Los problemas de los ciegos
A lo largo de estos años he tenido la oportunidad de ir conociendo a algunas personas con ceguera. Tampoco muchísimas, ¿eh?, que no me las quiero yo dar aquí de experto; pero suficientes para darme cuenta de la gravedad de los problemas que tienen que sortear diariamente. Para que os hagáis una idea, por lo visto hay un ciego que lleva dos años sin poder abrazar a su hija.
A lo largo de estos años he tenido la oportunidad de ir conociendo a algunas personas con ceguera. Tampoco muchísimas, ¿eh?, que no me las quiero yo dar aquí de experto; pero suficientes para darme cuenta de la gravedad de los problemas que tienen que sortear diariamente. Para que os hagáis una idea, por lo visto hay un ciego que lleva dos años sin poder abrazar a su hija. Se le marchó de España en busca de trabajo y ha encontrado en Qatar un puesto de enfermera. Que le va bien, según dice; pero la chiquilla no ha tenido aún posibilidad de pegar un salto y volver a casa un rato. Dos años. Veinticuatro meses. ¡Con lo necesario que resulta -para que la humanidad progrese adecuadamente- que un padre y una hija intercambien cariño! Pues nada. Y, encima, súmale a eso el agobio que lleva este hombre ciego por el hecho de que su hija resida en el golfo pérsico. Que sí, que será desconocimiento, incultura, las películas sensacionalistas, o lo que tú quieras; pero este ciego no puede quitarse de la cabeza la incertidumbre de si tratarán bien o no a una mujer por esos mundos. Un problema terrible.
Me cuentan que a otro ciego, bastante más joven, un profesor de la escuela de ingeniería, célebre por su percepción amarga de la vida, le ha suspendido por tercera vez consecutiva la asignatura de selvicultura. Y ya aprovecho yo la referencia para comentar, sin acritud pero con los brazos en jarras, que cuando un estudiante universitario, especialmente de forestales, tropieza tanto en la misma roca, habría que dejar de poner en duda las aptitudes del alumno y comenzar a plantearse la capacidad del maestro para señalizar el camino. Pero bueno, como es de suponer, el chaval ciego está negro con el suspenso. Otro problema de envergadura. Ya ves. Ahora bien... igual que mantengo lo dicho, planteo el siguiente dilema: ¿la ingeniería de montes no estará quizás un poquito sobrevalorada? Porque, al final, ¿para qué diantres queremos ponerles tantos nombres a las plantas? Acacia. Ciruelo. ¿Para qué? Si a los árboles tener nombres se las trae al pairo y a nosotros, si de verdad fuéramos sinceros, tres cuartos de lo mismo. ¿No sería mucho más razonable llamar a todas las hierbas por igual, hierbas; y así nos evitaríamos cuando vamos de camping al pelma que nos da explicaciones exhaustivas? Eliminada la nomenclatura vegetal, el mencionado estudiante ciego no se vería obligado a memorizar los miembros de la familia de leguminosas y desaparecería el cate. Aunque esta decisión, claro, no está en sus manos. Y como digo, el problema para él es bien gordo.
Y ya, por no abundar en las tragedias de este colectivo, termino con el caso de una ciega muy graciosa. Es una señora que afirma que no entiende por qué nos han contado que el demonio va a castigar en el infierno a la gente que se porte mal. Será al revés, piensa ella: "El demonio les tendrá que recibir con honores por haber sido tan malos, ¿no te parece?" Bueno, pues si te cuento lo que me aseguran que le ha ocurrido, no te lo crees. Se fue a hacer el Camino de Santiago con otras dos amigas. Las tres, ejecutivas de alto estanding metidas a montañeras. No te lo pierdas. Andaban una horita y luego tenían un chófer a disposición que las llevaba al hotelito con encanto; porque, de dormir en una posada, olvídate. Quítatelo de la cabeza. Peregrinas sí, pero de sport. A las doce bajaban al bar, se ponían a picar y ya empalmaban hasta caer la noche. Pues resulta que, mientras la ciega se ganaba el jubileo en Galicia, se le metieron unos ocupas en el piso y le han cambiado la cerradura. Ni puede entrar ella, ni les puede echar. Su abogado le ha comunicado que, con suerte, tiene que esperar un mínimo de seis meses para la sentencia. Alucina. Y, encima, uno de los gamberros tuvo el morro de gritarle "¡capitalista!" desde el otro lado de la puerta y sugerirle que él necesitaba el apartamento más que ella porque estaba impedido. "Y yo soy ciega, no te joroba", parece que les replicó esta señora. Pero ahí la tienes, con el perro en un hotel hasta que se solucione el tinglado. Ya te digo. Un problema serio, serio.
Ah... y luego está el asunto de la escasez de visión. Pero eso ya es un tema íntimo del que se ocupa cada uno como puede; con el apoyo de la ONCE; con las nuevas aplicaciones tecnológicas que salen para el Iphone... Se trata de aprender a manejarse con un bastón; igual que yo he tenido que aprender a manejarme en inglés -jelou, guzbai- para que me entendieran en el extranjero. Pero los problemas de esta gente, ya digo que son otros. Como por ejemplo que a una madre le responda mal un hijo adolescente, que a un empleado le haya tocado un jefe complicadito, o que a un autónomo le haya crujido Hacienda con una declaración paralela. Porque al final, fíjate lo que te digo, no sé por qué me da a mí que los ciegos van a ser personas normales.