Turquía y la nostalgia otomana
En pocos meses, las preguntas sobre la orientación internacional de Turquía, la progresiva islamización de la sociedad impulsada por el presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan, y el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), así como el evidente endurecimiento de la política doméstica, se han hecho más frecuentes y desconfiadas. ¿A dónde va Turquía?
En pocos meses, las preguntas sobre la orientación internacional de Turquía, la progresiva islamización de la sociedad impulsada por el presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan, y el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), así como por el evidente endurecimiento de la política doméstica, se han hecho más frecuentes y desconfiadas. ¿A dónde va Turquía?, es un tema a menudo abordado en círculos occidentales; coincidiendo con las expectativas y los conflictos suscitados por las revueltas árabes desde 2010, los movimientos de Ankara, especialmente ante la guerra en Mesopotamia, han contribuido a que Turquía pierda en buena parte esa categoría que al menos en Occidente se le otorgaba; la de nación en desarrollo, con democracia efectiva, capacidad y voluntad de conciliar el Islam y el laicismo, la democracia y el buen gobierno.
País de enlace entre la Alianza Atlántica y Oriente Medio, Turquía ha figurado como ejemplo para los países que en esta etapa se han librado de la dictadura, reinterpretan el mensaje islámico, aspiran a un sistema justo y al respeto a los derechos humanos. Como ocurrió con Turgut Ozal (1927-1993), primer ministro y octavo presidente de la República y después con el presidente Erdogan, con la desaparición de la Unión Soviética entonces, y hoy con los graves sucesos que perduran en Oriente Medio, parece como si Turquía fuera incapaz de digerir tal atracón de historia, primero con Asia Central y ahora con un Oriente Medio convulso. En una perspectiva de inestabilidad impredecible, violencia constante y alianzas movedizas, siempre se consideró que Turquía constituía un valiosísimo factor de control y de estabilidad, un modelo para las naciones musulmanas de Oriente Medio y de Asia Central.
Pero ante situaciones y comportamientos no se excluye la posibilidad de que Turquía se vea arrastrada en los numerosos conflictos regionales, que no consiga orientarlos ni mantenerse ajena a las turbulencias que padecen los vecinos. De momento, resultaría que la Turquía del presidente Erdogan y del primer ministro Ahmet Davotoglu mantiene una actitud más bien favorable frente al Estado Islámico, ambigua respecto a la Coalición Internacional, positiva en relación con los Hermanos Musulmanes. Pese a numerosas advertencias, nunca ha implantado un firme control fronterizo, contribuyendo a facilitar el libre tránsito de yihadistas hacia Siria e Irak, y a que el país albergue al menos un millón seiscientos mil refugiados sirios. No ha facilitado el uso de sus bases aéreas para los bombardeos de las posiciones del Estado Islámico, ni permitido que sus tropas intervinieran junto a los peshmergas para la liberación de la ciudad fronteriza de Kobane.
Distanciamiento de Occidente
La posición de Turquía en la Alianza Atlántica ha adquirido una gran pasividad, su Gobierno se ha distanciado de los Estados Unidos y de la Unión Europea, se ha abstenido en la imposición de sanciones a Rusia por la cuestión de Ucrania, o contra Irán por la cuestión nuclear, ha tenido serios roces con Israel y, en definitiva, ha adoptado una política exterior reticente, muy rígida frente a la protesta interior. La nación musulmana favorita de Occidente recibe hoy opiniones mucho menos favorables, mantiene relaciones superficiales con la mayoría de las naciones árabes, exceptuando Qatar y el Gobierno Regional Kurdo de Irak, como si se tratara de un país ensimismado con sus problemas, abrumado por los terremotos políticos o en espléndido aislamiento, en un panorama regional que requeriría actuaciones mas determinadas y voluntariosas por parte de una potencia de tanta categoría y entidad como las que Turquía tiene.
Sin embargo, con Erdogan, Abdullah Gull, undécimo presidente de la República y Davotoglu, desde 2002 y hasta 2010 las actuaciones de Turquía prometían mucho respecto a la Europa Comunitaria, Asia Central y Chipre, con una declarada proyección occidental y buenas relaciones con la Siria de Al Assad y la Libia de Gaddafi. Sin problemas con los vecinos, con un gran prestigio internacional Turquía emitía una de las pocas luces de posición en un mapa regional en tinieblas. En esos años con el AKP al frente del país, se intensificó la cooperación económica, Turquía abrió sus fronteras y eliminó visados, todo ello con la voluntad de acrecentar la confianza universal, especialmente ante las naciones que pertenecieron al ámbito otomano. En posición tan ventajosa se presentó Turquía ante las turbulencias árabes como modelo que imitar, paradigma del Islam moderado, tolerante e ilustrado en la mejor tradición otomana y sunita que Ankara resaltó como herencia inexcusable en la Turquía moderna. Pero ya el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Davotoglu, apostó por los Hermanos Musulmanes, que según sus análisis, llegarían al poder y se mantendrían en él. Al apoyarlos, Turquía se convertiría en el país líder de Oriente Medio.
Apreciación que se ha considerado equivocada o exagerada, carente de finura, dada la complejidad de la región y la particularidad de cada país, el enrarecimiento progresivo del panorama regional a partir de 2010 se correspondería con el enrarecimiento observable en el pensamiento y las actuaciones de Erdogan y su equipo del AKP; sin embargo, en las próximas elecciones parlamentarias, próximo mes de Junio, muy probablemente obtendrán su novena victoria electoral, sin interrupción en 13 años. En las presidenciales del 10 de Agosto pasado, Erdogan se convirtió en el duodécimo presidente de la República, sucediendo y marginando a Abdullah Gull, logrando el 51,7 % de los votos en la primera vuelta. Para los próximos comicios se le augura una victoria tal vez insuficiente como para imponer reformas constitucionales y un auténtico sistema presidencialista de gobierno; siguiendo una evolución política que ya se compara a la de Putin, hacia una democracia centralizada y autoritaria con el control presidencial de las instituciones, la judicatura, los medios recomunicación, los sindicatos, etc.
Putin como modelo
El tandem Putin-Medvedev se ha comparado al de Erdogan-Davutoglu: con el programa de la llamada Nueva Turquía del presidente Erdogan y el AKP, en que se busca redefinir el lugar de Turquía en el mundo, con el recurso a la herencia otomana y el apadrinamiento del Islam sunita, se actualiza una visión que ya surgió con la desaparición de la Unión Soviética, ante la sorprendente emergencia de todo un mundo turco hasta entonces de difícil acceso desde los Balcanes hasta Siberia y China; una visión que favorecería la posibilidad de una Turquía convertida en potencia global, neotomana y sunita, ambas cualidades necesitadas de recuperación y refuerzo. Desde los tiempos de Turgut Ozal, con la nostalgia otomana se imaginaría una Turquía que no es un Estado-Nación cualquiera, sino el núcleo que revitalizar de la civilización otomana y musulmana sunita, el centro que con su proyección cubra el inmenso vacío de poder y de cultura provocado por la desaparición del Imperio Otomano.
Pero no sólo Turquía está rodeada de países vecinos con problemas delicados y situaciones muy complejas de inestabilidad y subversión, con actores no estatales peligrosos y tribus anárquicas. También lo está por potencias regionales como Irán y Arabia Saudí y en el área de influencias de superpotencias como Rusia y China, que a su vez rodean a Turquía, la condicionan y compiten con ella eventualmente. De momento no parece que Turquía pueda realizar un gran proyecto regional ni que se desenvuelva con habilidad en un paisaje potencialmente muy destructivo sin contar con la alianza con los Estados Unidos, la Unión Europea y la Alianza Atlántica.
Erdogan y su partido siguen contando con la confianza de la mitad de su población, la que compartiría su visión del mundo y se beneficia de los resultados económicos y sociales de su política. Parece que el AKP habría alcanzado ya, y en base a repetidas victorias electorales, la saturación del voto que se estima en 20 millones. No obstante, los planes de Erdogan para la reforma constitucional y el sistema presidencialista requerirán al menos 330 escaños de una totalidad de 550. Extrapolando los resultados obtenidos en diversas elecciones, se estima que el AKP obtendría en las parlamentarias de junio tan solo 290 escaños, lo que en consecuencia le haría necesario obtener la mayoría absoluta o recurrir a alianzas postelectorales.
Desde los incidentes del Parque Gezi en Estambul, verano de 2013, se ha deteriorado de manera sustancial la reputación de Erdogan, los vientos políticos y económicos ya soplan de una manera menos favorable, se ha denunciado su comportamiento errático y autoritario en medios judiciales, militares y periodísticos, han proliferado escándalos y, en fin, se vislumbra la evolución islamista y neotomana con un proyecto nacional cada vez mas alejado del de Kemal Attaturk, que presidió la formación de la República Turca, laicismo y Occidente; pero también la Turquía de Erdogan se estaría alejando de Occidente, cuyo anclaje era para Turgut Ozal, pero al parecer no para Erdogan, la condición necesaria a la expansión neotomana, plenamente compatible con ella, no contradictoria, como la valoraría Erdogan. Ha sido implacable con sus rivales políticos reales o imaginarios como Fetullah Gulen y Abdullah Gul, no se excluye su ruptura con Davutoglu, o que su tendencia a monopolizar y personalizar el poder hasta cualquier límite, llegue a provocar escisiones graves en su partido AKP. Especialmente si deja de gozar de esos sonoros triunfos electorales, o si en las próximas elecciones parlamentarias de junio solo obtiene el 40 % de los votos.