Semana Santa en Jerusalén: ni los lugares de la Pasión escapan al conflicto

Semana Santa en Jerusalén: ni los lugares de la Pasión escapan al conflicto

Capital triplemente santa, escenario de la muerte de Cristo, los espacios que visitan los turistas no sólo están empapados de fe, sino de pelea política. A veces el viaje pasa sin percibirlo, pero ahí está la batalla por la tierra y la soberanía. 

Un grupo de cristianos hace el via crucis por las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén, pasando ante las tiendas de recuerdos.Mike Ruane / SOPA Images / LightRocket via Getty Images

Visitar Jerusalén, cualquier día, en cualquier tiempo, debería ser una de esas cosas obligadas en la vida, no por religión alguna, sino por puro deslumbramiento. Demorarse en la ciudad dorada, vieja de la Edad del Cobre, en sus raíces y en su piedras, desgastadas por otros que vinieron mucho, mucho antes. Calles donde se mezclan creencias e idiomas, un día empapadas en sangre, incluso, dice la Biblia, de la de Jesús, el hijo de Dios, el que vino a salvar a la humanidad. 

La Semana Santa es el momento grande para visitar los Santos Lugares cristianos en esta capital triplemente santa, también para judíos y para musulmanes. No hay competencia con Belén, que se queda la Navidad. Es el momento de la pasión y muerte. Pero ni esos rincones de recogimiento se salvan del conflicto que palestinos e israelíes arrastran desde hace más de 75 años

En realidad, "convivencia" y "Jerusalén" son términos antitéticos, pese al buenismo interesado de quieres usan la etiqueta de la coexistencia y las tres culturas como un reclamo turístico. Jerusalén a veces avanza sin muchas alteraciones por la pura fuerza de la rutina. La vida obliga. Las historias de sus casi 900.000 habitantes se superponen como las piedras blanquecinas del desierto de Judea con las que se hacen buena parte de los edificios, pero la interacción es mínima, como si hubiera una membrana invisible entre las distintas comunidades que las separase. 

Es, en realidad, una capital partida en dos, el este palestino y el oeste israelí, donde se concentran las tres religiones del libro, y donde la mayor parte del tiempo se choca. Sin cesar. Sin esperanza. La Ciudad de la Paz (Yerushalayim) o La Santa (Al Quds) es el hogar del ruido y la furia, más bien. "Una calavera sitiada por un ejército de muertos", la definía en 1857 Herman Melville. Los mapas y las fronteras son allí físicos, mentales y del alma. La población es mayoritariamente israelí, judía, ayudada por la ocupación, pero aún queda un 39% de población árabe en pleno crecimiento y, entre ellos, una menguante población cristiana de no más de 10.000 vecinos. 

Todos viviendo de espaldas al otro o, peor, en pelea encarnizada con el otro. Incluso en los lugares que estos días visitan miles de turistas, a veces sin darse cuenta de la pugna que hay detrás de los monumentos, la ceremonia y los souvenirs. 

Vista aérea de Jerusalén desde el Monte de los Olivos, con la muralla de la Ciudad Vieja y la Cúpula de la Roca en primer término.Mustafa Alkharouf / Anadolu via Getty Images

Un poco de contexto

Los palestinos aspiran a tener en Jerusalén Este la capital de su futuro estado. Israel, sin embargo, afirma desde los años 80 que es la suya, "única e indivisible". Actualmente, desde 1967, la parte árabe de la ciudad está ocupada por Israel, que domina por completo cada calle palestina, en las que viven más de 300.000 personas. Dos tercios de la actual Jerusalén son antiguo suelo árabe, indican los mapas de la ONU. La famosa línea verde que dividía los dos lados de la ciudad tras el armisticio hoy no es más que una avenida importante, cargada de tráfico. Pero no hay mezcolanza de las dos poblaciones más que la que obligan determinados servicios, como el tranvía que circula por allí y que, en sus 23 paradas, pasa por barrios de todo tipo. 

Siendo una cuarta parte del censo jerosolimitano, los árabes no reciben más que el 10,8% de la inversión, según datos del exconcejal del izquierdista Meretz Meir Margalit. Entre 6.000 y 8.000 menores no asisten a clase, porque ni hay aulas públicas suficientes para ellos ni llega la ayuda de instituciones solidarias o religiosas. El 67% de la población de Jerusalén Este se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, según el Instituto Nacional de Seguridad Social israelí.

Jerusalén sería la capital de los dos Estados, Israel y Palestina, en el caso de que unas negociaciones ideales avanzaran finalmente, lo que no parece cercano. Es la única solución al conflicto, como defiende hasta el gran amigo de Tel Aviv, Estados Unidos, pero que está lejísimos. Si hasta hace un tiempo el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, defendía de palabra (no de obra) esa salida, ahora, al calor de la guerra de Gaza que acumula ya más de 32.000 muertos, la niega vehementemente

Sobre la mesa existen no menos de nueve propuestas para el municipio y otras 17 para la Ciudad Vieja, donde se concentran los santos lugares. Israel las descarta: con ultraderechistas en su Gobierno, ha endurecido su discurso de que Jerusalén es la capital integral, insepadable, de su estado. La comunidad internacional interpreta que es Tel Aviv, y no Jerusalén, la capital del país.

La procesión de las palmas y ramos

Dice el evangelio de Mateo: "La multitud que iba delante y la multitud que venía detrás gritaba: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto de los cielos!". La Semana Santa empieza con el Domingo de Ramos, el momento en que Jesús llegó a Jerusalén. A primera hora de la tarde, una procesión de palmas y ramos baja hacia la ciudad por las calles empinadas que vienen desde el santuario de Betfago o Betfagé, en Betania. Desde allí Jesús de Nazaret envió a sus discípulos a por un borrico, con el que entró finalmente en Jerusalén.

Procesión del Domingo de Ramos, en la bajada de Betania a Jerusalén, en 2022.Ilia Yefimovich / picture alliance via Getty Images

Hoy la zona es un barrio palestino, que como en resto de la parte árabe está ocupado por Israel. En las faldas de su colina, desde la iglesia de la que parte la comitiva, se han incrementado los casos de casas robadas por colonos israelíes, que han llenado de banderas sus ventanas y terrazas. Los choques en la zona no son tan violentos como en Cisjordania, pero la tensión es constante y la presencia policial a veces complica la vida diaria de una zona que, además, tiene muy cerca algunos de los principales centros sanitarios para la población árabe. 

También queda a la mano, en un recodo a pocos minutos a pie de la iglesia, el muro de separación que Israel comenzó a levantar 22 años atrás y que fue declarado ilegal por la justicia internacional. Se trató, defiende Tel Aviv, de una apuesta de seguridad, planeada al calor de la Segunda Intifada, pero que parte barrios enteros de Jerusalén y pueblos cercanos, separando hasta a familias. En estos días de celebración, el muro complica la llegada de fieles cristianos a la capital, ya que necesitan un permiso de Israel para las fiestas. Con los años, cada vez son menos. 

Numerosos palestinos de Cisjordania estudiaban antes del muro en Jerusalén o iban a la ciudad triplemente santa a recibir tratamientos en sus hospitales. La valla de separación también ha ralentizado todo eso. Los permisos, también en estos supuestos, llegan con cuentagotas y sin ellos no se cruza. De esto depende el futuro de sus jóvenes y la vida o la calidad de sus enfermos.

Unos niños palestinos juegan junto al muro de separación a la altura de Betania, en una imagen de mayo de 2008.David Silverman / Getty Images

La procesión avanza por el Monte de los Olivos y entra en la ciudad vieja subiendo el repecho que acaba en la Puerta de los Leones o de San Esteban, en el lado árabe. Es el punto en el que comienza la Vía Dolorosa, donde están desde el lugar de nacimiento de la virgen María al espacio donde los romanos se jugaron la capa de Jesús. Casualidades de la historia, todo junto. 

También allí hay una garita permanente de vigilancia de la Policía de Fronteras de Israel. El acceso se corta cuando hay picos de violencia o sin necesidad de ello, para proteger fiestas judías o como represalia. Por ejemplo, los fieles musulmanes se ven con frecuencia privados de acceder por esa puerta a la Explanada de las Mezquitas, donde está la Cúpula de la Roca y Al Aqsa. Al lado de la puerta, además, hay un cementerio que estos días aún tiene frescas las flores de algunos de los muertos por redadas israelíes en mitad del Ramadán, incrementadas por la tensión de la guerra en Gaza. 

Siguiendo la muralla, en el extremo oriental, se situaba también la fortaleza Antonia, levantada en época romana por Herodes el Grande y adyacente al Templo de Jerusalén. Es en este lugar donde Jesús fue condenado a morir crucificado, tras el juicio ante el procurador romano Poncio Pilato. El de las manos limpias. 

Las últimas horas

"Luego echó agua en el recipiente y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a limpiarlos con la toalla con la que se había ceñido", escribe el evangelista Juan sobre la Última Cena. En el Monte Sión se conserva aún el Cenáculo, donde se supone que se produjo ese encuentro final entre Jesús y sus seguidores más fieles y se instituyó el sacramento de la Eucaristía. 

Ocupa la segunda planta de un edificio que fue una antigua iglesia bizantina y luego un monasterio franciscano, apenas una sala de bóvedas ojivales de la época de los cruzados y con restos de haber sido una antigua mezquita, también. Está enclavado en la zona armenia de las cuatro en que se divide la ciudad vieja (las otras son la cristiana, la musulmana y la judía) y tampoco se libra de roces ya que, curiosamente, en el piso inferior se supone que está la tumba del rey David, a la que acuden a rezar los fieles judíos. Cuando hay fiestas coincidentes, como justo este 2024 en que la Semana Santa se celebra a la vez que el Purim judío, se complican las visitas y en ocasiones hay roces. 

De hecho, el Cenáculo es propiedad del Estado de Israel desde 1948, por lo que no está permitido celebrar misa allí. La liturgia que se permite el Jueves Santo es muy simple y rápida. Como resumen en un chiste viejo los franciscanos de San Salvador, los frailes a veces no necesitan ni bañarse de los escupitajos que reciben, además de zarandeos e insultos, en este y en los demás lugares sagrados. 

El papa Benedicto XVI, en el Cenáculo, durante una visita oficial en 2009.Amos Ben Gershom / GPO / Getty
Protesta de judíos ultraortoxos ante el cenáculo y la tumba de David, en 2014, contrarios a las negociaciones del Vaticano con Israel para comprar el sitio.Ilia Yefimovich / Picture Alliance / Getty

Es hacia las nueve de la noche del jueves que se celebra en Getsemaní una procesión, más la Hora Santa en el Huerto de los Olivos para meditar sobre la agonía de Jesús en esa noche, el momento de soledad que buscó el Mesías antes de su prendimiento. Horas más tarde, el cortejo, con velas y en silencio, va hasta el palacio de Caifás, donde se conmemora el arresto de Cristo. 

El Monte de los Olivos está frente a los muros de Jerusalén, cara a cara con la Explanada de las Mezquitas, con una de las vistas más impresionantes de la ciudad. La Custodia de Tierra Santa de la Orden Franciscana tiene allí la Basílica de Getsemaní o de las Naciones. En su interior se encuentra la porción de roca en la que, según la tradición, Jesús oró la noche de su arresto. Es la zona por la que baja la procesión del domingo, por lo que a sus espaldas están las casas de los colonos, también. Antes de descender del monte, se encuentra el lugar donde la tradición ortodoxa sitúa la tumba de María, madre de Jesucristo.

El terreno siguiente es uno de los mayores cementerios judíos de la ciudad, con tumbas de algunos de los rabinos locales más destacados, por lo que la zona es severamente vigilada cuando hay alguna fiesta, en pleno barrio árabe. 

Getsemaní y la Basílica de las Naciones, con el cementerio judío al fondo.Jakub Porzycki / NurPhoto via Getty Images

La procesión bordea la muralla de la ciudad vieja hasta el ya inexistente palacio de Caifás y, aunque no suele durar más que un par de horas, eso obliga a cortar la carretera y, con ella, el acceso en bus a los ultraortodoxos que tratan de llegar al Muro de las Lamentaciones, que tiene su acceso poco más arriba. Ha habido incidentes regulares entre haredim que gritan o increpan a los fieles cristianos, pero la policía vigila de cerca la zona, siendo el tesoro turístico que es. No van a más. 

Donde mandaba en tiempos Caifás ahora se levanta una iglesia, la de San Pedro en Gallicantu, llamada así porque es el lugar donde el discípulo Pedro negó tres veces a su maestro antes de que cantase el gallo. Fue un santuario bizantino, levantado en el año 457 y reformado recientemente. 

A sus pies se abre el barrio palestino de Silwan, uno de los más populosos y, también, el más azotado por la presencia de colonos. Son constantes las denuncias de llegadas de nuevas familias, habitualmente judíos radicales, que han ocupado casas o las han comprado bajo cuerda, con lo que la zona es un queso gruyere, con banderas de Israel salpicando la zona. Los judíos sostienen que Silwan, en el pasado, fue hogar de judíos yemeníes y tienen derecho al retorno. Los palestinos de las guerras del 48 y el 67 sólo tienen derecho al retorno en las resoluciones de la ONU. 

Para los judíos, ese barrio es muy codiciado porque en él se encuentran los restos arqueológicos de la llamada Ciudad de David y porque es el punto más cercano al último vestigio del Templo del rey Salomón, hijo del rey David, un espacio destinado a contener el Arca de la Alianza y las Leyes que Yahvé otorgó a Moisés. Hablamos del Muro de las Lamentaciones, de los Lamentos o Kotel. Sobre él, otro santo lugar, no para los cristianos ni para la Semana Santa, pero clave en el choque religioso que también alberga el conflicto palestino-israelí: la Explanada de las Mezquitas

La Vía Dolorosa y el Calvario

"Era alrededor del mediodía, cuando el sol se eclipsó y se oscureció sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde". Lucas es el más preciso a la hora de ajustar los tiempos en el Viernes Santo, el día en que muere Jesús. Esta jornada, en Jerusalén, la procesión recorre la Vía Dolorosa, siguiendo el Vía Crucis. Fieles y religiosos pasan por las 14 estaciones -la condena, la cruz, las caídas, los encuentros- hasta llegar al Santo Sepulcro -la muerte y la crucifixión-.

El recorrido comienza en la Vía Dolorosa, esa que hemos visto que arranca con el control de fuerzas israelíes y los accesos a Al Aqsa. La zona está trufada de iglesias y tiendas, pero cuando gira a la izquierda, entre la cuarta y la quinta estación, también aparece un edificio tomado por judíos. Frente a ella, en la calle que conecta con la Puerta de Damasco, otra bandera azul y blanca en una casa que fue ocupada por el que fuera primer ministro israelí, Ariel Sharon. En todo lo alto, la menorah, candelabro de siete brazos, símbolo tradicional del judaísmo.

La cuesta por la que prosiguen las estaciones, hasta llegar al Santo Sepulcro, es de los tramos más tranquilos de la ciudad vieja, en la zona cristiana. Sin embargo, también es un foco de desazón para esos cristianos palestinos a los que se les deniega el acceso a los santos lugares si Israel entiende que no procede por razones de seguridad. 

El Edículo, el lugar donde Jesús fue enterrado, en el corazón de la Basílica del Santo Sepulcro.Anadolu via Getty Images

Se llega a una basílica con custodia compartida entre el Patriarcado ortodoxo y el Patriarcado latino de Jerusalén que marca el lugar donde Jesús fue crucificado, recibió sepultura y resucitó. El viejo monte Gólgota, que en arameo es "el de la calavera", está centro del templo, es sobre él que se levantó todo lo demás. El interior está lleno de capillas y rincones, como la Crucifixión y la del Calvario, donde está la piedra donde fue ungido Jesús antes de ser sepultado. Hay hasta grafitis de la época templaria, grutas y pasadizos. 

El corazón del templo lo controlan los ortodoxos y es el Edículo, un templete situado sobre la pequeña cámara funeraria en la que se cree fue enterrado Jesús y resucitó al tercer día de su muerte. Según los evangelios, el lugar era una tumba nueva tallada en la roca, una cámara supulcral propiedad de un rico judío seguidor de Cristo llamado José de Arimatea, cerrada con una gran piedra. "Él bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana, y le puso en un sepulcro tallado en la roca, en el que nadie había sido puesto". Hasta que llega la luz para los cristianos. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?", escribe de nuevo Lucas. 

En la noche del viernes, se lleva a cabo en esta basílica un cortejo fúnebre. Este es un momento verdaderamente único, destaca la Custodia Latina, porque en ningún otro país del mundo todavía tiene lugar tal rito. Se celebra así: dos frailes quitan la corona de espinas y clavos de la estatua que representa a Cristo en la cruz y luego la colocan en el sudario. Posteriormente, el custodio de Tierra Santa -Francesco Patton actualmente- lo rocía con aceites e incienso y conduce la procesión hasta el Sepulcro.

Ya el sábado, en la misma basílica, ocurre otro evento singular: a la primera luz del día, Jerusalén celebra la Resurrección de Cristo. Este un privilegio que la Iglesia en Tierra Santa tiene cada año. Todos los sacerdotes están vestidos de blanco y se celebra la liturgia. Después de leer siete lecturas y siete salmos del Antiguo Testamento, los frailes de la Custodia tocan las campanas en celebración. El Evangelio de Pascua se proclama antes de la entrada de la tumba vacía. Como al día siguiente, el domingo por la mañana, cuando una nube de incienso saluda al Patriarca de Jerusalén de los latinos, que celebra la misa pontificia. Después dirige la solemne procesión alrededor del Edículo. Cristo vive, es el mensaje. 

El ataque terrorista de Hamás a Israel el 7 de octubre y la guerra en Gaza como represalia pesan sobre las celebraciones de la Pascua de este año, como lo demuestra la ausencia casi total de peregrinos que tradicionalmente en estas fechas suelen abarrotar los lugares santos y llenar las calles en torno al Santo Sepulcro. Esta Pascua, dice Patton en un mensaje al mundo, se convierte en una oportunidad para "dar sentido al sufrimiento de esos millones de cristianos en el mundo a los que nadie da voz y que viven en regímenes de persecución religiosa, autocracias, falsas democracias". 

Entre ellos se encuentran también los cristianos de Gaza, que "están en agonía desde hace casi siete meses, viven en la inseguridad, no tienen nada que comer, su única certeza es Jesucristo". "La Iglesia de Tierra Santa vive un Viernes Santo prolongado, casi aplastado por el peso de la Cruz. Pero no será un Viernes Santo eterno. Tarde o temprano terminará y el sol pascual saldrá también para la Iglesia de Tierra Santa", confía el fraile italiano.

La Jerusalén terrenal es esta, la de los nudos y los atranques. Nada que ver con las promesas de paz de la celestial. Un matadero divino que contradice a aquellos ángeles que, cuando nació Jesús, desearon "en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad". Hoy parece más lejos que nunca.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.