Cataluña y Escocia no son la misma cosa
En el caso de Escocia, el referendo corresponde a motivaciones políticas muy claras del Partido Nacionalista Escocés (SNP) que, desde que Escocia recuperara un pequeño grado de autonomía en los años 90, ha ido creciendo en las elecciones legislativas hasta llegar a tener mayoría absoluta ¿En qué coinciden CiU y Esquerra? ¿Cómo sería una Cataluña independiente? Y, sobre todo, ¿cómo tener fe en una clase política dominante igual de marcada por la corrupción y el clientelismo que las de de Madrid, Sevilla o Valencia?
Este humilde artículo no se va a centrar en si Cataluña tiene el derecho de ser un estado independiente. Los argumentos históricos sobrepasan a este comentarista, y tampoco las muchas respuestas a esas cuestiones históricas me interesan demasiado. No preguntemos si puede ser un país, sino si eso es algo deseable en este momento. Parece ser verdad que la Constitución no permite un referéndum como este en una comunidad autónoma de España. Pero imaginemos que sí se pudiera hacer, y que la voluntad de la mayoría fuera aceptada como una expresión democrática legítima. Entonces, ¿qué?
Cataluña no es demasiado pequeña como para ser un estado independiente; tiene recursos económicos suficientes y, desde mi punto de vista, tiene las instituciones e infraestructuras necesarias para intentarlo. Cuenta también, al parecer, con un segmento importante de su población que no se siente representado o que no se encuentra cómodo siendo una región de España. Muchos creen que se harían las cosas mucho mejor en una Cataluña independiente, soberana pero, ¿qué fundamento tiene esa creencia? No cabe duda de que el comportamiento de muchos políticos en España ha derivado en una crisis democrática. Lo que empezó como una protesta minoritaria se ha convertido en un rechazo mayoritario a las dos fuerzas políticas más importantes y, por tanto, a la forma de gobernar que se ha ejercido desde la Transición.
El descontento está perfectamente extendido por todo el país, aunque no por esto debemos menospreciar el aumento del sentimiento independentista entre los catalanes. Pero sí hace pensar que la fuerza de la campaña a favor del derecho a decidir podría ser algo coyuntural. Comencé diciendo que no iba a argumentar que este referéndum no sea válido porque lo diga la Constitución o el Gobierno de Rajoy, pero sí creo que es algo demasiado trascendental como para hacerlo mal, con prisas y sin las ideas claras.
Puedo aceptar que Cataluña se separe del resto de España, pero sí me cuestiono si la realidad de este nuevo país sería muy diferente a la que vive ahora. Y ya que nadie puede decir que sus derechos básicos estén siendo pisoteados a diario por seguir formando parte del Estado español, la pregunta de si una Cataluña independiente tendría más calidad democrática es importante, e incluso decisiva, para aquellos que estén llamados a decidir.
Hágase pues una pregunta, pero no dos. La doble pregunta es una estupidez que solo serviría para quitarle legitimidad a cualquier resultado. Solo existe una pregunta, y es la que en breve van a contestar los escoceses: ¿quieres la independencia o no? En el caso de Escocia, el referéndum corresponde a motivaciones políticas muy claras del Partido Nacionalista Escocés (SNP) que, desde que Escocia recuperara un pequeño grado de autonomía en los años 90, ha ido creciendo en las elecciones legislativas hasta llegar a tener mayoría absoluta.
Desde 1999, los partidos de centro-izquierda de Escocia (el SNP y Labour) han disfrutado de un respaldo abrumador y existe, gane o no el sí a la independencia, un consenso amplio sobre las políticas sociales. El Gobierno escocés se ha desmarcado notablemente de Londres al garantizar la gratuidad de los estudios universitarios y mantener el sistema de salud pública como tal. ¿En qué coinciden CiU y Esquerra? ¿Cómo sería una Cataluña independiente? Y, sobre todo, ¿cómo tener fe en una clase política dominante igual de marcada por la corrupción y el clientelismo como las Madrid, Sevilla o Valencia?
El cambio tendría que empezar desde la Generalitat, que, al margen de problemas de financiación, sí dispone de un grado suficiente de autonomía para marcar claras diferencias con la Administración española. Por esta razón creo que, antes de decidir sobre la soberanía, habría que desarrollar una marca catalana distinta, una forma de gobernar y hacer política cuyas virtudes fueran un verdadero reclamo para que se considerara la conveniencia de un estado catalán independiente. Veamos la diferencia catalana y, luego, que se vote.