Feminizar la cultura

Feminizar la cultura

Feminizar la cultura implica que la presencia femenina sirva para incorporar nuevas temáticas a la agenda, y también para discutir desde nuevos puntos de vista sobre aquellos temas que ya forman parte del debate. No solo un día sino todos, esto es fundamental para la manera en la que nos contamos el mundo.

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Foto: EFE

Bienvenidas y bienvenidos a la excepción. El 8 de marzo es uno de los pocos, muy pocos días, en el que la visibilidad de las mujeres, de lo femenino, afecta a todo, al mundo, y a cómo nos lo contamos. La programación pública cultural se llena de talentos femeninos, de miradas femeninas. Bienvenidas y bienvenidos a la excepción. Porque la norma es otra. La norma es que las mujeres sigamos prácticamente desaparecidas en decenas de aspectos de la vida. También en la cultura. También en la política.

En el último año, especialmente a partir de las elecciones municipales y autonómicas del 2015, estamos asistiendo a un proceso de feminización de la política. Un proceso que era impensable hace unos años y que ejemplifica, con el acceso a la política de perfiles y temáticas que antes estaban excluidos de la misma, qué significa democratizar las instituciones.

Esta tarea no termina aquí, y es fundamental continuar este proyecto de democratización, ampliándolo a la producción, creación y política cultural. Esto supone hablar de feminizar la cultura, recuperar sujetos y temáticas excluidos, incorporar puntos de vista, democratizar la producción de imaginarios para producir, en definitiva, imaginarios más democráticos.

La cultura tiene que ver con la manera en la que nos concebimos como individuos, como ciudadanos o como colectivos y cómo esos procesos de identificación condicionan nuestra manera de relacionarnos con otros. La cultura tiene que ver también con los lenguajes creativos que, precisamente, operan en esos espacios donde los procesos de identificación, de reflexión, etc..., pueden tener lugar. En el cruce entre estas dimensiones se crean imaginarios.

Imaginarios a través de los cuales determinamos qué cosas son inaceptables y qué cosas son posibles. Imaginarios que son elaboraciones mentales de lo que puede ser el mundo. De cada día. De todos los días.

Los imaginarios cambian si hay más mujeres en el paisaje cultural. Para ello es imprescindible que su presencia pueda reproducirse. Necesitamos que existan referentes femeninos que nos hagan posible pensar que los lugares son susceptibles de ser ocupados también por nosotras, necesitamos que una niña pueda ver en un programa de televisión una banda de música compuesta por mujeres y que quizás eso le pueda hacer imaginarse que ella misma puede estar ahí subida en el escenario. Necesitamos imaginarios que tienen que ver, por ejemplo, con que podamos imaginarnos que una mujer sea directora de orquesta como ha sucedido recientemente con el nombramiento de Mirga Grazinyte-Tyla como directora de la Orquesta de Birminghan.

Necesitamos políticas públicas que contribuyan a poblar ese paisaje. Necesitamos políticas públicas que fomenten que haya mujeres detrás y delante de las cámaras, de los libros, de las canciones, o de las pantallas de ordenador. Es decir, necesitamos políticas que fomenten la creación hecha por mujeres.

Es necesario construir ese paisaje en el que la mujer participe en igualdad, y dado que eso no sucede naturalmente, es necesario hacer políticas que reequilibren la presencia de estas en el tejido cultural y que resuelvan su infrarepresentación.

Contamos con un marco jurídico favorable. El artículo 26 de la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, recoge la obligación de las administraciones públicas de garantizar que existe una igualdad de oportunidades en todo lo concerniente a la creación, producción y difusión artística. Y para ello se estipulan una serie de medidas, como incentivos económicos para la creación, medidas de acción positiva, la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta artística y cultural pública o la representación equilibrada en los distintos órganos consultivos. Es decir, una serie de medidas que aplicadas servirían para intervenir en el desequilibrio existente.

En el caso de la Comunidad de Madrid nos encontramos con una curiosa distribución de la presencia de mujeres. Si queremos ver un espectáculo infantil, encontraremos una mayoría de piezas dirigidas e interpretadas por mujeres. Si observamos las producciones de teatro y danza en los Centros Culturales de la Comunidad de Madrid, la presencia está equilibrada. Sin embargo, por poner un ejemplo, los trabajos dirigidos por mujeres en los Teatros del Canal no llegan al 10%, un porcentaje similar al que nos encontramos en el cine o en las artes visuales. Este paisaje sólo se ve alterado en fechas muy concretas. El 25 de noviembre o el 8 de marzo, la programación cultural pública se llena de obras de mujeres, como si bastase con concentrar la visibilidad de las mujeres en un par de días o en un par de temas, aquellos sobre los que las mujeres parecen tener legitimidad para hablar.

Sin embargo, a pesar de este techo de cristal que afecta a la conformación de esos imaginarios sobre lo posible y lo aceptable, y de que la ley obliga a ello, la Oficina de Cultura y Turismo de la Comunidad de Madrid no dispone de ningún tipo de política específica para intervenir en la visibilidad de la mujer en la cultura.

Y estas políticas son hoy fundamentales. Necesitamos políticas públicas que contribuyan a poblar ese paisaje. Necesitamos políticas públicas que fomenten que haya mujeres detrás y delante de las cámaras, de los libros, de las canciones, o de las pantallas de ordenador. Es decir, necesitamos políticas que fomenten la creación hecha por mujeres. No sobre mujeres, sino por mujeres. Feminizar la cultura implica que esa presencia femenina sirva para incorporar nuevas temáticas a la agenda, y también para discutir desde nuevos puntos de vista sobre aquellos temas que ya forman parte del debate. No solo un día sino todos, esto es fundamental para la manera en la que nos contamos el mundo.

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