Juan Espino, el León Blanco de Dakar
A Juan Espino, un grancanario de 31 años, 135 kilos y casi dos metros de altura el mundo de la lucha canaria se le quedó pequeño, así que decidió probar suerte fuera, primero en Brasil, después en Corea y finalmente en Senegal, adonde llegó hace más de dos años haciendo el camino contrario al de tantos otros emigrantes.
La emigración de la que tanto he hablado en este blog siempre ha existido y siempre existirá de alguna u otra forma, con crisis o sin ella. Las causas que nos empujan a emigrar son múltiples, y aunque en cada vez más casos los jóvenes españoles emigran por necesidad pura y dura -lo que es malo para el país pero puede ser una excelente opción para los jóvenes- en casi otras tantas ocasiones se emigra por amor a otro país o a un residente de otro país, por afán de mejora profesional o incluso por motivos de conciencia. Y como la realidad es compleja y se resiste a ajustarse a categorías simples son muchísimos los casos en que uno emigra por una combinación de las causas anteriores, por lo que detrás de cada emigrante hay una historia como bien ilustra el blog Pepas y Pepes 3.0.
Ahora bien, hay historias banales y hay historias extraordinarias, y la del joven luchador canario Juan Espino pertenece a las últimas.
Oí el nombre de Juan Espino por primera vez la semana pasada durante unas cortas vacaciones en Senegal, zappeando entre los canales locales de televisión en los que el Laamb -la lucha senegalesa- ocupa un espacio mayor si cabe al del fútbol en la televisión española.
Senegal es el único país del mundo en el que 50.000 espectadores pueden llenar un estadio para presenciar un combate de lucha libre, si bien la variante senegalesa tiene como particularidad que permite los golpes con los puños -no así las patadas-. Los combates son individuales pero los luchadores se encuadran en equipos que normalmente representan a barriadas del extrarradio de Dakar. La pasión con la que se viven los combates es difícil de imaginar: son habituales las escenas en las que los aficionados entran literalmente en trance cuando su luchador favorito gana un combate, así como los cánticos y por supuesto la danza antes, después y durante los combates. Encontrarse cerca del bando perdedor puede ser peligroso ya que existe desgraciadamente cierto hooliganismo entre las hinchadas, como ocurre con el fútbol en Europa.
A Juan Espino, un grancanario de 31 años, 135 kilos y casi dos metros de altura el mundo de la lucha canaria se le quedó pequeño, así que decidió probar suerte fuera, primero en Brasil, después en Corea y finalmente en Senegal, adonde llegó hace más de dos años haciendo el camino contrario al de tantos otros emigrantes. Poco a poco, victoria tras victoria, Juan Espino se ha abierto un camino en la élite del Laamb, que desde hace unos años -con la entrada de partocinadores como fabricantes de refrescos u operadores de telefonía móvil- es un deporte totalmente profesional y muy bien pagado: un gran campeón como Yekini puede cobrar más de 100.000 euros por combate.
Como pone de manifiesto su trayectoria, y pese a su fiero aspecto, Juan es un romántico, y en vez de rendir homenaje con su sobrenombre a otro gran deportista (Yekini toma su apodo del exjugador del Sporting Rashidi Yekini, y otro gran luchador es conocido como Tyson) él ha optado por el más lírico nombre de guerra de el León Blanco. Demasiado poético quizás para el gran público que le ha dado el mote de Guan -la jota aspirada no existe en wolof-. En lo que Juan no se distingue de sus contrincantes es en el recurso a la magia negra (tiene un ritual consistente en romper un huevo ante sus rivales antes de los combates) y al marabutismo para protegerse de malos augurios, lo que le ha facilitado la tarea de ganarse el favor del pueblo, que conecta con Juan y comienzan ya a circular leyendas sobre su invencibilidad.
Juan asegura que es la pasión por la lucha, y no el dinero, lo que le ha decidido a emigrar a Senegal, pero considerando el caché de los grandes luchadores allí no cabe excluir que sus motivos sean también económicos, lo que es perfectamente lícito, dicho sea de paso. Juan proyecta por otra parte invertir parte de sus ganancias en una escuela de lucha que ayude a los talibés, los niños mendigos que desgraciadamente aún abundan en Senegal, por lo que no cabe sino desearle a él y a los otros Leones Blancos españoles que se baten el cobre por el mundo la mejor de las suertes.