Obama, Duterte y el gran Sancho Panza
Los imperios, imperios siempre son. Pero algún trecho hay, por ejemplo, entre la cota cultural del emperador Marco Aurelio y la del presidente de los Estados Unidos: si Obama se hubiera leído el Quijote, de ninguna manera habría visto ofensa en el sutil y donoso "hijo de puta" que le dedicó Duterte, el nuevo presidente de Filipinas.
Los imperios, imperios siempre son. Pero algún trecho hay, por ejemplo, entre la cota cultural del emperador Marco Aurelio y la del presidente de los Estados Unidos: si Obama se hubiera leído el Quijote, de ninguna manera habría visto ofensa en el sutil y donoso "hijo de puta" que le dedicó Duterte, el nuevo y flamante presidente de Filipinas.
Todo se trató de un triste malentendido. Un desencuentro cultural entre dos líderes que nunca han leído la obra cumbre de la Literatura Universal. Solo con el capítulo XIII de la segunda parte del Quijote, Obama hubiese podido eludir el posible sentido ofensivo de las palabritas de Duterte, quedándose con el más edificante y halagüeño.
Allí que estaba Sancho Panza, solazándose con el escudero del Bosque en un "discreto, nuevo y suave coloquio", cuando, explicando cada uno su vida, contó Sancho que tenía una hija a la que criaba para condesa:
No podemos ser esclavos de las palabras, sino diestros emperadores de sus más convenientes sentidos. Eso mismo debió pensar el señor Pott, personaje de Wodehouse en la insuperable Tío Fred en primavera, cuando discutía seriamente con Ricky Gilpin, pretendiente pobre de su adorada hija Polly:
"Ricky: ...Polly me ama.
Pott: ¿Qué le hace pensar tal cosa?
Ricky: Ella me lo dijo.
Pott: Tan sólo se mostraba cortés...".
Evelyn Waugh, en Noticia bomba, también nos trae a un tal Lord Cooper que, las pocas veces que acierta en lo que dice, su hábil subalterno, Mr. Salter, exclama: "Sin duda, Lord Cooper", y cuando se equivoca: "Hasta cierto punto".
"Lord Cooper: Veamos, ¿cómo se llama esa ciudad..., la capital del Japón? ¿Yokohama?
Mr. Salter: Hasta cierto punto, Lord Cooper".
Los jefes, jefes siempre son. Ahí se equivocó Duterte. Pero también se equivocó Obama, le faltó astucia, porque un jefe verdaderamente hábil, si existe la más mínima posibilidad de recomponerlo, sabe convertir incluso aquello que "parece vituperio" por parte de un subordinado todavía sin amansar, en "alabanza notable". En descargo de Obama, también hay que decir que aquí el nombre del filipino jugó muy en contra de la diplomacia. Medio en guasa se quejaba Montaigne de que ya en su siglo XVI se habían perdido los nombres con carácter. Evoca unos cuantos: Grumedán, Quadragante, Agesilán... Esos sí que eran nombres para proferir insultos verdaderamente hirientes... No obstante, un "Rodrigo Duterte", con ese nombre de pila de guerrero campeador, y en el apellido esa erre antes de la te que repiquetea con malicia y acritud, hoy en día ya es más que suficiente para romper cualquier baraja. "¿Quién fue el que dijo de mí?"... "¡Duterte! ¡Fue Rodrigo Duterte!"... Ese nombre pica.
Sin embargo, mal también por parte de los asesores del presidente filipino, estuvieron lentos de reflejos, y para colmos se les ocurrió pedir unas disculpas imposibles ("lamentamos que los comentarios se hayan entendido como un ataque personal al presidente de los Estados Unidos"), en lugar de tomar el bello atajo literario que les ofreció Cervantes con cuatro siglos de antelación.
Todo es por falta de lecturas. Si hubieran leído la Retórica de Aristóteles, sabrían que "hay que presentar al que es iracundo y furioso como franco, al arrogante como magnificente y digno, y a cuantos muestran algún tipo de exceso como si poseyeran las correspondientes virtudes", y si hubieran leído el Quijote, mucho mejor todavía: alegando su vinculación histórica con España, se habrían podido escudar en palabrerías multiculturales del "respeto a la tradición", o lamentarse de supuestas zancadillas de "sabios encantadores" enemigos suyos.
Muy mal Obama. Si de verdad hubiera leído el Quijote (Marco Aurelio hoy lo tendría bien leído), más adelante en ese mismo sabroso coloquio de los dos escuderos se habría encontrado con otro claro ejemplo de "achaques de alabanzas", el cual demuestra, además, la habilidad y presteza que tenía Sancho para aprender lo que conviene: