Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el Wu Wei
Pedro Sánchez no es un cínico, o al menos no en la forma en la que pueda serlo un Pablo Iglesias. Francamente, después de dos elecciones, uno casi desearía que ciertos genios dejaran la política española y volvieran a dirimir sus disputas académicas sobre Gramsci o Marx en las aulas, dejando paso a los mediocres para que puedan gobernar.
Foto: EFE
Si hay algún valor en el antiperiodismo que hacemos algunos blogueros, ese puede ser precisamente el de no seguir por regla general una línea editorial y el no entrar de lleno en la vorágine informativa del momento. Casi una semana después de haber sido defenestrado Pedro Sánchez, una lectura de la sección política del diario que quizás más haya hecho para propiciar su caída podría hacer pensar que don Pedro Sánchez nunca ha existido. Permítame pues el lector usar esta tribuna para hacer un elogio de su caída figura ahora que casi nadie más va a hacerlo.
Ciertamente, Pedro Sánchez no era plato de mi gusto cuando hace poco más de dos años fue elegido secretario general del PSOE. En aquella ocasión, en contra de lo que me suele ocurrir, el candidato arropado por el aparato me parecía claramente más preparado que aquel desconocido y telegénico diputado socialista. Sus rutinas televisivas en programas de entretenimiento como Sálvame o Planeta Calleja lograron aumentar la antipatía a la que ya estaba predispuesto contra el figurín que había logrado vencer a mi candidato preferido gracias a su oportunismo.
Es muy curioso que en España el oportunismo tenga tan mala prensa. Respetamos más ciertas lealtades que pueden engendrar fanatismos cegatos, y esto es especialmente cierto en la arena política, en donde el oportunismo, entendido como la capacidad de saber leer las ventanas de oportunidad, resulta un don, no una pega, siempre que vaya de la mano de la valentía en lugar de del cinismo.
Y ciertamente, Pedro Sánchez no es un cínico, o al menos no en la forma en la que pueda serlo un Pablo Iglesias. A los que nos gusta Twitter, seguir las cuentas de ambos nos permite hacernos una idea bastante clara del personaje de que se trata, compare sino el lector estos dos tuits:
Estas son el tipo de cuentas de trato de evitar seguir: un padre de familia que publica fotos de sus partidas al juego de la oca con sus niñas. No aportan ninguna información, sino bienestar emocional al padre que publica las fotos y a la abuela que las ve en el improbable caso de que la señora Pérez-Castejón esté en Twitter.
Pero visto el curso de los acontecimientos, la misma cuenta nos dice muchas más cosas: menos de dos años antes de ser líder de la oposición, y menos de tres años antes de acariciar la Presidencia del Gobierno con las manos, Pedro Sánchez ignora tan brutalmente hasta óonde va a llevarle su buena estrella que no duda en llenar su cuenta de Twitter de material insustancial que muy pronto habría de servir de material humorístico altamente inflamable.
Es decir, obviamente, Pedro Sánchez no es el tipo de persona que se crea predestinada a ejercer las más altas funciones -lo que le hace particularmente adecuado para ejercerlas- ni que crea que va a dejar una marca indeleble en la historia de este país, sino un buen padre de familia, amante de los chistes inocuos y malos, optimista, eso sí, y que cuando su partido de toda la vida se abre a unas primarias se lanza al ruedo con la confianza en sí mismo del atleta curtido en canchas de baloncesto que sabe que no tiene nada que perder, sino todo que ganar, y cree que sobre la base de un buen trabajo nada es imposible.
Comparemos el anterior tuit al siguiente:
En base a unos elocuentes subrayados, un ya serio aspirante a la Moncloa nos dice, en un foro público y a pocos meses de unas elecciones generales, lo siguiente:
1) Que él cree ser un genio.
2) Que su secretario político, con quien tiene diferencias tanto tácticas como ideológicas, es un traidor.
3) Que se se identifica con Napoleón.
Y yo añadiría, además, un cuarto punto: que cree que la mayoría de los españoles somos idiotas, y que solo el 'Fouchecito' a quien dirige su puyita va a ser capaz de entenderle.
Pero entre tanto, y para su gran sorpresa, muchos españoles han entendido de qué pie cojea el maromo, después de que le pidiera a Sánchez la vicepresidencia, el CIS, el CNI, el BOE, o lo que hiciera falta para que Sánchez no pudiera aceptar, y en el improbable caso de que aceptara, destruirle desde dentro del Gobierno, cual un Frank Underwood de pacotilla al presidente Walker. A todas estas, se pierde un millón de votos y se apuntala al pato cojo de Rajoy, que nunca ha brillado más que como presidente en funciones.
Observe el lector la siguiente fotografía, porque me parece bastante representativa de la situación política del último año en este país:
Foto: De Spoktu-Trabajo propio/WIKIPEDIA
El genio de los círculos, creyéndose que va a dar la gran campanada y prometiendo que cambiará la forma de hacer política, consigue solo reforzar al Gobierno del Wu Wei, cuyo presidente puede así llevar hasta sus últimas consecuencias su filosofía política consistente en la "No Acción".
Francamente, dos elecciones después del primer tuit de Pedro Sánchez, uno casi desearía que ciertos genios dejaran la política española y volvieran a dirimir sus disputas académicas sobre Gramsci o Marx en las aulas, dejando paso a los mediocres para que puedan gobernar.