Rifle en el hoyo 5: cómo el nuevo intento de matar a Trump puede afectar a la campaña

Rifle en el hoyo 5: cómo el nuevo intento de matar a Trump puede afectar a la campaña

Esta vez todo es menos visceral que en julio: el republicano no está herido, no hay muertos ni sangre ni imágenes del ataque. Pero el magnicidio fracasado sepulta las corrientes de la disputa de estos días y supone una normalización de la violencia. 

Una seguidora de Donald Trump, este lunes, en una concentración de apoyo ante su mansión de Mar-a-Lago, con una camiseta en la que se lee: "Trump, a prueba de balas".CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH / EPA / EFE

"¡Sin duda, fue un día interesante!". Hay que reconocerle cuajo a Donald Trump. Un señor de 78 años que sale ileso de su segundo atentado en dos meses y que aún tiene ganas de bromear. El expresidente de Estados Unidos y candidato a la Casa Blanca en las elecciones del próximo noviembre ha vuelto a estar en la mira de un tirador. No en las redes, no en las calles, no en los medios. Físicamente, había un dedo, un ojo, un arma y una diana. Él. Y se ha vuelto a escapar. 

Ahora es forzoso que la pregunta surja de nuevo: ¿cómo va a afectar este intento de magnicidio a la campaña electoral? 

No quedó claro de inmediato cómo afectará lo ocurrido a su agenda o a la dinámica de su campaña. Trump tenía previsto hablar en vivo desde Florida sobre criptomonedas este lunes por la noche, en la red social X, y también tenía paradas previstas para el martes y miércoles en Michigan y en Long Island, Nueva York.

Un correo electrónico al personal de la campaña de Trump enviado a la agencia AP sólo señala: "Les pedimos que permanezcan atentos en sus idas y venidas diarias". "Al entrar en los últimos 50 días de la campaña del presidente Trump, debemos recordar que sólo podremos salvar a Estados Unidos de aquellos que buscan destruirlo trabajando juntos como un solo equipo", añaden.

Trump había regresado a Florida este fin de semana después de una gira por la Costa Oeste que incluyó un mitin el viernes por la noche en Las Vegas y un evento de recaudación de fondos en Utah. Su campaña no había anunciado ningún plan público para Trump el domingo. Suele pasar la mañana jugando al golf, pero hay diferentes campos en los que lo hace. 

La respuesta a lo que puede pasar no es la misma hoy, después de que un hombre haya sido detenido por colar su rifle AK47 en un seto del campo de golf en el que el magnate jugaba con un amigo -estaba en el hoyo cinco-, que el pasado 13 de julio, cuando un chico disparó desde un tejado donde nadie lo vio, hirió en la oreja a Trump y mató a un bombero. Han cambiado algunas cosas, incluyendo a la rival por el Despacho Oval, ahora Kamala Harris. No hay imágenes, no hay la misma visceralidad, la misma emotividad, el mismo shock. No sólo porque ha sido una amenaza menos a la vista, sino porque el país entero parece haber interiorizado que la violencia política está a la orden del día y estas cosas pasan. Pero no, no pasaban así, no había campañas con dobles ataques a un candidato y con la polarización nacional arriba en la agenda de prioridades. El problema es gigante.  

Ahora ya se intuye lo que puede venir en los próximos días, porque hemos visto cómo el republicano pasaba página de sus heridas en Butler (Pensilvania) sin caer en el victimismo, pero con su círculo acusando a los adversarios -los demócratas- de tensionar la vida política hasta el extremo. También sabemos que el exmandatario es fiel a su empecinamiento y no ha cambiado el tono ni lo va a cambiar, en aras de una mejor convivencia. La solemnidad y el recogimiento, sinceros, le duraron 15 minutos en el estrado de la Convención Republicana que pocos días después del primer ataque lo encumbró como candidato. Ya está. 

Agentes de la oficina del Sheriff de Palm Beach, delante del club de golf donde se planeó el atentado a Trump.CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH / EPA / EFE

No ha habido transformación política ni llamadas a la convivencia. Ha habido más Trump, en esencia. El mismo domingo, día del nuevo ataque, lo empezó en sus redes sociales lanzando un mensaje literal de odio. "¡ODIO A TAYLOR SWIFT!", escribió en Truth Social con mayúsculas y exclamaciones. Conciliador y edificante no es. En paralelo, su candidato a vicepresidente, J. D. Vance, estaba en los medios alentando la teoría de la conspiración de que los extranjeros de Ohio se comen las mascotas de los norteamericanos de bien. La apuesta es la misma. 

Trump no ha hecho en estas semanas alusión a su primer ataque y no se espera que lo haga del segundo, aunque sí que habla de forma genérica de que cuando es agredido lo que se busca es atacar al pueblo norteamericano, no a sí mismo. Sostiene que está en el blanco porque se preocupa de los "olvidados". "No me van a perseguir a mí, sino a ti. Yo sólo estoy en el camino", repite. Su llamamiento, aún ensangrentado, fue ese "luchad, luchad, luchad", de enorme fuerza. A eso se aferra y se aferrará. 

Sin embargo, es verdad que el nuevo atentado cambia abruptamente los temas de campaña que estaban copando titulares, de los perros y gatos a la victoria aún caliente de Harris en el debate del martes pasado en ABC News. Nos lleva a un territorio sin precedentes y estas primeras horas en caliente darán un poco la medida de lo por venir, a siete semanas de las elecciones. Es importante que los mensajes lanzados hasta ahora, mayoritariamente, son de condena a lo ocurrido y de aliento a Trump. Si Harris ha dicho que "la violencia no tiene cabida en EEUU", su segundo en la boleta, Tim Walz, ha ido más allá afirmando que "no forma parte de lo que somos como nación". Y, sin embargo, lo empieza a ser. 

Es la lectura más cruda de lo ocurrido ayer en Palm Beach, que la violencia se ha convertido en una nueva normalidad que va aparejada a estos tiempos de la política en el país, hasta que tanto vaya el cántaro a la fuente que al final se rompa. El hecho de que los atacantes de Trump han sido lobos solitarios no reduce el riesgo y es también síntoma de la división que subyace en la sociedad, de la tensión que se añade al deseable combate de ideas. Hay trincheras. 

Tras décadas de campañas sin violencia, parece que la posibilidad de un asalto se ha hecho natural, que estremece, pero menos. Empezando porque los estándares de conducta de ciertos candidatos -léase Trump- han alentado este guerracivilismo que parece ya sistémico. Ahí está el Capitolio, donde se sembró mucho de lo que ahora brota. Todo es más burdo, más al límite, el nivel de sorpresa e indignación va bajando. Es peligroso normalizarlo en un país donde hay más armas de fuego que ciudadanosEl International Crisis Group lleva años avisando de esta tendencia, al alza desde la campaña de 2020, cuando Joe Biden ganó las elecciones.

Trump responde que "nada" lo va a detener, que no se va a "rendir". Harris, que está "profundamente perturbada" por los acontecimientos del día, sostiene que "todos debemos hacer nuestra parte para garantizar que este incidente no conduzca a más violencia".

En el caso del último ataque, será importante para el desarrollo de los acontecimientos el perfil del agresor y sus motivaciones, que no se conocen por ahora. Se sabe que era un ferviente partidario de la causa ucraniana y crítico con Trump por su cercanía a Vladimir Putin en el pasado, además de su amenaza de recortar los fondos para Kiev, pero el FBI no ha confirmado que eso lo llevase a preparar el atentado. Si unos y otros hacen bandera de esos motivos puede haber roces. 

Hay otro debate de fondo importante que esta tragedia evitada ayer pone sobre la mesa: la seguridad de los candidatos electorales. Trump tiene su red de vigilancia triple, como expresidente que es, como nuevo aspirante y como magnate, una de las 400 personas más ricas de todo el mundo según Forbes. Todo eso no ha sido suficiente. El republicano ha agradecido el trabajo "absolutamente excepcional" de los agentes del Servicio Secreto que le han salvado de la vida. Esto no ha sido Butler, donde al tirador se le dejó hacer y la directora de ese Servicio, Kimberly Cheatle, dimitió ante el que era el "mayor fallo operativo" de la agencia "en décadas".

Las dudas sobre el Servicio Secreto

Aún así, hay preguntas importantes por hacer. Por ejemplo, cómo llegó el tirador, Ryan Wesley Routh, de 58 años, supo dónde estaba Trump, cuando su agenda no es pública como la de los dirigentes electos como Biden o Harris, y menos cuando está de relax dando unos golpes. También hay que aclarar cómo pudo tener al expresidente a entre 300 y 500 metros de la mira telescópica de su fusil. Distancia de tiro. 

Un club de golf es prácticamente imposible de vigilar por todos sus ángulos, por lo que ahora se pone en tela de juicio ya no sólo la seguridad de Trump en eventos abiertos, sino en su tiempo libre. ¿Cómo se le protege cuando hace deporte en una extensión inabarcable? Cuando está en la Torre Trump de Nueva York, cruza camiones en la entrada a modo de barricada. En los mítines al aire libre, ahora habla detrás de un cristal a prueba de balas. ¿Pero en el campo? ¿Qué pasa con su ocio o su descanso en un complejo donde los socios que pagan su cuota pueden ir y venir, en un contexto tóxico en el país?

La foto de las bolsas llenas de azulejos, para hacer de parapeto, y la GoPro preparada para grabar la hazaña son una losa para quienes le vigilan, por más que uno de ellos detectase el arma entre el camuflaje y lograse disparar. Routh escapó pero la red tejida para dar con su coche, del que se pudo lograr la matrícula, permitió su arresto en poco tiempo y sin más consecuencias. El gobernador de Florida, el republicano Ron DeSantis, ha anunciado que su estado haría su propia investigación sobre lo ocurrido. 

Donald Trump, el pasado 13 de julio en Butler, asistido por los miembros del Servicio Secreto.Anna Moneymaker / Getty Images

Rafael Barros, agente especial a cargo de la oficina de campo del Servicio Secreto en Miami, ha reconocido a la cadena ABC que "el nivel de amenaza es alto" y "vivimos en tiempos de peligro". Por su parte, Robert McDonald, miembro de alto rango del Servicio Secreto y exsupervisor del equipo de seguridad del presidente Biden cuando era vicepresidente con Barak Obama, ha sido entrevistado en BBC Radio 4 y enfatiza que ahora lo que debe preocupar son los imitadores. "Afortunadamente, hasta ahora, las lesiones han sido mínimas, pero la mayor preocupación ahora es si alguien se acercará un poco más. ¿Alguien tendrá otro rifle de alta potencia? ¿Alguien podrá infligir algún daño grave?", reflexiona. 

A su entender, "en comparación con el 13 de julio, cuando el Servicio Secreto tuvo algunos fallos épicos en sus políticas y protocolos, esta fue una reacción muy positiva por parte de ellos". Ahora, sus efectivos han podido "detectar diligentemente a este individuo y luego asegurarse de que se reforzaran las medidas de protección directamente alrededor del expresidente". "En general, creo que fue un buen día para el Servicio Secreto, a pesar de que este individuo se acercó relativamente". Y eso hay que analizarlo y dar respuestas. 

Internamente, tras el primero de los atentados, ya hubo quejas del Servicio Secreto sobre la falta de medios a su alcance para cubrir a un personaje con necesidades de seguridad crecientes y desde entonces se había producido un refuerzo importante en su equipo. Puede que haya otra vez roces sobre los medios al alcance de quienes velan por la vida de los más altos representantes del país. Biden ha ordenado a su equipo garantizar que el Servicio Secreto "tenga todos los recursos, capacidades y medidas de protección necesarias para garantizar la seguridad continua del expresidente". Pero también está la certeza de que matar es relativamente fácil, EEUU es un país con demasiadas armas -las tienen Trump y Harris, para empezar- y el blindaje completo no existe.

Los expresidentes y sus cónyuges cuentan con la protección del Servicio Secreto de por vida, pero la seguridad en torno a los estos viejos líderes varía según los niveles de amenaza y exposición, y las medidas más duras suelen adoptarse inmediatamente después de dejar el cargo. El equipo protector de Trump ha sido mayor, obviamente, que el de otros expresidentes debido a su alta visibilidad y su campaña para buscar nuevamente la Casa Blanca.