Honduras, Cataluña y España después del 27-S

Honduras, Cataluña y España después del 27-S

Es posible que se produzca una declaración unilateral de independencia que no conduzca a una independencia reconocida por toda España, y por consiguiente, por el resto de países europeos. En el peor de los casos, esto nos podría conducir a una situación que llamaré el escenario hondureño, en referencia a lo ocurrido con el entonces presidente Manuel Zelaya.

REUTERS

Parece ser que en China hay una maldición proverbial que reza así: "Ojalá te toque vivir en un tiempo interesante". Cataluña, qué duda cabe, vive en estos momentos un tiempo interesante, uno de esos de los que los chinos auguran que no cabe esperar nada bueno. Evidentemente, ni este bloguero ni nadie sabe lo que ocurrirá en los próximos meses, y de la misma manera en la que los economistas no saben prever las crisis económicas, los politólogos tampoco saben prever las crisis políticas, pese a lo cual nada nos impide librarnos a un arriesgado ejercicio de política ficción.

Hay una cosa que sí me aventuro a vaticinar con cierta convicción: Cataluña no será independiente en un horizonte de unos dieciocho meses tal y como Mas y Junqueras prometen en su programa, ya que la independencia de Cataluña no depende exclusivamente de su voluntad, por muchos votos que obtengan. Mal que les pese a muchos catalanes, la independencia de Cataluña pasa necesariamente por que ésta sea reconocida por el resto de España, algo que no veo posible que ocurra en un plazo de 18 meses de tiempo.

Sí es posible, en cambio, que se produzca una declaración unilateral de independencia que no conduzca a una independencia reconocida por toda España, y por consiguiente, por el resto de países europeos. En el peor de los casos, esto nos podría conducir a una situación que llamaré el escenario hondureño.

En 2009, el presidente de Honduras Manuel Zelaya fue depuesto en un Golpe de Estado. Desafortunadamente para Zelaya, la Constitución de Honduras aprobada en 1982 impedía la reelección del jefe del Estado. Zelaya quería pese a todo ser reelegido, pero carecía de una mayoría suficiente en el Congreso para reformar la Constitución, por lo que propuso una consulta (inconstitucional) para modificar la Constitución, lo que le enfrentó con el Tribunal Supremo, con el Congreso y con el jefe del Ejército, que se negó a poner en marcha la logística necesaria para la consulta que promovía Zelaya.

Es indudable que Zelaya, elegido por una mayoría de ciudadanos hondureños, tenía consigo la legitimidad democrática, pero al intentar derogar la Constitución sin tener en cuenta sus disposiciones ni la opinión del Congreso (investido igualmente de legitimidad democrática), muchos consideran en Honduras que la caída de Zelaya se trata de un triunfo del orden judicial más que de un Golpe de Estado.

Mas, que con seguridad no será capaz de lograr la mayoría de dos tercios de los escaños que sería necesaria para simplemente reformar el Estatut, afirma sin rubor que con una mayoría simple estará legitimado para proclamar la independencia. Si como Iceta ha dado a entender, lo que Mas está haciendo es preparar una futura negociación, se trata de una partida del mentiroso extremadamente peligrosa, ya que Mas se coloca en una situación muy parecida a la de Manuel Zelaya y se arriesga a correr una suerte parecida a la suya.

La independencia unilateralmente declarada no solo no es una posibilidad realista, sino que no será bien recibida en Europa pese a los intentos de Mas y Romeva de convencernos de lo contrario. La dureza con la que el periodista de la BBC Stephen Sackur rebatía las tesis del (¿tránsfuga?) cabeza de lista de Junts pel Sí me parece un anticipo bastante esclarecedor del efecto bumerán que los esfuerzos por internacionalizar el Procés pueden acarrear.

Pese a que la independencia exprés no sea un escenario realista, la importancia de las próximas elecciones es muy real: si el clamor independentista sigue haciéndose notar con fuerza durante los años venideros y los independentistas siguen encadenando victorias electorales, mirar hacia otro lado solamente logrará contribuir a agravar el problema.

Cuatro grandes escenarios se perfilan como posibles antes de las próximas elecciones en función de lo que ocurra en las autonómicas catalanas y en las generales de diciembre:

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Cabe aclarar aquí que lo que entiendo como victoria en este contexto es la posibilidad de formar gobierno. Si confiamos en los sondeos, A es el escenario más probable a día de hoy, y D el que menos bazas tiene de los cuatro. El escenario hondureño que he descrito arriba solamente me resulta imaginable (aunque no necesario) dentro de la configuración A. Si las elecciones nos depararan un resultado similar a B, me parece poco aventurado anticipar que no habrá choque de trenes ni cambios institucionales de relevancia.

En Cataluña, las victorias del PP en las generales siempre han ayudado electoralmente a Esquerra Republicana. Cabe preguntarse si una victoria de Junts pel Sí el día 27 favorecerá al PP en las generales de una forma parecida, lo que resultaría un perverso sistema de vasos comunicantes que puede precipitar una escalada hondureña.

Si, en cambio, el PSOE lograra formar gobierno en enero, muy posiblemente con un independentista en la Generalitat, es previsible que se plantee una reforma de la Constitución de corte federalista y que aumente el autogobierno en Cataluña. Ahora bien, aún con una no muy probable victoria socialista, el PP y Ciudadanos sumarán casi seguro dos quintas partes de los diputados, lo suficiente para aguar los intentos de reforma más ambiciosos. Una solución tercerista (epíteto que Arcadi Espada usa a menudo con sorna) es denostada hoy por casi todos, y es sin embargo la que se me antoja como el mejor apaño posible para solventar este entuerto (aunque, obviamente, no se trate de una solución mágica).

Acabaré este post con un último inciso: en Honduras el Tribunal Supremo ha derogado recientemente el artículo 239 de la Constitución, el mismo que impidió a Zelaya optar a la reelección. Esperemos que para reformar la nuestra no sea necesario convertir a Artur Mas en un mártir del catalanismo.