Elecciones en Estados Unidos (I): la carrera republicana a la presidencia
Que el estrafalario Donald Trump siga en la carrera republicana entraña preocupaciones que no son baladíes. Su conservadurismo pasa por la derecha al Tea Party y ensalza elementos nada democráticos, como la homofobia, el machismo y el racismo. Lo peor de todo es que el Partido Republicano no ha podido controlar el baño de popularidad del magnate.
Las elecciones primarias de New Hampshire cumplieron los pronósticos, y Donald Trump se impuso con más de 20 puntos de ventaja sobre sus rivales, acumulando diez delegados y encabezando la carrera republicana tras su segundo puesto en Iowa, con un total 17 delegados. Tras él quedan los 11 y 10 delegados que tienen Ted Cruz y Marco Rubio respectivamente, quienes parecen ser los otros dos candidatos fuertes, frente a los cuales, hasta el momento, gravita la candidatura presidencial para el "partido del elefante".
Las palabras de Trump tras conocer el resultado eran de absoluto triunfalismo: "El mundo nos va a respetar de nuevo. Creedme". Lo cierto es que muchos estamos sorprendidos de que el estrafalario Trump siga en la carrera republicana, y lo cierto es que ello entraña ciertas preocupaciones que no son baladíes. En primer lugar, porque es preocupante que un discurso como el de Trump tenga tanta acogida en el nicho ideológico republicano. Su conservadurismo pasa por la derecha al Tea Party y ensalza elementos para nada democráticos, como la homofobia, el machismo, el racismo y el insulto como recurso continuo.
Su programa político ya lo conocemos. Criminalizar la migración y poner en marcha un plan masivo de deportaciones en la medida en que, tomando una noción que ya plantease hace unos años Samuel Huntington en ¿Quiénes somos?(2004), se culpa de los males del país a la migración; concretamente, a la proveniente de Asia y de México. Es más, entre sus propuestas destaca la desfachatez de construir un muro en la frontera sur que, para colmo, sea financiado por México.
Asimismo, entre sus propuestas está intervenir en Oriente Medio y combatir "con las botas sobre el terreno" al Estado Islámico. También contempla presionar sin negociación alguna a Irán y requerir, por ejemplo, que Arabia Saudí asuma una contraprestación económica por el apoyo militar que Estados Unidos le proporciona. Finalmente quedaría, entre otras lindezas, promover el uso y la portación de armas, o dificultar al extremo el acceso y la entrada al país.
Sin duda, lo anterior es propio de un enemigo de la democracia y de cualquier atisbo de estabilidad en el orden internacional, trayendo nuevamente lo peor del unilateralismo militar propio de los vulcanos de Bush. Un gabinete de guerra que no entendía por qué Estados Unidos debía hacer valer mecanismos multilaterales basados en el diálogo y el respeto al derecho internacional si, supuestamente, la noción de Henry Kissinger de "equilibrio de poder" estaba sobrepasada, en tanto en cuanto se mantenía la preponderante hegemonía militar.
Lo peor de todo es que, aunque le pese, el Partido Republicano hasta el momento no ha podido controlar el baño de popularidad de Trump, incluso hasta el punto, como nos señalaba la BBC hace un par de meses, de afectar negativamente a la esencia del Partido Republicano. De hecho, por cuestiones como ésta, el magnate neoyorquino ha sido objeto de duras críticas por hombres relevantes en el republicanismo estadounidense como el exvicepresidente Dick Cheney o el actual presidente de la Cámara, Paul Ryan, entre otros.
Es preocupante que, hasta el momento, la preferencia de los republicanos haya sido la de dos outsiders como Trump o el propio Ted Cruz, primero en los caucusde Iowa e igualmente heterodoxo, con los elementos más característicos tanto del partido como del sistema político estadounidense. De hecho, recordemos que Cruz es otro candidato ultraconservador (aunque todo es insuficiente frente a Trump), igualmente defensor de las armas, enemigo de la inmigración, contrario al matrimonio homosexual y a favor de una política exterior de marcado sesgo intervencionista.
Aún es pronto, y a la carrera por la victoria de la candidatura republicana le queda mucho tiempo. Concretamente, hasta el 14 de junio, cuando Columbia sirve de colofón a esta primera etapa electoral. Para entonces, es posible que Trump no esté en las apuestas. Ojalá así sea. El próximo encuentro será a finales de mes, el día 20, en Carolina del Sur, con 50 delegados en juego; y tres días después, en Nevada, con otros 30 delegados en disputa.
Según se den los resultados, si en las citas venideras Trump y Cruz siguen al frente, es posible que la maquinaria republicana, antes que tarde, tenga que decidir si opta por un candidato conservador frente a los dos anteriores, el cual sería Marco Rubio, o si por el contrario busca promover un mecanismo centrífugo, apostando por un candidato más próximo a los valores tradicionales y el moderantismo, como serían John Kasich o Jeb Bush.
La suerte está echada pero, a modo de anécdota, sólo recordar que en New Hampshire, hace cuatro años, venció el que luego fue candidato republicano, Mitt Romney, y en 2008, igualmente, lo hizo John McCain. Esperemos que no suceda lo mismo en esta ocasión.