¡Que se mueran los gordos!
Hace unos días leíamos una noticia inquietante: la sanidad inglesa se planteaba discriminar (y excluir, llegado el caso) a obesos y fumadores del sistema sanitario público. Según el servicio sanitario, la medida tiene como objetivo inducir a que el ciudadano se preocupe y cuide de su propia salud, por responsabilidad con él mismo y con los demás.
Hace unos días los medios de comunicación vertían una noticia inquietante: La sanidad inglesa se planteaba discriminar (y excluir, llegado el caso) a obesos y fumadores del sistema sanitario público. Según la gestora de la entidad sanitaria, la medida tiene como objetivo inducir a que el ciudadano se preocupe y cuide de su propia salud, por responsabilidad con él mismo y con los demás. Aunque, bajo esa paternal excusa, parece claro que se esconde el afán contumaz y despreciable del estado, del poder, de quien corta el bacalao, por ahorrar en gastos, aun a costa de la salud de las personas.
Cuando todo es un negocio, la estrategia para asumir lo inasumible se vuelve perversa: convencer al ciudadano de que la responsabilidad sobre su salud y bienestar es suya, por su bien y por solidaridad con el resto de la ciudadanía. Si lo convences de que en coyunturas económicas como la actual no hay dinero para todo, puedes culpabilizarle de sus hábitos y justificar ante la sociedad iniciativas como esta. El propio ciudadano las admitirá como razonables, tachará al gordo y al fumador de culpables y los responsabilizará de su propio deterioro. Y de ese modo, el enfermo, además de serlo, pasará a ser una víctima más de este sistema perverso.
Lo lógico sería que si se trata de un problema de salud pública y del gasto sanitario derivado, se actuara contra las multinacionales tabacaleras y alimentarias, e incluso se prohibiera definitivamente el consumo de determinados alimentos y del tabaco. Sin embargo, como la lógica y el negocio no van siempre de la mano, con la hipocresía que caracteriza a los estados, es más fácil culpabilizar al consumidor que renunciar a los enormes beneficios que les procura este tipo de productos en forma de impuestos.
No es una cuestión únicamente económica; ni tan siquiera sólo de salud. Hablamos de derechos y de libertades, y de nuestra renuncia a los mismos cuando admitimos a trámite planteamientos sibilinos como estos. Tú eres el dueño de tus lorzas y de tu aspecto. Tienes soberanía sobre tu cuerpo y lo que hagas con él. Y cuidarse está bien, muy bien, pero ni es un deber ni un compromiso con el resto de la sociedad. La salud es un derecho reconocido, no una obligación. Y el estado es quien tiene que poner las condiciones y velar para que ese derecho se desarrolle en plenitud.
Lo cierto es que la noticia pasaba sin apenas llamar la atención, casi de puntillas, flotando sobre las idas y venidas de Ritas y Barberás aforadas y floreciendo como un sándwich mixto; de Rajoys y Riveras haciendo manitas en investiduras fallidas; de Sorias con billetes de ida y vuelta desde la desvergüenza o de Bárcenas retirando acusaciones y soñando con eludir su san Martín.
Tal vez por todo ello, y porque creemos que el condado de York nos queda lejos en latitud y en actitud, no somos conscientes del alcance de semejante atropello. Pensamos inocentemente que aquí en España los gordos no acumulamos la grasa suficiente para que nos castiguen de una manera tan cruel. Sin embargo, la idea ya está lanzada y sobrevuela amenazadora sobre nuestras cabezas. Porque no lo dudemos, los tiros pueden sonar distantes, pero como en tantas otras ocasiones, terminan siempre por alcanzarnos. Podemos ocupar camarotes de popa o de proa; dormir en la bodega más profunda o en primera clase, pero, por desgracia para el ciudadano, viajamos todos en el mismo barco: el del neoliberalismo, el rostro más gore y depredador del capitalismo. Ese que lo devora todo; porque todo, incluida la salud, es un negocio calculado para saciar su hambre de beneficio.
Estas cosas empiezan como empiezan, pero no se sabe nunca cómo acaban. Aquí son hoy los gordos y los fumadores, pero, quién sabe, hay ministros de finanzas japoneses que han llegado a pedir a los viejos que se den prisa en morir,... por solidaridad con quienes han de pagar sus medicinas. Así que, nosotros mismos.
La edad media tuvo sus cilicios de alambre y cuero. Hoy el mundo desarrollado tiene los propios, entre ellos la belleza y la salud. Todos han sido y son látigos con los que fustigarnos, formas más o menos sutiles de mortificar la carne, mantras con los que espolearnos. Y sin duda, formas perfectas de control social para aceptar sumisos la renuncia a nuestra propia libertad.
Hay que estar al tanto pues de que no nos la metan doblada y sin darnos cuenta. En cualquier caso, no está de más cuidarse, por gusto que no por obligación; porque nos vemos más guapos y nos sentimos mejor; porque nos lo merecemos, sin más. Y para ello, nada mejor que esta recetilla: Ligerito de salmón, el montadito que te hará volar por su sabor y por su grácil levedad. Un bocado que combina como ninguno la untuosidad del pesto, la ligereza del tomate y la berenjena y la exquisitez del salmón. Una receta ligera, llena de color y sabor, sana y equilibrada que convertirá su disfrute en un auténtico placer alejado de la tiranía de los quilos.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 2 chapatas pequeñas.
- 200 g de salmón (de la cola y sin piel).
- 1 berenjena grande.
- 1 tomate grande.
- 4 cucharadas de pesto.
- 1 bolsa pequeña de quicos.
- Sal y pimienta.
- Aceite de oliva virgen extra.
- 4 o 5 cucharadas de salsa de soja.
- La ralladura de ½ lima y su zumo.
ELABORACIÓN
- Corta en trozos pequeños el salmón, salpimiéntalos y mézclalos con la ralladura de la lima y su zumo, la salsa de soja y un chorrete de aceite. Tapa y deja reposar en la nevera unas horas.
- Pica los quicos en la batidora. Debe quedar una harina gruesa.
- Corta la berenjena longitudinalmente, hazle unos cortes a la carne en forma de rejilla, salpimienta, échale unas gotas de aceite e introdúcela tapada al microondas durante 10'-11' o hasta que esté hecha (compruébalo pinchándola). Una vez fría, extrae la carne y pícala con el tenedor, rectifica de sal y añádele un hilillo de aceite. Reserva.
- Lava el tomate y córtalo en lonchas finas. Sala y reserva.
- Reboza los trozos de salmón en la harina de quicos y ve sofriéndolos. Deben quedar dorados, pero cuidando de no quemar el rebozado. Pasa por papel absorbente para eliminar el exceso de grasa.
- Abre las chapatas y tuéstalas en la tostadora ligeramente (apenas los filos y dorar su superficie).
- Emplatado: Extiende sobre el pan una cucharada de salsa de pesto. Sobre la misma unas rodajas de tomate, encima la berenjena y culminando los trozos de salmón bien dispuestos.
Sencillo y delicioso. A disfrutar.
NOTA
Si lo prefieres, utiliza otro tipo de pescado más suave, como la merluza; también le queda muy bien. Si no quieres moler los quicos, puedes comprar harina de maíz. El resultado es similar, pero con los quicos molidos queda más crujiente y su sabor ahumado le da un toque diferente y buenísimo al pescado.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: A quién le importa. Bebe.
Para la degustación: Depende. Jarabe de palo.
VINO RECOMENDADO
Flavium, tinto. DO Bierzo.
DÓNDE COMER
A mesa llena y como 'entradilla' de una pitanza monumental, si es que es eso lo que deseas. Y en cualquier caso, con ésta bien vestida, haciendo los honores a un bocado tan vistoso como exquisito.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Poca cosa, si no te has tirado después dos horas más comiendo. Es un placer ligero, así que con cuatro aspavientos alabando sus virtudes (o las tuyas) será ejercicio suficiente.