Que el PSOE cambie o se disuelva y ceda las siglas
Quizá, si el PSOE se planteara darle mayor profundidad democrática a sus ideas federales, algo desfasadas por la coyuntura, y retomase su bandera social con mayor compromiso que lo expuesto en los últimos años, otras posibilidades de gobierno y de diálogo serían factibles.
Foto: EFE
Ayer por la mañana, Albert Rivera señalaba que cualquier opción de gobierno en España, tras las elecciones del 20-D, pasa por el PSOE. Y es que, precisamente, eso es lo que quiere Mariano Rajoy que suceda. Optando por el silencio tras unos resultados electorales, que en el mejor de los casos le permitirían gobernar en minoría, lo que ha hecho el Partido Popular ha sido dejar que los líderes del resto de partidos se posicionen, se digan y contradigan en menos de una semana - especialmente, Albert Rivera, y así erigirse como la única alternativa de unidad. Unidad, claro está, con Ciudadanos, un partido autoproclamado de centro, pero que en el fondo no es más que una versión renovada y sin corbata del Partido Popular y, de paso, cercana a los denominados como "barones territoriales" del PSOE. El eufemismo de lo que en realidad es el sector más conservador del PSOE encabezado, entre otros, por García-Page, Fernández Vara y Susana Díaz.
La derrota electoral de Ciudadanos y su relegado cuarto puesto de las elecciones del domingo, casi desde el inicio, hizo que Albert Rivera buscase un mayor protagonismo que el que las urnas le habían conferido. Ello, moviéndose hacia su lado ideológico natural, con el que comparte la repetida muletilla de "unidad de España", además de privatizaciones, desregulaciones, copagos y alergias a todo lo que huela a Estado de bienestar. Puestos a no querer al PSOE, o cuando menos a Pedro Sánchez, y tampoco a Podemos, la opción que queda es facilitar el gobierno al Partido Popular y, a cambio, ganar protagonismo en la presidencia de las cámaras. Ello, siempre y cuando el PSOE haga lo mismo y se abstenga en la investidura de Rajoy. Recordemos que hace una semana, Rivera decía lo contrario.
Lo del PSOE es harina de otro costal. Se trata de un partido que viene de obtener los peores resultados electorales desde 1977. Y aunque tales resultados fueran mejores que los 80 escaños que auspiciaban en Ferraz, lo cierto es que el liderazgo de Sánchez queda en entredicho. No se sabe quién manda más. Si Sánchez o si Susana Díaz que, recordemos, desde Andalucía, representa uno de cada tres de los diputados que ha obtenido el PSOE. Obviamente, y dadas las circunstancias, Sánchez es conocedor de que unos segundos comicios, de darse, albergarían las seria posibilidad de un cambio en la Secretaría General.
Lo que es evidente es que Podemos representa las "líneas rojas" que los referidos "barones" no están dispuestos a conceder. La posibilidad del referéndum es la justificación aparente. Posiblemente, la cuestión real sea que Podemos no apoyó la investidura de Susana Díaz - facilitada por Ciudadano - al no aceptar las tres condiciones que el partido morado le exigía: 1) tolerancia cero con la corrupción, 2) no contratar con bancos que desahucian y 3) drástica reducción de altos cargos y asesores. Lo anterior, extensible a los casos de Castilla La Mancha y Extremadura, donde además se hizo patente la necesidad de cambiar las políticas de recortes sociales y que llevó a la formación de Iglesias a no aprobar, por ejemplo, los presupuestos autonómicos de la Junta de Extremadura.
Sea como fuere, cabe recordar que las "líneas rojas" en torno a la posibilidad de un referéndum en Catalunya no son nada con las "líneas rojas" que representan, al menos en los formal, elementos tales como la flexibilización del mercado laboral, los recortes en políticas sociales, o la promoción de la regresividad fiscal que tanto acompañaron al último gobierno del PSOE. Un PSOE al que, con lo anterior, casi cabe exigirle que devuelva dos de esas cuatro siglas.
Como es de esperar, la opciones expuestas se aglutinan en un "bloque a tres" cuyo factor común es el inmovilismo en relación con el tema de Catalunya. Un "bloque a tres" que sigue sin entender que el resultado obtenido en Catalunya por Podemos debe ser interpretado en otros términos. Los términos de una consulta que no es más que un ejercicio democrático, de legitimidad y de superación de un conflicto de intereses que ni se resuelve con la ruptura unilateral ni con la negación del problema. Se resuelve con la consulta a los ciudadanos y una acomodación de la legalidad en estricta coherencia con la legitimidad. La negación de lo anterior permite entender cómo en ocho años se ha duplicado el número de ciudadanos que cuestionan la noción particular de "unidad de España" que defienden Partido Popular, Ciudadanos y también PSOE. Desde luego, esta cuestión, así como las urgencias sociales defendidas por Pablo Iglesias, dudo mucho que tengan un trasfondo de ruptura de España y de cuestionamiento de la democracia, como hacen ver algunas de las voces representativas de los tres partidos anteriores.
En conclusión, lo que es evidente de toda esta amalgama de confusiones es que el Partido Popular es quien debe formar gobierno inicialmente y no Pedro Sánchez. Aunque parezca lo contrario. Que Ciudadanos es casi lo mismo que el Partido Popular y, por ende, no hay mucho que cuestionar, aunque en ocasiones parezca lo contrario. Y que el sector más conservador del PSOE se entiende mejor con Ciudadanos que con Pedro Sánchez. Quizá, si el PSOE se planteara darle mayor profundidad democrática a sus ideas federales, algo desfasadas por la coyuntura, y retomase su bandera social con mayor compromiso que lo expuesto en los últimos años, otras posibilidades de gobierno y de diálogo serían factibles.
Continuará...