Los intereses de Rusia en Siria, viejos sueños imperiales

Los intereses de Rusia en Siria, viejos sueños imperiales

La ayuda del Kremlin a Al Assad se ha explicado acudiendo a los intereses económicos, o las ventas de armamento. Tampoco hay que olvidar el deseo de Moscú de mantener el uso de la base naval del puerto de Tartus.

En los últimos meses, Moscú ha sido el fiel aliado del régimen sirio y quien le ha protegido de sufrir un mayor castigo de la comunidad internacional por la dura opresión de los opositores.

La ayuda del Kremlin a Al Assad se ha explicado acudiendo a los intereses económicos, o las importantes ventas de armamento. Son dos factores claves, pero tampoco hay que olvidar el deseo de Moscú de mantener el uso de la base naval del puerto de Tartus.

Recientemente, tal y como se apunta en este artículo de la BBC, Tartus es una base de dimensiones limitadas. Difícilmente comparable con la de la Sexta Flota de Estados Unidos en Nápoles, o las británicas en Chipre. Alberga a unos 50 marineros, y es más un punto de suministro que una verdadera instalación militar para albergar un gran destacamento de manera permanente. Pero para el Kremlin tiene una gran importancia aunque sólo sea simbólica, y buena en parte, se explica por las viejas políticas imperialistas de los zares.

 

Puerto de Tartus. Fuente: Google Earth.

Tartus está en la costa siria y es la única instalación militar fuera del espacio de la antigua Unión Soviética que Rusia aún mantiene operativa, comenzó a utilizarla en 1971 cuando incrementó la cooperación militar con Damasco en el marco de la Guerra Fría. Se trata de un puerto en aguas calidas (warm water port), un concepto importante en geopolítica, ya que se supone que puede utilizarse todo el año para fines estratégicos y/o comerciales. Además, es una base en Oriente Medio y en el Mediterráneo Oriental, una zona donde los intereses rusos están creciendo en lugares como Chipre y para contrarrestar la influencia estadounidense.

Esta obsesión de Rusia por los puertos en zonas cálidas se remontan a los tiempos de el zar Pedro el Grande (que gobernó entre 1682 y 1725), el hombre que convirtió al país en una gran potencia europea, con su política de reformas y la expansión territorial.

Para este soberano, la debilidad de Rusia era que se trataba de un país contintenal sin grandes accesos a los océanos, por lo que una de las claves de su estrategia era conseguir puertos que estuvieran abiertos a la navegación todo el año. Así se garantizaba el acceso a las rutas comerciales mundiales, un aspecto indispensable para convertir a Rusia en una potencia mundial. Además, se podría proyectar la fuerza de la flota rusa allí donde fuera necesario para proteger los intereses nacionales.

 

Retrato de Pedro El Grande, de Paul Delaroche. Fuente: Wikicommons.

En este sentido, la política de expansión Rusia desde el siglo XVIII siempre siguió esta pauta: avanzar hacia los mares y océanos (Báltico, Negro, Pacífico, e Índico vía Asia Central y Persia). En época soviética, se mantuvo esta dinámica de buscar bases navales y es cuando el Kremlin obtuvo un mayor éxito. Durante la Guerra Fría los barcos de la URSS dispusieron de bases en diversos puntos del globo, y en especial en Oriente Medio y en el Índico.

En cambio, la caída del régimen soviético obligó a abandondar la mayoría de estas bases, y sólo se pudo mantener Tartus. Por todos estos motivos, para el Kremlin es un importante activo estratégico pese a su tamaño limitado. El deseo de Moscú es desarrollar sus instalaciones para albergar los buques insignias de la marina rusa. Pero también es el recuerdo de que aún mantiene cierta fuerza imperial. Al fin y al cabo, Vladimir Putin ha apostado desde 1999 por recuperar la influencia internacional de Rusia, y nunca ha ocultado que uno de los gobernantes que más le han inspirado ha sido Pedro el Grande.