Tras la muerte de Isabel Carrasco

Tras la muerte de Isabel Carrasco

Justificar un asesinato porque la víctima no era de los míos o porque se lo merece, es esencialmente contrario a unas bases mínimas de convivencia, e instaura un principio moral que también puede ser aplicado en sentido inverso. Al mismo tiempo, están las aves carroñeras que van a sacar tajada y hozan en la putrefacción.

Tal vez, nadie tenía peor concepto de Isabel Carrasco que yo. Pero reconozco que cuando me comunicaron la noticia de su asesinato -mi más absoluta condena-, aparte de la sensación de irrealidad y horror, me vinieron muchas cosas a la cabeza.

Cuando ejercí como portavoz del PSOE en la Diputación de León durante un año, justo después de las últimas municipales y antes de venir al Senado, mi relación con ella no pudo ser peor en lo político y en lo personal. Tiempo habrá de explayarse sobre ello... o no, como diría Rajoy.

Pero he de indicar que muchas cosas que he escuchado y leído durante estos días, estas horas, me han causado mucha pena. También me han preocupado mucho.

A Isabel había que haberla desalojado del poder desde las urnas, y de no haber conseguido eso todos y todas somos en parte responsables en León: por apoyarla algunos aunque se taparan la nariz, por criticarla y abuchearla en público mientras nos quedábamos en casa los días de votaciones, o por no saber transmitir suficientemente a la ciudadanía lo dañina que era su gestión. A Carrasco no la puso la Troika en la Diputación, sino los votos de la ciudadanía; es cierto que a través de un sistema indirecto de menor calidad democrática, pero también lo es que nadie en mi provincia se puede llamar a engaños.

Enmendar las cosas a tiros no es camino nada más que para instaurar dolor en una familia, para hacer la sociedad un poco peor y para no arreglar absolutamente nada; por muy desesperado que se esté o por muy mala que nos parezca la víctima. Justificar un asesinato porque la víctima no era de los míos o porque se lo merece, es esencialmente contrario a unas bases mínimas de convivencia, e instaura un principio moral que también puede ser aplicado en sentido inverso.

Al mismo tiempo, están las aves carroñeras que van a sacar tajada y hozan en la putrefacción: el sensacionalismo, la caverna de la derecha más reaccionaria y pestilente que desea una mártir a costa de cualquier cosa -nos tienen acostumbrados a ello-, y también los nuevos regeneradores de la democracia, que no paran el taxímetro del cuentavotos ni para guardar luto por unos minutos.

Sospecho que estas reacciones ante hechos de estas características, son una de las cosas que nos separan de las democracias más avanzadas y presumo también que sean consecuencia de nuestro diferencial de 40 años de dictadura. Y es una enfermedad que como sociedad nos tenemos que quitar: esa insensibilidad, esa falta de empatía con el de enfrente. Es probable también que toda la frustración contenida en una sociedad que está sufriendo y entiende no recibir siquiera comprensión de sus gobernantes, tenga que salir por algún lado. Pero no es este el camino, no es bueno mezclar las cosas.

Me indigné con el "que se jodan" de Andrea Fabra dirigido a los parados. Me repugna la insensibilidad de la caverna ante los suicidios económicos, o ante la violencia de género. Me deprime cuando se trata a los inmigrantes como ganado, mercancía o material peligroso. No puedo comprender que a alguien le ofenda que busquemos a nuestros abuelos en las cunetas o que queramos dignificar su memoria. Me rebelo ante quien defiende la pena de muerte, aunque sea gestionada por la administración de un Estado. Y tampoco entiendo -y me parece espeluznante- que justifiquemos o minusvaloremos un asesinato porque subjetivamente la víctima nos pareciera corrupta, o mala persona, o peor política, o todo a la vez.

Me pregunto si quienes aplauden, por ende, están de acuerdo con sustituir los sistemas de convivencia -aunque estén muy mal y aunque que haya que mejorarlos- por la ética de las pistolas. La sociedad que tenemos que erigir y rehacer no puede basarse en esos pilares. Las cosas que están mal, no se mejoran empeorándolas.

Parafraseando a Ortega y Gasset: "No es esto, no es esto".

Descanse en paz.

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