Trump, el elegido de Dios todopoderoso al que la caída del caballo le dura 15 minutos

Trump, el elegido de Dios todopoderoso al que la caída del caballo le dura 15 minutos

El republicano ha pasado por todo esta semana: de un intento de asesinato a su proclamación, apoteósica, como candidato republicano a la Casa Blanca. Había debate sobre si la sangre llevaría a una transformación política. La respuesta es no. 

Donald Trump levanta el puño ante un público entregado en la convención republicana de Milwaukee, el pasado 18 de julio, día de su proclamación como candidato.ALLISON DINNER / EPA / EFE

"Conozco a tipos duros, pero déjame decirte, hermano, que Donald Trump es el más duro de todos". No es el análisis sesudo de un analista de Harvard, sino el grito visceral de Hulk Hogan, el mito de la lucha libre, en plena Convención Nacional Republicana en Milwaukee. Condensaba, eso sí, la conclusión de esta especie de congreso de los conservadores norteamericanos: la fortaleza de su candidato, el expresidente y magnate, proclamado como aspirante a la Casa Blanca en las elecciones del 5 de noviembre con bríos renovados. 

Si ya todas las encuestas, desde hace dos años largos, lo daban como vencedor, con entre tres y cuatro puntos más que el candidato demócrata (Joe Biden, al cierre de esta edición), ahora Trump se ha consolidado, sobre todo a ojos de sus correligionarios, después de sufrir un intento de asesinato el pasado sábado en Butler (Pensilvania). La convención ha servido para entronar, coronar, poner el cetro en las manos a un señor de 78 a quien el mundo entero ha visto sangrar y levantarse, subir el puño y pedir a su gente: "¡Luchad". 

Muchas eran las dudas sobre el comportamiento de Trump y de su equipo y su partido ante un acontecimiento de los que cambian la vida. Pero se despejaron el jueves con el discurso del aspirante -de 90 minutos, el más largo en una nominación-, en el que Trump fue de nuevo Trump. Durante apenas 15 minutos, entonó una especie de transformación: de forma muy sentida, relató cómo vivió el atentado, una historia que no va a verbalizar más porque le duele demasiado. Pero pasado ese tiempo, volvió a ser el de siempre, marcando el discurso por venir: acusaciones a los demócratas, basura, ventilador, mentiras -más de 20 contó la CNN- e insultos. 

Trump se presentó como un elegido de la gloria o, mejor, de los cielos. Se dijo "salvado por la gracia de Dios todopoderoso" y convencido de que lo tenía de su parte mientras aguantaba agachado, con la oreja sangrante, esperando a que los servicios de seguridad anunciasen que la amenaza había pasado. Usó un tono bajo, desconocido, para explicar todo esto. Y no acusó de lo ocurrido a su partido rival, que era una de las incógnitas, después de que só lo hayan hecho miembros de su familia y hasta el senador por Ohio J. D. Vance, a quien ha elegido como aspirante a vicepresidente en su boleta. No lo hizo Trump, el hombre que ha gobernado desde el rencor personal y las acusaciones constantes, por todo, a los demócratas. 

El multimillonario lanzó un deseo de unidad, erigiéndose en figura mesiánica -el protegido, el elegido- para explicar que eso sólo pasa por él. El resto es caos. Dice el New York Times que, si se cerraban los ojos, sus palabras sonaban a aquel primer Barack Obama que prometía esperanza y curación. "La discordia y la división en nuestra sociedad deben curarse, debemos curarlas rápidamente", dijo. Habló de "un único destino, compartido". "O nos levantamos juntos o nos desmoronamos", llamó quien dice que quiere ser "el presidente de todos", no de medio país, que tenderá "con lealtad y amistad" la mano a aquellos votantes que ahora lo apoyen y no lo hicieron hace cuatro años. 

Pero su caída del caballo duró poco. Tras la congoja, cercana a las lágrimas cuando besó el equipo de bombero del hombre que murió en su tiroteo, Corey Comperatore, Trump volvió a ser el de siempre. Fuera disciplina y suavidad. Presentó de nuevo la supuesta "batalla final" por EEUU, lanzó amenazas, hizo ataques personales -llamó "loca" a la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi-, prometió medidas draconianas contra la inmigración -citando a Hannibal Lecter, poco más que decir-, recortes de impuestos y nuevas guerras comerciales. Hasta "perforaciones pequeñas" para bajar los precios de la energía. "Hablaba como un conductor de autobús", lo describe POLITICO.

Donald Trump y J.D. Vance, los dos candidatos republicanos, juntos en la convención.Win McNamee / Getty Images

No era ya un señor sometido por un revés vital formidable, sino el desafiante aspirante al Despacho Oval que se crece en la adversidad y se enroca en una postura que le ha dado muy buenos resultados. Una postura serpenteante, una montaña rusa de apuesta política, donde ya los llamamientos a la unidad sonaban a cartón piedra. No necesitó más que citar a Biden y su crisis una sola vez. Su supervivencia y sus apuestas de siempre triunfaban por encima de sus llamamientos a la violencia que acabaron en el asalto al Capitolio del día de Reyes de 2021, ante el que parte de los electores parece amnésica. "Yo soy quien salva la democracia para el pueblo de nuestro país", llegó a decir sin ponerse rojo. Tampoco ni media palabra sobre que sea el primer delincuente convicto en tratar de presidir el país. 

En la grada, sólo apoyos, globos, confeti, orejas vendadas en homenaje al héroe. La prensa habla de la "amnesia de Trump" para referirse al peligroso fenómeno de olvidar l que hizo en su legislatura y cómo salió de la Casa Blanca, entre denuncias de fraude que aún hoy defiende, pero nadie sabe qué poder tendrá para ganar nuevos votos. Su base, como se vio, está muy movilizada, y ahora puede ganarse la solidaridad de algunos más, pero tampoco es que vaya a por ellos. De ahí que no cambie el discurso, porque el de matón ya le funcionaba. Suficiente. 

Súper abuelo

Aún así, en la convención se ha visto que la estrategia de comunicación del expresidente ha intentado humanizarlo. Más allá de la corriente de empatía que genera un atentado brutal como el sufrido por Trump y el llamamiento (rápido, poco sustentado) a la unidad, se ha buscado una puesta en escena que lo venda como un superviviente, un tipo fuerte que se recompone, vulnerable (algo que antes habría despreciado de un plumazo) pero firme a la vez, un líder compasivo y agradecido. Hasta de abuelo devoto se ha vestido, con toda su familia arropándolo y los más pequeños contando cosas que hasta ahora nunca habían referido: que Trump los malcría con chucherías y refresco, que les da besos de buenas noches, que es el más divertido jugando al golf. 

Si ha encontrado o no un nuevo sentido a su vida, no lo sabemos. Exteriorizarlo no lo exterioriza. Busca lo de siempre: poder. La humildad y serenidad se trocaron en su apuesta por su engrandecimiento personal, tan conocida. Todo un mundo entre el principio y el final del discurso. 

La columnista Maureen Dowd, ahora en el NYT y que ha seguido de cerca la trayectoria de Trump desde 1987, ha escrito una crónica de la convención que se ha viralizado por su contundencia, en la que se pregunta si estamos ante un león o un mentiroso (usa el juego de palabras lion - lyin’). Expone que Trump es un "maestro de la narrativa", con muchos años de televisión a cuestas, que dejó "hechizados" a los participantes y que cabarga sobre una "surrealista racha de suerte": ha salvado la vida, las decisiones judiciales le son benévolas, Biden se hunde. Y en vez de asumir el intento de magnicidio como un hecho ideal para cambiar realmente, "interpretó el papel del emperador romano". Dice que es como un Julio César que escapa de un asesinato y sigue destruyendo el republicanismo y avanzando en el imperio. Así ve a Trump, "un mentiroso y delincuente crónico" que está "jugando a César". 

Más allá de Trump, queda el Partido Republicano. Las estructuras clásicas y los cuadros de mando de derechas han desaparecido en estos años de dominio de Trump, desde 2016. Los que no lo han querido aguantar se han retirado, han salido derrotados o han sido finalmente asimilados. No hay voces discordantes posibles. 

"La noción de destino confiere inevitabilidad al ascenso de Trump. Nunca fue inevitable. Su increíble ascenso fue posible debido a un endurecimiento de la cultura, plagada de maldad en las redes sociales, y al declive de nuestra sociedad y nuestros tribunales. Además, es más fácil ascender si no tienes escrúpulos y mientes. Eso no es parte del viaje de un héroe", escribe Dowd.

Trump sale herido pero ni por esas habla en serio de unidad y paz, sino que echa más leña al fuego. Se espera que esa sea la tónica de campaña, tenga a quien tenga enfrente. Directo, agresivo, fijando votos en su base, sin tender puentes, convencido de su victoria. Así, hasta noviembre. 

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.