Yo también tengo miedo, París
Supongo que, como las reglas mandan, no me queda más remedio que empezar pidiendo perdón. En realidad no sé de qué ni por qué, pero aunque sea por haber nacido en un país musulmán, por hablar el idioma del islam o porque llamándome como me llamo ya sé lo que me espera, me siento obligada a decir: lo siento. Pido perdón a todas las víctimas que vieron interrumpidas sus vidas por parte de asesinos que, justificándose en cualquier estupidez, decidieron matar por matar.
Supongo que, como las reglas mandan, no me queda más remedio que empezar pidiendo perdón. En realidad no sé de qué ni por qué, pero aunque sea por haber nacido en un país musulmán, por hablar el idioma del islam o simplemente porque llamándome como me llamo ya sé lo que me espera, me siento obligada a decir: lo siento. Pido perdón a todas las víctimas, muertos y heridos, que el viernes vieron interrumpidas sus vidas por parte de unos desalmados y asesinos que, justificándose en cualquier estupidez, decidieron matar por matar.
No hay ninguna razón: ni religiosa, ni política, ni social, ni familiar... ni por venganza ni por fanatismo, que justifique una acción como la de París, como la del Líbano o como la de todos los días en Irak, Siria, Yemen, Egipto, Libia, Indonesia o cualquier otro país del mundo que se ha visto azotado por el terrorismo que dice actuar porque "Alláh es grande".
No voy a decir el famoso "nadie asesina en mi nombre", porque primero a nadie le importa si sigo una religión u otra, en caso de que siga alguna de las existentes, y porque asesinar, quitarle la vida a alguien, no tiene justificación, no tiene nombre, ni tiene comunidad. O no debería. Pero aún así, reitero: lo siento, por no haber hecho nada, también lo sé, pero debo hacerlo porque sé que seré de los que pagarán las consecuencias. Y eso, de veras, asusta. Mucho.
Simplemente, quiero decir que yo también tengo miedo porque en mi pasaporte, en ese maldito documento que parece definir quién soy, aparece escrito un nombre árabe y musulmán. Puedo ser más o menos religiosa, puedo rechazar y luchar contra el terrorismo, puedo denunciar a diario las atrocidades que las víctimas de grupos como Daesh o Al Qaeda viven bajo el asedio, puedo hacer lo que se me permite para colaborar a frenar esta desgracia que acecha el mundo, pero no importa, nada me salva, y por eso yo también tengo miedo.
Temo viajar algún día en un tren, en un avión, andar por la calle, ir al teatro, estar de compras, ir a ver un partido de fútbol o simplemente estar tomando el sol en la playa y que aparezca un loco con un kalashnikov y me dispare a mí y a los que me rodean. Tengo miedo a ser asesinada y a ver morir inocentes a manos de gente que, para colmo, dice matar en nombre de un Dios que la historia ha ligado a mi nombre, a mi país de origen, a mi idioma, y por ende, a mi vida.
Tengo miedo a que políticos y jefes de Estado sigan reuniéndose porque dicen defender mis derechos y luchar contra el terrorismo que pone en riesgo mi vida, pero luego no hacen nada más que alimentar la locura de los que siembran el terror. Bombardean los países bajo el poder terrorista, pero no matan terroristas, sino que les dan razones para que justifiquen su locura. ¿Tan difícil es acabar con decenas de miles de extremistas? ¿Tan complicado es dejar de fomentar esto? ¿Quién tiene realmente la culpa de lo que está pasando? Sinceramente, me da igual quién tiene la culpa, no quiero optar por teorías de la conspiración ni por la lógica surrealista que día a día vemos en las noticias, y no entendemos nada.
¿Pero saben a lo que realmente tengo miedo? Tengo miedo a las miradas de odio, de asco, de rechazo, de xenofobia, de terror, de acusaciones y de repugnancia, que sé que me voy a encontrar en las calles de Europa hoy, mañana, y cada vez que un suceso de estos tiene lugar en esta, la misma Europa democrática y libre en la que vivo.
Al fin y al cabo, las víctimas del terrorismo parecen cotizar en el mercado de valores. Cuando Daesh o Al Qaeda, o llámese un grupo terrorista X, asesinaba a cientos de civiles cada día -yazidíes, kurdos, cristianos o musulmanes, o simplemente civiles- a nadie le importaba. Hacíamos la vista gorda porque total, eso nos pilla lejos y son ellos los que se pelean entre sí. A nadie se le movía ni un pelo de la cabeza, nadie proclamaba "Je suis Syrie et Iraq", "Je suis Sinyar", "Je suis Ramadi" o "Je suis Raqqa" (me gustaría ver la cara de los que ahora mismos se estén preguntando qué es eso de Sinyar, Ramadi, o Raqqa).
Por eso, me ha quedado claro que, a pesar de que ahora también han muerto civiles inocentes, estos valen más, son franceses, son de nacionalidad europea, la sangre que corre por sus venas no es la misma que la de los sirios, afganos, iraquíes, paquistaníes o yemeníes. Es de otro color, y su pasaporte también es de otro color y valor.
Pero no importa, esa no es la cuestión ni es el problema, eso simplemente era un apunte a la hipocresía que vive un mundo envenenado, clasista y egoísta. Era un apunte a lo que, de una manera u otra, ayuda a derrumbar las bases de la convivencia en Europa que tanto costó crear, si es que alguna vez llegó a crearse.
En fin, sigo teniendo miedo. Sigo asustada porque la próxima vez que coja un vuelo el policía del aeropuerto me lanzará una mirada de sospecha, sigo teniendo miedo a ser trasladada a una sala donde vaya a ser interrogada porque en mi pasaporte aparece un sello de algún país árabe. Tengo miedo a no poder ser atendida como un ser humano más, a poder compartir un piso con alguien porque "no vaya a ser que lo utilice para despistar a la policía", tengo miedo a ser señalada, a ser objeto de desconfianza o asustar a los demás. Tengo miedo a ser una traba para la convivencia.
Me atemoriza la idea de sentirme rechazada o maltratada por mi aspecto, por mis orígenes, por mi nombre, por mi familia, por hablar árabe o porque unos terroristas decidieron matar en nombre del islám. Digo tengo miedo, pero en realidad somos muchos los que tenemos miedo de las consecuencias de lo que ocurrió en Paris. Digo esto, y también repito otro lo siento, por los libaneses, o los iraquíes, o los sirios, porque sus vidas no harán que yo sufra más racismo, ellos no lo valen. Y eso ha quedado claro.
Somos una comunidad, sí, llamémosla así, porque en esto si que siento formar parte de una Umma. Somos mayoría los que nada tenemos que ver con esto, que lo condenamos y lo rechazamos, que no queremos sufrir sus consecuencias, que si nos piden que luchemos contra ello, y nos dicen cómo, lo haremos. Nosotros no somos unos desalmados por llamarnos Fatima o Mohamed, no somos terroristas vistamos lo que vistamos, hablemos el idioma que hablemos, o tengamos una tendencia sexual u otra. No queremos ver morir a nuestros amigos, a nuestros vecinos, al señor de la carnicería que nos saluda todas las mañanas, ni a la pareja que celebraba el 13 de noviembre su aniversario en ese restaurante melancólico de Paris.
Y sí, pido perdón pero porque como ciudadana de este mundo no he podido evitar la masacre de ayer, ni las anteriores a ella, que se han cobrado la vida de cientos de miles de civiles inocentes, pero tengan claro también que no por creer en Alláh se es terrorista y se tiene el poder de asesinar; ni por dejar de hacerlo, por no creer, me convierto en una infiel que merece morir. Nosotros no tenemos la culpa de su locura, y ellos son simplemente terroristas, nosotros somos civiles inocentes.