflicto libio. Una implicación que se remonta ya en el tiempo (basta recordar que prestó sus bases y apoyo logístico a los cazas de Emiratos Árabes Unidos que, ya en agosto pasado, trataron de eliminar focos de resistencia en zonas del este de Libia) y que no ha tenido reparos en saltarse el embargo de armas que pesa sobre Libia, cediendo armamento (se habla de 3 cazas Mig-21 y algunos helicópteros Mi-8, así como material de procedencia soviética) al Ejército Nacional Libio, brazo armado del bando encabezado políticamente por Al Thani.
Y aunque ahora se haya atrevido a hacer pública su participación militar en los combates, en un gesto de consumo interno, no es previsible que esté dispuesto a incrementar notablemente su intervencionismo activando a sus fuerzas terrestres contra objetivos libios. Por un lado, su débil situación económica no permite imaginar que esté en condiciones de sostener una campaña abierta en territorio libio. Por otro, sus limitadas capacidades militares no le permiten abrir un nuevo frente, cuando debe dedicar buena parte de sus recursos a mantener la estabilidad interna manu militari y a hacer frente a la amenaza que se desarrolla en la península del Sinaí, con el grupo yihadista Ansar Bait Al Maqdis como referente principal. En consecuencia, no parece previsible que vaya mucho más allá de seguir realizando puntuales ataques aéreos contra objetivos fijos de Daesh (dado que tampoco dispone de capacidad de inteligencia sobre el terreno que le permita identificar objetivos de oportunidad adecuados).
En cuanto a la coalición que lidera Washington, tampoco parece probable que modifique su actual estrategia para diversificar aún más sus fuerzas, añadiendo a Libia a lo que ya viene realizando en Siria e Irak. Y, menos aún, cabe imaginar que Roma vaya a liderar ninguna intervención militar en fuerza.
Lo ocurrido en estos últimos días complica aún más la tarea de Bernardino León, como cabeza de UNSMIL, precisamente cuando hace unos días había logrado por primera vez reunir en el mismo edificio (aunque sin sentarse a la misma mesa) a representantes de ambos bandos en la ciudad sureña de Gadamés. La ambición actual de los facilitadores se limita a volver a reunir a ambos bandos en Marruecos -aunque ni siquiera eso está garantizado-, con idea de lograr un cese de hostilidades y el inicio de un proceso de conformación de un gobierno unitario. Difícil empeño.