Vuelve Cameron, el hombre al que los británicos acusan de todos sus males
El rescate del exprimer ministro de Reino Unido como ministro de Exteriores deja ojipláticos a todos los analistas: el hombre que llevó al país al Brexit ahora tendrá que negociar los flecos con Bruselas. Su primer reto, las guerras de Ucrania y Gaza.
El primer ministro de Reino Unido, Rishi Sunak, ha dejado a todos con la boca abierta este lunes al nombrar ministro de Exteriores a David Cameron, el que fuera mandatario del país y que dimitió en 2016 al fracasar en el referéndum del Brexit, cuando ganó el leave. El hombre al que el común de los ciudadanos causa de los principales males del país, del divorcio con Europa a la falta de liderzgo conservador y sus consecuencias en la economía o la paz social, vuelve a la primera línea de la política en una jugada que los analistas aún tratan de interpretar.
Cameron, el hombre que tiró por la borda una mayoría absoluta por conveniencia propia y del partido, llega para ocupar el cargo del hasta ahora canciller, James Cleverly, que ha pasado a Interior tras la destitución de Suella Braverman, caída en desgracia por sus críticas a la policía ante la convocatoria de una protesta en favor de Palestina.
Unos dicen que Shunak busca en el expremier su experiencia y sus conexiones internacionales, en un momento de enorme convulsión mundial, con guerras abiertas en Gaza y Ucrania, con tensiones geopolíticas con la China que tan bien conoce, porque ahora hacía lobby para ella. Otros, que es un giro centrista de cara a las elecciones del año que viene, en las que el Partido Laborista, aún con un líder poco carismático como Keir Starmer, parece que va a arrasar por más de 20 puntos sobre el Partido Conservador, n el poder.
Lo cierto es que Cameron ha entrado ya hoy como parlamentario en la Cámara de los Lores, el paso necesario para ejercer un cargo en el Ejecutivo, y ahora toca encajar la sorpresa y ver lo que va deparar un hombre asociado con el fracaso. En un comunicado de asunción del cargo, sostiene que ante los "desalentadores retos internacionales" que afronta su país, espera que su experiencia "ayude" al jefe del Ejecutivo a "cumplir" con ellos. "En este momento de profundo cambio global, rara vez ha sido más importante para este país permanecer junto a nuestros aliados, reforzar nuestras alianzas y asegurarnos de que se oye nuestra voz", ha enfatizado.
Un chico bien, el primero de la clase
David William Donald Cameron nació en Londres el 9 de octubre de 1966, hijo de un corredor de bolsa, miembro de un potente clan escocés, y una juez de paz, hija de baronet. Es, pues, aristócrata por vía doble. Hasta tiene antepasados emparentados con el rey Guillermo IV (1765-1837) de Inglaterra, por lo que es pariente lejano de la actual Familia Real británica, y sus lazos de sangre con la élite del país se extiende por lo político, lo económico y lo cultural. Boris Johnson, el también exprimer ministro tory, es su primo.
El nuevo jefe de la diplomacia británica es un chico bien de Eton, el elitista colegio de las afueras de Londres considerado la cuna de los hombres de Estado. Antes de ir a la universidad, en Oxford, se tomó unos meses libres para rodarse con distintos trabajos. ¿Pizzero, reponedor, mensajero? No, asesor de diputados conservadores en la Cámara de los Lores y empleado en una multinacional de Hong Kong.
A su vuelta, entró en Oxford, donde estudió Filosofía, Política y Economía, esa triple titulación que han ostentado una docena de primeros ministros británicos o líderes mundiales como Malala Yousafzai, Nobel de la Paz, la política pakistaní Benazir Bhutto. Fue el primero de su promoción, un estudiante sobresaliente con enorme capacidad para la oratoria y una militancia ya firme en el conservadurismo que, en paralelo, participaba en el Bullingdon Club, una especie de hermandad bullanguera, dipsómana y hasta vandálica plagada de ricos.
Después de graduarse en Oxford, su padre le consiguió un trabajo como administrativo en una empresa de Hong Kong, donde estuvo apenas tres meses antes de volver a Londres para entrar en política. En 1988, y hasta 1993, estuvo en el Departamento de Investigación del Partido Conservador, su apuesta natural, una especie de laboratorio de ideas. A la par, ejerció diversos cargos: asesor especial del exministro británico de Economía Norman Lamont, asesor del entonces mandatario, John Major, para sus comparecencias parlamentarias y, al final, segundo de la secretaria del mismo premier directamente en Downing Street.
Estuvo en la empresa privada por poco tiempo, como director de comunicación de Carlton Communications, una firma de vídeo y televisión, después de intentar llegar a la Cámara de los Comunes en 1997 por la circunscripción inglesa de Stafford. Los laboristas lo barrieron. Sin embargo, sus compañeros tories lo convencieron para regresar y en 2001 hizo ya su apuesta total por la política. Fue entonces cuando sí logró su escaño, por la circunscripción de Witney.
La esperanza 'tory'
En el 97, la tercera vía de Tony Blair, el laborismo rebajado, puso fin al reinado de la derecha. Sumando a su sucesor, el también izquierdista Gordon Brown, los conservadores estuvieron fuera del poder hasta 2010. En esos años de travesía del desierto, Cameron había ido creciendo y convirtiéndose en esperanza, en alternativa. En 2003 ya era vicepresidente de los conservadores y dos años más tarde fue elegido líder del partido, en sustitución de Michael Howard.
Supuestamente renovados generacionalmente, los derechistas lograron aupar al cargo de primer ministro a Cameron, en 2010, cuando lo mejor del laborismo también se había esfumado, porque así es la política y así son sus ciclos. No arrolló, tuvo que gobernar en alianza con los liberales, de inicio. Su estabilidad se medía cada día. A Cameron le presenta su propia gente una moción de censura en 2011. Ya estaban a la gresca. Uno de sus diputados, David Nutall, fue el primero en proponer un refrendo para saber si los ciudadanos querían o no quedarse en la Unión Europea. Se puede decir que con él empezó todo. Encabezaba una corriente interna en el partido que apostaba por menos Europa. A Nutall se le sumaron 81 parlamentarios y 15 más se abstuvieron. No se había conocido una rebelión así en los conservadores desde 1945.
En 2014, Cameron dio uno de sus pasos más arriesgados al conceder al hoy exministro principal escocés Alex Salmond, del Partido Nacionalista Escocés (SNP), la posibilidad de convocar un plebiscito sobre la independencia de Escocia. Un hecho histórico, una larga reivindicación de los defensores de romper con Londres. El 15 de octubre de 2012 acordó con Salmond la celebración de esta consulta y se permitió que la palabra "independencia" figurase en la pregunta de la consulta.
Aunque muchos analistas se llevaron entonces las manos a la cabeza y lo acusaron de blando con el independentismo, como un auténtico error de cálculo de consecuencias hondas, la apuesta le salió bien, porque el 18 de septiembre de 2014 los escoceses rechazaron la independencia de Escocia. El "no" se impuso con el 55,3 % de los votos, frente al 44,7 % de los partidarios por la secesión. Hubo una participación de 84,6 %, inusualmente alta para una consulta en Escocia. Cameron dio por cerrado el episodio independentista, por más que desde el Gobierno regional se haya intentado repetir tras el Brexit (del que abominan los escoceses), sin éxito. De haber prosperado, hubiera supuesto el fin del Acta de Unión de 1707, por la que esa región está unida a Inglaterra, recuerda la Agencia EFE.
El precipicio
Cameron repitió mandato y ahora ya con mayoría absoluta, con seis escaños más que los laboristas, no sólo por méritos propios sino también por demérito de la oposición, pero lo hizo embarrado en la fractura con Europa que hoy nos trae hasta hoy: el Brexit. ¿Por convicción? No mucha. Era euroescéptico pero no brexiter. Lo que pasó es que se subió al tren del divorcio, del referéndum, porque era lo que estaba defendiendo una nueva derecha que amenazaba su mayoría, su mando.
Dio el paso de consultar a los ciudadanos confiado en que le saldría bien, como había pasado en Escocia, sólo porque quería quitarse del horizonte a unos derechistas antieuropa y mentirosa, que le estaba votos. Este impulso contrario a Bruselas era doble, venía de una corriente euroescéptica que había crecido desde Thatcher y del ascenso de una nueva fuerza, UKIP, el Partido de la Independencia del Reino Unido. Los de Nigel Farage encendieron las alertas en la derecha, les salía competencia en un momento en el que los populismos empezaban a emerger frente al bipartidismo clásico. En 2014, UKIP se convirtió en la primera fuerza del país en las elecciones europeas, con el 27,5% de los votos. El miedo estaba justificado, pero Cameron fue mucho más allá de lo que la prudencia aconsejaba.
Como suele pasar con los discursos de la ultraderecha, la derecha tradicional se contagió de este relato, de la necesidad de romper con la UE, y Cameron decidió coquetear con ese mundo. En 2012 dijo: "Para mí, Europa y referéndum son dos palabras que pueden ir juntas". La puerta del infierno estaba abierta. Un año más tarde, en 2013, ya se mostró plenamente a favor de la consulta, con las encuestas augurando una victoria. Los críticos y los radicales habían ganado ante la blandura de Cameron. Lo demás es historia: el refrendo se hizo en el verano de 2016 y ganó el sí al Brexit, con un 51,9% de los sufragios.
Cameron se tuvo que ir. Era lo que mandaba la tradición política del país y la decencia. Había apoyado la campaña a favor de la permanencia y había fallado. Junto a su familia, desde un atril de Downing Street, dijo adiós, visiblemente emocionado. "El pueblo británico votó para dejar la Unión Europea y su voluntad debe ser respetada". "El país necesita un nuevo liderazgo para llevarlo en esa dirección (...). Prometo hacer todo lo que pueda como primer ministro para estabilizar el barco en las próximas semanas y meses". A lo mejor han sido años, porque está de vuelta.
Cameron nombró lo innombrable, alimentó a la bicha, tuvo que convocar la consulta y la perdió. Por eso se fue con la voz temblando. A saber si de pena o de vergüenza. Le tomó el testigo Theresa May, su ministra de Interior, uno de los miembros del gabinete menos partidarios del Brexit, junto al de Finanzas, George Osborne. Frente a ellos, estaban el titular de Justicia, Michael Gove, y un ambicioso alcalde de Londres, llamado Boris Johnson, defensor de "ahorrar dinero y recuperar competencias nacionales". May aguantó los primeros años de la transición como pudo, hasta que dimitió también en 2019. Los conservadores no han levantado cabeza desde la era Cameron, porque tampoco los sucesores de May -Johnson, Liz Truss y Richi Sunak- han arreglado aún las cosas. Y eso que ostentan ahora mismo una mayoría absoluta.
El expremier no ha hablado mucho desde que se consumó su salida y la de Reino Unido de Europa. Pese a ello, se han ido sabiendo cosas de aquel tiempo gracias a filtraciones a la prensa y a libros que no lo dejan bien parado. Los que estuvieron con él entonces coinciden en confirmar que Cameron convocó a los británicos no por ideología, no por programa, sino para intentar salvar a su partido, descompuesto. Eligió el camino fácil, en vez de la renovación de caras e ideas, de la adaptación a los nuevos tiempos, de la búsqueda de respuestas a una sociedad que no era la de Churchill ni la de Thatcher.
Especialmente clarificadora fue una revelación de Donald Tusk, que aspira ahora a ser primer ministro de Polonia y entonces era presidente del Consejo Europeo, en un documental de la BBC. Cameron, afirmó, hizo la promesa del referéndum pensando que no podría acometerla. ¿Un farol? "¿Por qué decidiste convocar este referéndum? Es muy peligroso e incluso estúpido, ya sabes", le preguntó Tusk a Cameron. "Me dijo que la única razón era su propio partido. Me quedé sorprendido. Me dijo que se sentía muy seguro porque pensaba que no había riesgo de un referéndum porque su socio de coalición, los liberales, lo bloquearían. Pero entonces, sorprendentemente, ganó las elecciones y no había socio de coalición. Paradójicamente, Cameron fue la víctima de su propia victoria", afirmó el polaco.
Cameron ha guardado un perfil bajo en este tiempo. Normal en quien deja el escenario con oprobio. Ha estado muy centrado en su familia, su esposa Samantha y sus tres hijos: Nancy (2004), Arthur (2006) y Florence (2010). Su hijo mayor, Iván, que murió en 2009 a los seis años; sufría parálisis cerebral y un extraño tipo de epilepsia.
Empezó a trabajar en el sector privado y recibía cuantiosos ingresos por impartir conferencias para hablar del Brexit. En su función de lobista se vio envuelto en un escándalo cuando sus presiones sobre ministros para que la compañía que le pagaba, Greensill Capital, fuese incluida en el programa de préstamos gubernamentales de emergencia durante la pandemia de covid. La polémica llevó a rehacer las reglas sobre cabildeo en el Reino Unido, pero, como queda ahora demostrado, no acabó con la carrera política de Cameron, que es visto desde algunos sectores como una figura unificadora y popular entre los tories.
Ahora vuelve, en un camino de retorno al Gobierno que ningún primer ministro había tomado en 50 años. Tiene tablas para Exteriores, conoce en profundidad a muchos mandatarios y fuerzas fácticas del planeta. Eso es un plus y un lastre, porque hay quien censura que llegue con demasiadas amistades. La china preocupa especialmente, por lo comercial. Israel ha dicho que Cameron es el premier más proisraelí que se ha visto, y esa es una afirmación espinosa cuando se está bombardeando Gaza.
Lo más peliagudo es que Cameron, el hombre que sacrificó la unidad europea en su pira personal y partidista, será quien tenga que seguir negociando con la Unión Europea los flecos pendientes que quedan del Brexit. Él quería quedarse, no lo logró, y ahora cierra los últimos restos del divorcio, con piedras de toque como el acuerdo sobre Gibraltar, del que España sigue pendiente. Supuestamente, lleva un año a punto de caramelo.
Trabajo, desde luego, va a tener en su retorno.