Negociando con el diablo en Libia
Cualquier intento hoy de impedir el tráfico de seres humanos en el interior de Libia y desde sus costas a Europa y otros lugares debe pasar por la negociación directa con las múltiples milicias que se mueven a sus anchas sin sometimiento alguno a una autoridad superior. Y eso es lo que ha llevado una vez más al español Bernardino León, el enviado de la ONU para este conflicto, a meterse en la boca del lobo.
Se podrá criticar a Bernardino León por muchas cosas, con razón o sin ella, pero nadie podrá negarle una inquebrantable voluntad negociadora para intentar enderezar el rumbo de una Libia que parece abocada a convertirse en un nuevo ejemplo de Estado fallido. Mientras la violencia no cesa y Daesh extiende sus tentáculos más allá de la Cirenaica, León- en su condición de Representante Especial del Secretario General de la ONU y Jefe de la UNSMIL- multiplica sus esfuerzos para, simultáneamente, procurar la liberación de los 10 diplomáticos y funcionarios tunecinos secuestrados en su propia legación diplomática el pasado día 12 y para sacar algún fruto de las negociaciones en Marruecos con representantes de ambos bandos.
En el campo político, cabe recordar que han fracasado hasta ahora todos los intentos por establecer un Gobierno de unidad nacional. El principal factor que explica este bloqueo viene dado por el hecho de que el Gobierno de Tobruk es consciente de la ventaja que le proporciona el hecho de ser el único reconocido por la comunidad internacional- manejo de fondos acumulados por el régimen anterior dentro y fuera del país, interlocución y respaldo internacional, así como apoyo económico para mantener a flote su propia existencia. Salvo por su perfil frontalmente antiislamista- que es, de hecho, lo que ha inclinado a la comunidad internacional a preferirlo a su contraparte de Trípoli-, sus dirigentes no se distinguen prácticamente en nada sustancial de sus oponentes, convertidos ambos en autoridades precarias de ciertas partes del territorio nacional y en líderes crecientemente cuestionados de una amalgama de actores armados más interesados en defender sus propios intereses y sus respectivas cuotas de poder que en sacar a Libia del marasmo actual. Visto así, los dirigentes de Tobruk juegan a favor de corriente, bloqueando cualquier propuesta de sus oponentes o del propio León (ya van cuatro borradores para conformar un gobierno de unidad arrojados a la papelera) y demandando más armas para "pacificar" el territorio libio.
Mientras tanto, en el terreno militar ninguno de los actores combatientes logran desequilibrar a su favor una situación descontrolada, propicia para que florezcan nuevos grupos yihadistas como el propio Daesh, que ya ha conseguido ondear su bandera negra en Sirte y en otras localidades de la Tripolitania. Ante esta situación, el dilema al que se enfrenta actualmente la comunidad internacional es el de si poner fin al embargo de armas, impuesto por la Resolución 1970 del Consejo de Seguridad de la ONU en febrero de 2011, reconociendo su incapacidad para frenar la continua llegada de armas. A eso se añade el debate sobre la conveniencia de reforzar la capacidad armamentística de las huestes del general Jalifa Hiftar- formalmente convertido en el interlocutor militar del Gobierno de Tobruk-, para poder eliminar de raíz la amenaza que representa Daesh y otros grupos yihadistas.
La experiencia acumulada tanto en Libia como en otros escenarios convulsos enseña que, con demasiada frecuencia, este tipo de medidas no solo no resuelven el problema (que no es esencialmente militar) sino que contribuyen a alimentar el fuego y a perder el control de las armas suministradas a socios escasamente fiables. Como última opción queda llevar a cabo una intervención militar, pero aunque la operación aérea que ha realizado Washington con el explícito objetivo (fallido una vez más, según todos los indicios) de eliminar a Mojtar Belmojtar pudiera interpretarse como una avanzadilla de algo más amplio, es muy improbable que hoy se repita algo similar a lo ocurrido en 2011 para derribar a Gadafi.
Un frente más en el que se visibiliza el drama libio es el que afecta a los crecientes flujos de refugiados y emigrantes que tratan de alcanzar las costas europeas desde las costas libias. También aquí se constata la incapacidad tanto de los dirigentes de la Tripolitania como de los de la Cirenaica para luchar de manera eficaz contra unas mafias que aprovechan el caos actual para llenar sus bolsillos. Cualquier intento hoy de impedir ese tráfico de seres humanos en el interior de Libia y desde sus costas debe pasar por la negociación directa con las múltiples milicias que se mueven a sus anchas sin sometimiento alguno a una autoridad superior. Y eso es lo que ha llevado una vez más a León a meterse en la boca del lobo (Misrata) para reunirse el pasado día 22 con los dirigentes de quince milicias- entre las que sobresalen la Brigada 166, Mahdoub y Halbus. Pretende buscar su compromiso para respetar el acuerdo que se pueda lograr en Marruecos con los representantes políticos de ambos bandos; pero también aspira a lograr su complicidad para frenar el negocio de tráfico de seres humanos, tan lucrativo a corto plazo. ¿A cambio de qué?