Las dificultades de negociar con el ELN
La posibilidad de una nueva paralización de las negociaciones entre la guerrilla del ELN y el Gobierno colombiano responde, desde hace muchos meses, a circunstancias complejas con altas probabilidades de materializarse. Y así sucedió la semana pasada, cuando tras un doble atentado en el oleoducto que une Caño Limón (Arauca) y Coveñas (Sucre) - uno de los bastiones territoriales del Frente de Guerra Oriental, el presidente Juan Manuel Santos daba la orden de interrumpir las negociaciones con la guerrilla que transcurren en Quito. Esto, justo un día después que finalizase el cese al fuego bilateral (incumplido), pactado a finales del año pasado.
Lo cierto es que el proceso con el ELN está transcurriendo por diversas dificultades que no facilitan la mejor de las expectativas. A nivel interno de la guerrilla, desde hace mucho tiempo es posible apreciarse un importante desconcierto. Por un lado, porque el Acuerdo de Paz suscrito con las FARC-EP en noviembre de 2016, si algo ha puesto en evidencia son las resistencias y frenos que desde el Estado han contribuido a generar un cierto descrédito y un lento proceso de implementación, también afectado muy negativamente por las elecciones presidenciales de este año 2018. He aquí, de hecho, el segundo factor.
El Acuerdo de Paz ha polarizado fuertemente a la sociedad colombiana, hasta el punto de que el uribismo se empleará a fondo para politizar una eventual revisión de sus términos más discutibles, lo cual contribuye a una ventana de incertidumbre para el ELN que no favorece avance alguno en la negociación. Es decir, a un lento, débil y complejo proceso de implementación hay que añadir la incertidumbre de la carrera presidencial donde la oposición uribista, pese a todo, es una fuerza política muy a tener en cuenta.
Por si fuera poco, a lo anterior hay que añadir la falta de control del territorio por parte de la fuerza pública y, por extensión, la redefinición del tablero del conflicto armado colombiano en el marco del posacuerdo. Un intrincado escenario en el que hay que tener en cuenta, de un lado, el incremento del activismo posparamilitar, redefinido en Colombia bajo el término de "bandas criminales", y que busca proyectarse territorialmente sobre los escenarios otrora controlados por las FARC-EP, como la costa del Pacífico, parte del departamento de Antioquia o, incluso, el sur de Bolívar o el oriente colombiano, donde tiene mayor arraigo el ELN.
Asimismo, no se puede obviar la aparición de un fenómeno de disidencias de antiguos excombatientes de las FARC-EP que, si bien es un proceso propio de cualquier Acuerdo de Paz, también es cierto que en la actualidad deja consigo un elevado nivel de excombatientes que han vuelto a la criminalidad – y que en la actualidad supera el 14% de los algo más de 7.000 efectivos que el verano pasado dejaban las armas. Finalmente, hay que añadir la propia lógica del ELN. Una guerrilla que, no conviene olvidarlo, tiene a sus dos frentes más poderosos, el Frente de Guerra Oriental y el Frente de Guerra Occidental con una posición tímida cuando no escéptica respecto a cualquier atisbo de intento negociador, especialmente, por tratarse de los dos frentes ubicados sobre los territorios con mayor aportación de recursos – ya sean de la coca, la minería ilegal o la extorsión. De hecho, de los supuestos 37 incumplimientos del ELN al cese al fuego bilateral, prácticamente su totalidad se concentra en los departamentos de Chocó, Arauca, Casanare y Norte de Santander.
En conclusión, ni los tiempos electorales, ni las incertidumbres sobre el Acuerdo con las FARC-EP ni tampoco la propia lógica redefinida de la violencia en Colombia ayudan a generar un escenario proclive para asumir un proceso de negociación. Quizá, con este doble atentado el ELN busque llamar la atención mediática y política, pero bien ha de ser consciente de los riesgos que ello contempla y la posibilidad de desconfianza y desafección que esto puede generar para una sociedad que corre el riesgo, de no desarrollarse el Acuerdo tal y como inicialmente estaba previsto, de aceptar que las supuestas bondades de un fin negociado del conflicto armado en Colombia nunca llegaron. En definitiva, una suerte lampedusiana de cambiar para que, en el fondo, nada cambie y que quizá, por todo, no merezca la pena repetir con el ELN.