Cospedal es un problema
Supongo que los políticos actuales leen con cierta asiduidad. Por eso no les supondrá demasiado esfuerzo dedicar cinco minutos, sólo cinco, a leer Apuntes para un informe sobre la brigada de la realidad, un relato del volumen de cuentos de Antonio Muñoz Molina Nada del otro mundo. Es una sugerencia dirigida a todos los políticos, pero especialmente a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal.
Supongo que los políticos actuales leen con cierta asiduidad. Por eso no les supondrá demasiado esfuerzo dedicar cinco minutos, sólo cinco, a leer Apuntes para un informe sobre la brigada de la realidad, un relato del volumen de cuentos de Antonio Muñoz MolinaNada del otro mundo (página 255 en la edición de Seix Barral de 2011) que apenas consta de cinco páginas.
Es una sugerencia dirigida a todos los políticos, pero en especial a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, para quien los escraches son "nazismo puro". Sólo así se cuidarían ellos --y muy especialmente ella-- de recurrir alegremente a disparatadas similitudes para denigrar todo aquello de lo que discrepan.
En su narración, Muñoz Molina cuenta cómo una hipotética Brigada de la realidad, que actúa bajo la contraseña "Del dicho al hecho", abduce a aquellos a los que se les llena la boca con comparaciones disparatadas.
Un locutor de radio se queja en directo de que el sistema político actual "es la misma mierda que el régimen franquista". Nada más salir del estudio, unos hombres uniformados de negro le rodean e introducen en un coche. Sólo unos minutos después "y sin saber cómo", el locutor corre frente a los grises durante una protesta en la Ciudad Universitaria. Unos policías se arrojan sobre él, le insultan, le golpean con porras de goma por la espalda, la nuca y la parte trasera de las piernas. Le llevan a una celda. Allí escucha los gritos de un hombre que está siendo torturado. Se abre la puerta y entra un policía que le advierte "con sádico cachondeo" de que él es el siguiente: se va a enterar "de lo que vale un peine". Cuando la mano abierta del policía se dirige, rotunda, a su cara, el locutor aparece de nuevo frente a la puerta de su emisora. Los hombres de negro desaparecen en un coche.
Su labor de concienciación ha terminado.
El cuento ofrece más ejemplos: un político nacionalista que denuncia las "cárceles de exterminio" donde cumplen sus penas presos terroristas o un filósofo que exalta las bondades de la Cuba castrista. En ambos casos, los personajes de profundas convicciones y críticas inquebrantables sufren la máxima "del dicho al hecho". Uno comprueba cómo eran en realidad las cárceles de exterminio; el otro constata que la utopía castrista es en realidad una pesadilla.
En España debería existir esa Brigada de la realidad. Debería haber actuado desde el mismo instante en que Cospedal ha equiparado los escraches con el "nazismo puro". La secretaría general del PP debería haber sido abducida hasta el 1 de abril de 1933, cuando los nazis realizaron su primera acción contra negocios judíos. Vería cómo las tropas de asalto pintaban, entre gritos y amenazas, la estrella de David en las puertas de los establecimientos. Comprobaría cómo, en lo que supondría el prólogo de una historia ignominiosa, pegaban carteles en los que se advertía: "Judío", "No compre a los judíos" o "Los judíos son nuestra desgracia".
También podría ser abducida al 9 de noviembre de 1938, durante la noche de los cristales rotos: 91 judíos fueron asesinados. 30.000 fueron arrestados y trasladados a campos de concentración. Se saquearon y destruyeron a mazazos viviendas habitadas por judíos, hospitales y escuelas. Más de 7.000 tiendas fueron destruidas y ardieron más de mil sinagogas.
"Nazismo puro" es sinónimo de holocausto. 6 millones de asesinados en letales cámaras de gas, mediante disparos, asfixia, ahorcamiento, golpes (estos sí, puros y duros), trabajos forzados y hambre. ¿De verdad uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la humanidad es comparable con las protestas frente a las casas de políticos?
No, Cospedal no ha leído el cuento de Muñoz Molina. Pero de sus palabras sí podría deducirse que se ha acercado a la obra de Victor Kemplerer, filósofo alemán de origen judío que dedicó buena parte de su vida a estudiar el habla nazi. Un lenguaje que se inoculó como un veneno en la sociedad a través del uso de palabras, frases hechas y formas sintácticas que se repetían una y otra vez y cuya simplicidad favorecía que penetrara en el inconsciente colectivo. "El nazismo se introducía más bien en la sangre y en la carne de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente (...) Las palabras pueden actuar como dosis ínfima de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico".
En un acto del PP Cospedal equipara los escraches con el "nazismo puro" y los asistentes aplauden la ocurrencia como si fuera una genialidad. Es aún peor: el acto en el que la secretaria general del PP recurre a la técnica lingüística de la que, según Kemplerer, se valieron los nazis, llevaba por título Los políticos no son el problema.
Tal vez no son el problema. Pero con sus palabras demuestran que tampoco son la solución.