¿Qué pasaría si volviéramos a la peseta?

¿Qué pasaría si volviéramos a la peseta?

Menuda nos colaron el 1 de enero de 2002 con la entrada del euro y los cuentos de una moneda común en una Europa unida. Nos propusieron matrimonio, pero sin posibilidad de divorcio, y aceptamos sin saberlo, aunque la convivencia fuera un infierno; y nada más comenzar a vivir juntos ya nos empobrecimos por encima de nuestras posibilidades.

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En estos días en los que tanto se ha hablado del abandono de Grecia de la zona euro y las consecuencias suicidas que supondría la vuelta al dracma para su economía y la ciudadanía, en caso de elegir soltar la mano caritativa de los dioses protectores del Olimpo europeo, me he preguntado qué sería de nosotros si volviésemos a la peseta.

Desde luego, después de ver cómo ese Zeus llamado Alemania le ha tendido la mano a Grecia mientras al mismo tiempo le pisaba el cuello -y el resto de diosecillos menores la mantenían sujeta al suelo-, sería para pensárselo. Si después de tanto paripé, de tanto órdago a grandes y a chicas, han decidido no cruzar el Rubicón, qué negro lo habrá visto Grecia y qué averno de pobreza tan grande habrán intuido para asumir la humillación, al menos de cara a la opinión pública, de un despiadado, despreciable y omnipresente Olimpo europeo.

Debe dar auténtico pánico asomarse al abismo del infierno financiero. Al menos, solo. Al menos, sin Europa. Dicen que es la debacle: lo primero que sucedería sería una fuga de capitales impulsados por el pánico, y acto seguido, el Gobierno, para evitar la parálisis financiera, pondría restricciones a la retirada de dinero, es decir montaría un corralito financiero. ¿Cómo nos afectaría? Pues aunque tuviéramos dinero en el banco (toda una proeza en los tiempos que corren), no podríamos acceder a él o lo haríamos con cuentagotas, que es lo primero que hizo Grecia ante el anuncio de las elecciones. Y lo peor, la nueva moneda se depreciaría, con lo que seríamos tanto más pobres cuanto mayor fuera su pérdida de valor respecto al euro, pérdida estimada entre un veinticinco y un cincuenta por ciento. Es decir, que todo lo que poseyeras valdría muchísimo menos, aunque la deuda contraída por haberlo obtenerlo seguiría siendo la misma, al estar en euros. Prácticamente todos los ciudadanos estaríamos condenados al impago, del mismo modo que el Gobierno y las grandes empresas que se financian en el exterior, lo que se conoce en el argot financiero como default. Eso sí, mejorarían las exportaciones y el turismo; jo, qué suerte.

Menuda nos colaron el 1 de enero de 2002 con la entrada del euro y los cuentos de una moneda común en una Europa unida. Nos propusieron matrimonio, pero sin posibilidad de divorcio, y aceptamos sin saberlo, aunque la convivencia fuera un infierno; y nada más comenzar a vivir juntos ya nos empobrecimos por encima de nuestras posibilidades. Así, sin vaselina ni antidepresivos. Y de este modo, de un día para otro, el café que costaba cien pesetas pasó a valer un euro, y el menú de mil mesetas pesetas pasó a costar doce euros, del mismo modo que una barra por la que pagábamos 30 pesetas se cotizaba después a 0'85 euros. Y no fue sólo el comercio quien infló los precios, que el Estado no perdió un segundo en unirse a la fiesta de subir el precio a sus servicios. Claro que, como no llevábamos tarjeta de equivalencias, ni nos enteramos. Éramos unos felices infelices que a duras penas llegaban a fin de mes. Porque, eso sí, ninguna nómina pasó de 100.000 pesetas a mil euros, que hubiera sido el trueque justo.

Y es que las cosas suenan mejor en decenas, centenas o millares que en unidades. O al menos, se entienden más rápido. No es lo mismo pagar por un piso 240.000 euros que cuarenta millones de pesetas; o tres euros por un botellín de cerveza, en lugar de quinientas pesetas. Vamos, que si te dice un camarero hace unos años que le dieras medio talego por el tercio, las carcajadas se iban a oír por toda la provincia.

La verdad es que uno no puede dejar de recordar con cierta nostalgia aquellos tiempos en que salir con cinco mil pesetas en el bolsillo te permitía alcanzar la madrugada con relativa solvencia y daban más seguridad a tu cartera que un mascachapas a la puerta de una discoteca. Casi lo mismo que los treinta euros que suponen al cambio hoy en día. Porque el euro, además de una nueva moneda, supuso un cambio de época que nos hizo pasar del "¡Esta ronda la pago yo!", así, con alegría y sin miramiento, al "Que cada uno se pague lo suyo, que no veas lo que cuesta aquí una caña", a la velocidad del rayo.

Afortunadamente, ya nadie cuenta en pesetas ni traduce el precio de lo que paga a pesetas. Ni siquiera los más viejos del lugar. Ha sido una adaptación forzosa por una cuestión de salud mental: correríamos el riesgo de ser ingresados en urgencias de un ataque de ansiedad (o indignación) provocado por el susto que nos llevaríamos.

Y es que al final va ser por eso por lo que ningún Estado quiere abandonar el euro: porque con esa enorme magnanimidad de la que hacen gala, sólo miran por nosotros y nuestra salud mental, no vayamos a llenar los hospitales ahora que andan escasos de personal.

En fin, que sí, que nos la colaron bien con el euro, y ahora ya no podemos hacer nada. Igual que se la han colado a estos pimientos, pero en este caso con más miramiento; y por supuesto, con mucho mejor gusto: Pimientos sodomizados de tortilla de patatas. Unos pimientos que guardan en su interior la tradición de un plato por excelencia de nuestra cocina, como lo fue de nuestra economía la peseta durante tantos años. Lleno de cabo a rabo; aprovechando hasta el último céntimo. Una tortilla como las de siempre, pero presentada de forma diferente y que, combinada con el color y el sabor intenso del pimiento, no dejará indiferente nadie que se siente delante de ella.

Que los disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 4 pimientos verdes italianos.
  • 2 patatas.
  • 1 cebolleta.
  • 2 huevos.
  • Aceite de oliva virgen extra para freír las patatas y la cebolla.
  • Sal.
  • Una pizca de romero (opcional).

ELABORACIÓN

  1. Lava y corta en trocitos las patatas y la cebolleta. En una sartén, con abundante aceite, sofríelo todo hasta que quede bien pochado. Añade sal al gusto y la pizca de romero.
  2. Cuélalo del aceite y deja que se enfríe. Es muy importante que se enfríe la mezcla. Si no, a la hora de incorporar los huevos, estos se cuajarán. Bate los huevos e incorpóralos. Remueve bien para que quede una mezcla homogénea.
  3. Lava los pimientos, córtales la parte superior y elimina todas las semillas. Rellénalos con la mezcla procurando que se reparta perfectamente por su interior.
  4. En el mismo aceite donde hemos hecho las patatas y la cebolla, los sofreímos, dándoles la vuelta con frecuencia, para que se hagan bien y procurando que no se salga la mezcla. Cuando la tortilla cuaje, ya están. Retirar, pasar por papel absorbente y servir.
  5. Emplatado: sírvelos enteros o cortados en rodajas, espolvoreados de escamas de sal.

Umm, sencillísimo, exquisito y por dos pesetas.

NOTA

Si los pimientos son muy grandes, utiliza una patata y un huevo más. Puedes preparar tu tortilla como más te guste y rellenarlos posteriormente; con calabacín y patata, por ejemplo, queda buenísimo también. Una vez hechos, envueltos con finas lonchas de jamón serrano y cortados posteriormente, quedan exquisitos.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: ¡Adiós!, Jorge Marazu

Para la degustación: Si tú te vas. Platero y tú.

VINO RECOMENDADO

Los Molinos, tempranillo tinto 13. DO Valdepeñas

DÓNDE COMER

Lo miremos en euros o en pesetas, aún hoy, ir a la playa o a la montaña es gratis (salvo exclusivas excepciones). Así que en mesita de camping, silla plegable y bajo sombrilla o toldo, que éste es plato muy de pasear en fiambrera y compartir, que siempre te dejará de maravilla allá donde lo pongas.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Levantarte de la silla y pasear a buen paso por la orilla de la playa o la montaña será faena suficiente que mantenga la lorza a raya, además de todo un placer.