¿Voto rogado o voto robado? La solución está en Soria
Aunque pueda parecer increíble, desde enero de 2011, los expatriados españoles no formamos automáticamente parte del censo electoral, sino que hemos de pedir a la Junta Electoral de la zona en la que estemos inscritos (en mi caso, Tarragona) que nos incluyan en el censo, lo que se conoce como voto rogado.
Ayer deposité de nuevo un voto en una urna después de casi siete años y medio sin hacerlo. Al lector predispuesto a juzgar duramente mi incívico abstencionismo, le emplazo a que lea este post hasta el final antes de juzgarme con demasiada dureza.
En primer lugar, cabe señalar que llevo casi seis años viviendo en el extranjero, y que todas las citas electorales que se han producido y en las que tenía derecho a votar (dos europeas, unas generales y nada menos que tres catalanas) me han pillado viviendo fuera de España (en Suiza de 2010 a junio de 2011, en Singapur de julio a diciembre de 2011, en Mauricio en 2012 y en Toulouse, Francia, después de 2013).
Mi no participación en las cinco primeras se debe a diversos motivos. Estuve viviendo en Suiza casi dos años sin llegar a registrarme nunca en la embajada, que se encontraba relativamente lejos de mi ciudad de residencia. En Singapur sí me registré, pero muy poco antes de las últimas generales, sin tiempo suficiente para "rogar" mi voto.
Aunque pueda parecer increíble, desde enero de 2011, los expatriados españoles no formamos automáticamente parte del censo electoral, sino que hemos de pedir a la Junta Electoral de la zona en la que estemos inscritos a efectos electorales (en mi caso, Tarragona) que nos incluyan en el censo, lo que se conoce como voto rogado. Esta petición debe hacerse con un mes de antelación a la cita electoral, por lo que unas seis semanas antes de las elecciones, si todo va bien, los españoles expatriados y registrados en la embajada recibimos un formulario que hemos de rellenar para rogar el voto, junto con una dirección de envío.
Al formulario se ha de adjuntar una copia de un documento de identidad en vigor, y por cierto, no se incluyen ni el sobre ni el sello, por lo que el españolito interesado en votar ha de procurárselos por sus propios medios. Es relativamente habitual, especialmente para los españoles viviendo en lugares remotos, que el formulario llegue más tarde que el límite que la ley marca para rogar el voto (me ocurrió exactamente eso cuando vivía en Mauricio) o con un plazo tan breve, a veces de pocos días (fue mi caso en las elecciones europeas del año pasado), que es muy difícil rogar el voto aunque se quiera.
En estas elecciones, pese a lo anteriormente expuesto, he logrado rogar a la autoridad competente que me conceda el derecho al voto. Pues bien, una vez rogado el voto, el proceso se repite de nuevo para votar. En mi caso, apriétense los machos, las papeletas me llegaron el 23 de septiembre, cuando el plazo para votar por correo se cerraba el 22. Como el 23 no estaba en casa cuando pasó el cartero a dejarlas (da la casualidad de que trabajo), y puesto que me llegaron por correo certificado, las papeletas volvieron a la oficina de correos, donde debía recogerlas el jueves 24.
El jueves me fue imposible por compromisos ya adquiridos, así que el viernes reservé una hora de mi tiempo de trabajo entre las 9 y las 3 para ir a la oficina de correos y al consulado de Toulouse (que no va abrir este fin de semana, y que el último día de la votación hace solo ese horario) para recoger las papeletas y para depositar mi voto. Como el plazo para votar por correo había expirado cuando llegaron las papeletas, ésta era la única opción posible, y he podido votar porque tengo la inmensa suerte de vivir cerca del consulado, ya que si viviera en Narbona habría tenido que hacer un desplazamiento de varias horas.
Este voto eleva mi índice de participación personal en estos últimos años a casi el 17%, lo que triplica el índice de participación medio de los expatriados españoles desde que se introdujo el voto rogado.
No quiero creer que haya intencionalidad alguna en el hecho de ponernos las cosas tan complicadas, pero tampoco cabe descartarlo, ya que partidos como Podemos obtienen unos resultados excelentes entre los expatriados. ¿Por qué nos hacen rogar el voto en vez de enviarnos directamente las papeletas? Si Amazon es capaz de garantizar envíos a prácticamente cualquier rincón del mundo en el plazo de una semana, ¿por qué es nuestro Gobierno incapaz de hacer lo mismo? ¿Y qué cabe deducir de este hecho sobre cuáles son nuestras prioridades como sociedad?
Para rematar la faena, hoy por hoy no hay ninguna circunscripción exterior, por lo que los votos de los pocos miles de expatriados que efectivamente votan, se reparten entre las provincias de origen de los mismos, quedando el voto completamente diluido entre los del resto de votantes de la provincia. En el hipotético caso de que un Partido de los Expatriados lograra el 100% de nuestros votos, es casi seguro que no tendría representación parlamentaria, pese a que somos por lo menos dos millones.
Este bloguero tiene, sin embargo, una sugerencia para los expatriados que quieran representación en las próximas generales: registrémonos por Soria. El español expatriado puede elegir a discreción la provincia en la que va ser censado. Si un funcionario celoso hace alguna pregunta al respecto, el expatriado siempre podrá evocar alguna oscura relación familiar o afectiva para querer registrarse en Soria, que con 100.000 habitantes, elige a dos diputados. Con apenas un 10% de participación, los expatriados podríamos con 200.000 votos garantizarnos así dos representantes en las cortes.
Imagino que los sorianos que lean estas líneas considerarán fraudulento que nos apropiemos de sus diputados; ¿pero no resulta un fraude aún mayor dejar sin representación a más de dos millones de españoles?