La mente de un hombre es un campo de batalla

La mente de un hombre es un campo de batalla

Estaba acurrucado en la ducha, llorando incontrolablemente. Algo se me pasó por la cabeza: "Menos mal que no hay nadie más aquí". Acababa de volver del hospital donde me habían extraído restos de metralla de la cabeza. Estaba en la base de las Fuerzas Aéreas de Tallil, al sur de Irak.

A portrait of a soldier suffering from depression or PTSD. Very dramatic lighting used to help enhance the depressing mood.MTMCOINS via Getty Images

Estaba acurrucado en la ducha, llorando incontrolablemente. Algo se me pasó por la cabeza: "Menos mal que no hay nadie más aquí". Acababa de volver del hospital donde me habían extraído restos de metralla de la cabeza, pero el doctor no se atrevió a quitarme los que tenía en el brazo por miedo a que las consecuencias fueran graves. Estaba en la base de la Fuerza Aérea de Tallil, al sur de Irak.

Cinco minutos después conseguí calmarme. Salí de la ducha, me sequé y me puse el uniforme y la protección corporal (literal y figuradamente). Era comandante de 110 soldados australianos del equipo de combate Eagle. Era soldado, estaba en el frente, era oficial, se suponía que tenía que ser infalible. 24 horas antes me había negado a que me evacuaran en un helicóptero después de que una bomba impactara contra el vehículo en el que iba porque no iba a irme sin mis hombres y sin el vehículo.

Cuando por fin volví a Australia, no pude mantener una conversación hasta que pasaron siete semanas. Estaba agotado física, mental y emocionalmente. Poco después, sin avisar, llegó una sensación distinta, como una neblina que no esperaba ni podía explicar.

Empecé a considerar a todo el mundo como una amenaza, incluso cuando intentaban ayudarme de verdad. Sus intentos me intimidaban, así que me recluí en un lugar que consideraba seguro y que creía poder controlar. Me aislé. No era lo mejor que podía hacer siendo marido y padre. Y, como estaba a punto de descubrir, en el lugar en el que me aislé tampoco tenía el control.

Los 12 meses siguientes fueron muy confusos. En el trabajo me iba bien, pero cuando llegaba a casa me hundía. Y, como suele pasar, a la gente más cercana a ti le toca ver tu lado más oscuro.

Puede que mi historia lleve implícita la palabra "ejército", pero es la misma historia que viven cada vez más hombres en Australia y en el mundo occidental: el personal de los servicios de emergencia, los sindicalistas, los mineros, los veterinarios, los conductores de camiones... Una lista infinita. Se trata de una historia de unos hombres que se aíslan y se refugian en ellos mismos porque están confundidos, que a menudo sienten un vacío y que no saben cómo arreglarlo.

¿Cómo puedo estar aquí tranquilamente y sentir paz interior? ¿Cómo puedo tener una relación y unos lazos con mi familia, una familia genial que mejora cada día? ¿Cómo puedo estar aquí con la perspectiva de una vida feliz y alegre, jugando con mis hijas mientras sonrío?

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James y su hija.

Porque me recompuse, me detuve y admití que algo no iba bien dentro de mí y no sabía cómo arreglarlo.

Me hice responsable del arrebato de ira que dirigí hacia mi mujer, Kirsty, que sólo me había preguntado qué tal me había ido ese día: "¡¡¡No te pongas de su p*** lado!!!". ¿Qué derecho tenía yo a pagar mi enfado con la gente que sólo intentaba ayudarme? Di con la manera de liberar mi ira de formas apropiadas. Empecé a utilizar un saco de boxeo como si fuera un perro rabioso.

Me hice responsable de los ataques de ansiedad que me provocaba el olor del asfalto ardiendo.

Me hice responsable de esos días en los que esa sensación de neblina se apoderaba de mí y no podía pensar con claridad y la cosa más inocente del mundo me hacía perder la cabeza.

Me permití sentir una tristeza tan profunda que pensaba que me iba a ahogar en ella.

Llegué al miedo que estaba dentro de mí, más allá de la ira y de la tristeza, como si fuera el dragón que protegía un tesoro. ¿Por qué un tesoro? Porque debajo de toda esa porquería pude encontrar a mi verdadero yo. Y, cuando me encontré, las cosas empezaron a encajar en su sitio.

El camino que estaba siguiendo antes me llevaba a perderme a mí mismo al hacer cosas que pensaba que tenía que hacer. Cosas que la gente me decía que debería hacer para que todo saliera bien.

Pero ¿a qué precio? ¿Y cómo se mide lo que es "salir bien"?

El camino que estoy recorriendo ahora está orientado a encontrarme y conocerme a mí mismo, a reflexionar sobre mí, a responsabilizarme de mis cosas y de mis sentimientos, y, más importante aún, a encontrar la capacidad de perdonarme por lo que había hecho que me juzgara a mí mismo.

Para que pudiera dar comienzo este proceso, tuve que deshacerme de la convicción errónea de que los hombres tienen que ser fuertes; de que un hombre fuerte es alguien con unos hombros anchos sobre los que poder cargar más cosas. Eso es lo que me rompió por dentro. Todo el mundo tiene un límite y esta convicción está matando a muchos hombres.

Es un asunto de hombres. Lo digo con todo el respeto del mundo hacia las mujeres. Las necesitamos durante el proceso porque sin su amor ni su apoyo cada vez más hombres acabarán con sus vidas.

Pero...

Sólo nosotros, los hombres, podemos hacer frente a este problema. Nadie más puede. Es hora de que tomemos las riendas.

"Por favor, James, ¡dinos cómo hacerlo!".

Insensibilizarse no ayuda absolutamente nada.

Lo dice un tío que ha esquivado balas y bombas, que se ha enfrentado a una vaca de 600 kilos en la granja familiar y que es padre: insensibilizarse fue el problema principal. Era tan frío que no sentía nada, absolutamente nada de lo que me pasaba.

Así que, si algo te duele en el interior -sabes a qué me refiero cuando digo "en el interior", a ese lugar que ahogas con otra cerveza o con una carcajada por miedo a lo que digan tus amigos-, levanta la mano y pide ayuda.

Encuentra a alguien en quien confíes ciegamente y pueda ser tu confidente, no tu muleta. Amigo mío, es hora de que emprendas este camino, es todo tuyo. Necesitas mucha ayuda, amor y apoyo, pero tienes que recorrer ese trayecto. Yo soy un ejemplo de que se puede recorrer.

Busca un psicólogo/terapeuta/curandero/cura/mentor con el que te sientas comprendido y creas que te va a ayudar. Hay muchas opciones, pero siempre hay que decidir con el futuro en mente. Si ese psicólogo/terapeuta/curandero/cura/mentor tiene una actitud pesimista, busca a otro porque ahora mismo no necesitas a pesimistas en tu vida.

Rodéate de personas positivas a las que te quieres parecer. Es hora de decir adiós a la gente negativa que llena tu Facebook.

Vigila lo que tomas y lo que escuchas. El alcohol ahoga las penas y demasiada cantidad acaba contigo. La comida rápida tiene sustancias químicas que resultan difíciles de procesar para el cuerpo y más cuando necesita energía para ayudarte a seguir por el camino de la recuperación.

Por último: sonríe; siempre hay gente que está peor que tú.

Así que, chicos, ha llegado la hora de comportarse como hombres: levantemos la mano y pidamos ayuda.

Si necesitas ayuda y crees que tienes muchos problemas, llama al Teléfono de la Esperanza (902 50 00 02). Para más información sobre la depresión, ponte en contacto con tu médico o con alguien en quien confíes.

Este post fue publicado originalmente en la edición australiana de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.

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