Tirar de la manta (2): Hervé Falciani
Las raras veces que los medios suizos hablaron del personaje destacaban su venalidad y oportunismo, y se daba por hecho que ha intentado vender la lista de clientes en varias ocasiones. No siendo suizo, no era posible acusarle de deslealtad a la patria; se le acusaba de deslealtad a su empresa.
Al parecer, la existencia de los paraísos fiscales y del fraude fiscal son casi tan viejos como la existencia misma del comercio y de las naciones. En la Atenas clásica existía un impuesto llamado pentēkostḗ por el que se retenía una cincuentava parte de todas las entradas o salidas del puerto del Pireo, y se dice que los comerciantes de la época usaban las islas del Egeo más próximas en las que no existía el pentēkostḗ como base de operaciones siempre que les era posible.
Curiosidad histórica, aproximadamente la mitad de los paraísos fiscales más populares hoy en día siguen siendo islas que a menudo son además paraísos a secas, y este bloguero ha tenido la ocasión de vivir en varios de ellos. En ciertos casos, del que la Isla Mauricio puede ser un ejemplo paradigmático, la geografía pone a dichos territorios en una posición remota y comercialmente desfavorable para competir con países como el nuestro y una fiscalidad ventajosa sea una de las pocas ventajas competitivas que el paraíso fiscal en cuestión puede esgrimir para participar en la economía mundial.
Este no es sin embargo el caso de la Confederación Helvética, que con una posición geográfica envidiable en el centro de Europa alberga algunos cantones que son paraísos fiscales de tres patas, con lo que quiero decir que existe el secreto bancario, los impuestos son nominales y se ofrecen rebajas fiscales por actividades que a menudo no tienen lugar allí, o sólo de manera accesoria. Zug es con seguridad el mejor exponente de estos cantones y cuenta con un mayor número de empresas registradas que de habitantes.
Todas estas ventajas, a las que cabe añadir los paisajes, la oferta de servicios y el clima, hicieron de Suiza el destino tradicionalmente favorito de los millonarios deseosos de evadir impuestos, de entre los que Luis Bárcenas sea tal vez nuestro mejor ejemplo. Pero es posible también que todo ello empiece a cambiar en breve ya que Suiza ha sido prácticamente obligada a renunciar al secreto bancario.
Hervé Falciani, ciudadano franco-italiano nacido en Mónaco, puede afirmar tranquilamente haber sido un punto de inflexión en dicho proceso de abandono paulatino del secreto bancario en Suiza. Ingeniero de sistemas y antiguo investigador de la Universidad de Niza-Sophia Antípolis (para los no entendidos, Sophia Antípolis es lo más parecido a Silicon Valley que existe hoy en Europa), en 2001 acepta una oferta de más de 100.000 euros al año de la rama ginebrina del HSBC, de donde se desvaneció 7 años más tarde con el maestro de clientes del banco.
Las raras veces que los medios suizos hablaron del personaje estando yo allí destacaban su venalidad y oportunismo, y se daba por hecho que ha intentado vender la lista de clientes en varias ocasiones. No siendo suizo, no resultaba posible acusarle de deslealtad a la patria como a Snowden, por lo que se le acusaba habitualmente de deslealtad a su empresa.
Desde el otro lado de los Alpes, en cambio, y con un punto de vista comprensiblemente diferente, ha sido más bien caracterizado como un héroe cívico y un ejemplo a seguir. ¿Pero quién es realmente Hervé Falciani?
En mi humilde opinión, es posible que Falciani sea un héroe trágico como el general della Rovere, protagonista de la película de Rossellini del mismo título. Para aquellos que no hayan oído hablar de ella, el general della Rovere es un estafador de poca monta al que los servicios de inteligencia de los nazis convierten en un supuesto líder de la resistencia a cambio del pago de un millón de liras y de un salvoconducto a Suiza (¡cómo no!) si consigue infiltrarse entre los partisanos (el lector que no quiera conocer el final de la película es amablemente invitado a evitar el siguiente párrafo).
El falso general logra su objetivo, se gana la confianza de los partisanos y consigue identificar a su jefe tal y como le encomendaban los nazis, pero después de escapar a la miseria moral que le rodeaba y de frecuentar a los valientes partisanos cambia su forma de pensar, se niega a delatar al jefe partisano y acaba siendo ejecutado por los verdugos nazis como un reo cualquiera.
Falciani podría haber actuado movido por el dinero en un principio, pero actualmente su denuncia de los mecanismos de lavado de dinero de cierta banca resulta tan convincente que ha acabado encarnando realmente al héroe cívico al que representa.
España probablemente es el país de la UE donde la evasión fiscal sea un problema más sangrante, y sin embargo (o más bien a causa de) dedicamos proporcionalmente un tercio de los recursos que Francia dispone contra el fraude fiscal. Seguro que un esfuerzo adicional en este sentido reclutando a unos cuantos falcianis sería mucho más beneficioso para nuestra mermada economía que cualquier amnistía fiscal. Con toda candidez pregunto: ¿Será que esta última fórmula interesa más a algunos de nuestros ilustres prohombres?