Mamandurrias, excedencias y transparencia
Aunque el sueldo del presidente del Gobierno sea pequeño comparado con el de otros profesionales, y ridículo en comparación con los ingresos medios de un registrador de la propiedad, los políticos gozan de numerosas mamandurrias que diría Espe: coches oficiales, jugosas dietas libres de impuestos, pensiones vitalicias, etc.
La actualidad no corre, vuela, debió pensar la semana pasada Rajoy cuando publicó sus declaraciones de la renta y de patrimonio de los últimos diez años para desviar la atención de Bárcenas y sus sobres y pocas horas después Ratzinger renunció al trono de Roma, siendo el primer papa dimisionario en 600 años -sólo la dimisión de un ministro del Gobierno de España podría haber resultado una noticia más sorprendente e inesperada- robándole así las portadas de los diarios al presidente del Gobierno. Hay que agradecer en todo caso el ejercicio de transparencia de Rajoy, si bien la declaración en A nada aclara sobre posibles ingresos en B, estará bien también que la enseñe Rubalcaba (con perdón) como reclaman los peperos y se ha comprometido a hacer.
A muchos les ha llamado la atención que Rajoy ganara como jefe de la oposción prácticamente el doble que como presidente del Gobierno y Duran i Lleida tardó poco en afirmar que Rajoy debería cobrar más, y ya puestos los otros políticos también.
Dejando de lado la componente obscena que tendría subirse el sueldo mientras se predica a todo quisque que se lo recorte, no es en absoluto descabellado afirmar que el presidente del Gobierno está mal pagado si se compara a lo que cobran sus pares en Suiza o en Singapur. O si se compara con lo que ganan ciertos directivos, como por ejemplo Guillermo Collarte, el diputado que se hizo célebre al declarar en una entrevista que las pasa canutas como diputado ya que como directivo de Isolux Corsán ingresaba casi cuatro veces más. Se puede incluso invocar lo que ganan otros cargos institucionales, como el presidente y los vocales del Consejo General del Poder Judicial, cuyo sueldo casi duplica al del presidente del Gobierno, lo que parece contrario al principio de equidad interna que debería regir en la Administración.
En la tristemente famosa comparecencia sobre el caso Bárcenas que dio Rajoy en la que ni mencionó a Bárcenas ni admitió preguntas, el presidente del Gobierno aseguró que sabe ganarse la vida más allá de la política, en la que no está para ganar dinero. Y cabe creerle. Rajoy es todo un registrador de la propiedad, una profesión que en nuestro país goza de privilegios cuasi feudales. Los apenas 1.100 registradores de la propiedad que hay en España custodian los datos registrales de la jurisdicción que les corresponde, y cualquier consulta de los mismos (obligatoria en cualquier compra-venta de inmuebles) está sometida a unos aranceles que ingresa en su totalidad el registro: increíble pero cierto, el Estado no se lleva nada.
Rajoy tiene una plaza en Santa Pola, territorio en dónde podría explotar su lucrativo monopolio si no hubiera pedido una excedencia. Aunque la profesión de registrador sea muy liberal en su práctica, sobre el papel los registradores de la propiedad son funcionarios públicos y como tales pueden pedir una excedencia teniendo garantizado su puesto de trabajo hasta el fin de los tiempos. Esto, por cierto, no siempre fue así, anteriormente había un tope máximo a la duración de las excedencias de los funcionarios de 15 años, límite que en 1997 fue eliminado. El Ministerio de Administraciones Públicas adujo entonces que la medida se tomó para evitar un regreso masivo de funcionarios en excedencia desganados a sus puestos de trabajo con tal de no perder su plaza, pero me da a mí en la nariz que la causa real era más bien la contraria: ciertos funcionarios en excedencia dedicados a la política y al servicio público por aquélla época temían perder su plaza. ¿Quién era entonces el ministro de Administraciones Públicas? Don Mariano Rajoy Brey. En efecto, el pájaro lleva ya unos cuantos años en la brecha.
Retomando la cuestión de si nuestros políticos están bien o mal pagados, aunque el sueldo del presidente del Gobierno sea pequeño comparado con el de otros profesionales, y ridículo en comparación con los ingresos medios de un registrador de la propiedad, los políticos gozan de numerosas mamandurrias que diría Espe: coches oficiales, jugosas dietas libres de impuestos, pensiones vitalicias, etc. Lo que finalmente hace que no salgan tan mal parados, pese a todo, y de hecho desde 1997 muchos funcionarios se animan a meterse en política animados por las excedencias sine die, y por qué no decirlo, por afán de lucro.
Y esto tiene un efecto perverso, tanto sobre la política como sobre el cuerpo de funcionarios, sobretodo sobre este último, ya que está horriblemente politizado y por consiguiente más al servicio de la voz de su amo (el partido de turno) que de los ciudadanos. Y también sobre la política, no porque el Collarte de turno valga más que un Rajoy sino porque está muy bien que entre los gobernantes haya un poco de todo como es el caso de los gobernados: Lula da Silva, por ejemplo, era tornero mecánico antes de ser político. En nuestro Gobierno corporativista de fiscales, profesores y abogados y economistas del Estado Lula las pasaría canutas, pero por razones muy distintas a las de Collarte.