Odesa, tu lugar de vacaciones en Ucrania con vistas a la guerra
La 'Perla del Mar Negro', que recibía cada verano a tres millones de turistas, intenta sobrevivir a los ataques rusos refugiándose en pequeños placeres, cada vez más peligrosos por el recrudecimiento del asedio tras la ruptura del pacto del grano.
Odesa, una ciudad vieja de 24 siglos al menos, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y perla del Mar Negro de Ucrania, no es hoy ni sombra de lo que era. La invasión rusa del país, iniciada en febrero de 2022, la condena a su segundo verano sin turistas, sin sol, sin playa, sin placeres de vacaciones. Apenas un reducto de resistentes se empeña en saltarse las prohibiciones, darse un baño, hacer deporte en el paseo marítimo, mirar el mar sucio de escombros y bombas. Vivir.
La situación es dura en todo el país, con los combates recrudecidos en el este y el sur, pero en Odesa han empeorado en las últimas semanas. La ciudad que Moscú atacó en las primeras horas de ofensiva, sabedora de su envidiable localización, está siendo diana de ataques diarios de los de Vladimir Putin desde que coincidieron dos motivos: Kiev atacó el 17 de julio el vital puente de Crimea -la península anexionada ilegalmente por los rusos en 2014- y Rusia se negó a renovar el acuerdo para sacar grano con seguridad de la zona, ese mismo día.
Desde entonces, los ataques son diarios, con todo tipo de armamento. Se han producido incendios en instalaciones militares y civiles críticas, hay carreteras cortadas por los ataques, se recogen los restos caídos sobre pisos y hoteles y hasta sobre silos de cereales, los que aún se guardan con la esperanza de venderlos al mundo.
También se ha registrado un importante daño patrimonial, porque ha habido disparos dirigidos tanto al puerto como al centro de la ciudad. El botón más claro para entender las consecuencias es la Catedral ortodoxa de la Transfiguración, de 1809, reventada porque dice el Kremlin que albergaba a "terroristas". Una joya menos para atraer visitantes, cuando hasta antes de la guerra eran costumbre tres millones de turistas cada verano. La UNESCO, que ha añadido la ciudad en su lista de patrimonio mundial en peligro, ha dicho estar "profundamente consternada" por este ataque.
Ahora, según relatan agencias como EFE y AFP desplegadas en el terreno, la cifra de turistas no llega a un cuarto de aquello. Son los resistentes que aún buscan descanso en una ciudad que, antes de la guerra, superaba por poco el millón de habitantes. Vacaciones con vistas a la guerra.
La Odessa Development Fund y la ONG PIC (Promotion os the Intercultural Cooperation) explican que la ciudad hoy alberga a menos de la población habitual y que sus servicios se están viendo "seriamente comprometidos" por la falta de suministros, por ejemplo, de energía. Además de los ataques rusos, la situación se complicó notablemente cuando estalló la presa de Kajovka, en junio pasado, y el agua hizo daño por el arrastre, por los destrozos y por la contaminación. Aunque el agua potable se recuperó, es inviable tener hoteles con piscina.
La situación de la economía local es de "profundo estrangulamiento". Un puñado de visitantes no arregla nada, no impide "que cierren hoteles, servicios, pequeño comercio" que, por ahora, se había salvado de la guerra y del exilio, porque incluso se calcula, dice PIC, que Odesa es una de las ciudades a las que más ucranianos han regresado tras salir inicialmente como refugiados. "La ciudad sufre los ataques rusos, los daños de la presa y las minas plantadas en toda la costa, que impiden hasta un chapuzón", indican.
La zona de Arcadia, la más comercial, epicentro del entretenimiento, es la única que intenta resistir, pero las escenas diarias son "tristes", en palabras de Lada Baranestski, una traductora de la primera ONG. "Para que te hagas una idea, en esta ciudad somos de hacer barbacoas en la playa, de salir al sol con la familia y los amigos. Eso ya no se ve. Hay grupos muy pequeños de adolescentes, porque son rebeldes y es la edad, que se sientan un rato en las rocas. Alguno igual se baña, pero no se puede. No sé cómo decirlo... la playa olía a crema solar y a comida y ahora ni se huele la sal por el humo y la suciedad", explica.
Las autoridades locales han vetado el baño y ha cerrado playas cuando ha sido necesario, porque hay avisos de minas "constantes" y también la corriente "trae bombas arrastradas del interior" del Mar Negro.
"Odesa es un lugar donde para tomar un café en la estación de tren tenías que hacer cola, de tanta gente que había. Ahora vas y los cafés están solos. No hay abrazos ni risas, hay prisa y miedo. Lo único que queda igual es la humedad pegajosa", añade Alexander Dugin, cooperante. "Hay tensión en todos lados, hasta en el paseo marítimo. Claro que intentamos aprovechar, hay gente que hace deporte o pasea, pero poco tiempo, todo rápido. Es una zona demasiado expuesta", indica. "¡Hasta se echa en falta el ruido de las discotecas!", lamenta ahora. Sin embargo, sostiene que sus vecinos son personas "tenaces" y que ya están "cansadas" de tener que cercenar sus vidas por la guerra. "La vida sigue, aunque todos tenemos cosas con esta guerra que llevamos muy dentro", concluye.
AFP habla con varios ciudadanos en plena costa y ponen ejemplos ilustrativos del daño. Serguéi Bikanov, de 41 años, al frente de un bar que vende bebidas y alquila hamacas, afirma que sus ingresos actuales no llegan ni al 20% respecto a los veranos anteriores. Tras la ruptura de la represa de Kajovka, por la que Moscú y Kiev se echan la culpa, "no vino nadie durante dos semanas. Mucha gente tiene miedo de la contaminación del agua", comenta. Tras la destrucción de la represa de Kajovka se llevó a cabo una limpieza a fondo y se permitió bañarse en las playas protegidas por redes. En varias playas se habían instalado esas redes antimina como preparativo para la temporada de baños, que no llegó a materializarse oficialmente debido a la catástrofe de la presa de Kajovka. Se recuperaron, pero los bombardeos siguen impidiendo el baño. Carteles informativos muestran fotografías de minas navales y aconsejan sobre qué hacer si se encuentra una.
Y Artiom, un joven de 17 años originario del este de Ucrania, cuenta que es la primera vez que acude a la playa de Odesa. "Está bien pero hay misiles volando por aquí", ironiza. Este futuro estudiante de derecho huyó con su familia de Bajmut, ciudad devastada por los combates. No sabe si su casa sigue en pie. Desde entonces ha vivido en varias ciudades pero no había tenido tiempo de ir a la playa. "Hay que ir, porque sino uno puede volverse realmente loco", afirma a la agencia.
Dugin y Baranestski sostienen que el peligro a un desembarco está "siempre presente" y que por eso las visitas a la playa son "rápidas". "Las citas con amigos eran muy comunes allí, pero ahora se hacen más adentro. Nadie está a salvo de los rusos, pero al menos es menos expuesto", reconoce ella. La palabra "turistas" le viene un poco grande al "puñado" de gente no local que aparece por allí. "Suelen ser personas que necesitan un poco de aire y que se van rápido. No hay hoteles trabajando con normalidad, hay muchas carencias de camas y de bares. Las residencias familiares han cerrado porque a ver quién puede llenar una piscina. Está prohibido y es imposible", añade Dugin.
Si en Odesa hay problemas, insiste, más aún en el resto de la región, muy sacudida por los ataques desde el mar que hacen los rusos. Ahí las infraestructuras están "muy dañadas" y la vida diaria está "más comprometida". Varios ataques rusos destruyeron además hoteles y edificios residenciales en resorts turísticos como los de Zatoka y Sergiivka, donde el verano pasado murieron 22 personas por el impacto de un misil. Ahora parecen calles fantasma.
Las fotos de años más felices no consuelan, pero sí la esperanza. La moral, pese a todo, está alta. "Odesa estará libre más temprano que tarde. Volveremos a las playas y al mar. Nuestros barcos volverán a la mar y al mundo. Que nadie lo dude", repite Baranestski.
La importancia del enclave
Odesa es importante por su presente y por su pasado. Se convirtió en el segundo puerto más importante de Rusia, después de San Petersburgo, cuando estaba bajo dominio de Moscú, con el grano como su principal exportación.
Establecida en 1794 por la emperatriz Catalina la Grande en tierras conquistadas al Imperio Otomano, en el sitio de la ciudad fortaleza de Khadzhibei, tiene un significado económico, simbólico y estratégico. La ciudad fue uno de los principales centros de la Revolución Rusa de 1905 y fue escenario del motín en el buque de guerra Potemkin. Pura historia rusa, de esa que Putin enarbola en su afán expansionista. Y, sin embargo, Odesa representa justo la antítesis del nacionalismo étnico ruso del presidente ruso, porque ha sido siempre una ciudad abierta y cosmopolita, porosa.
Ya en las primeras semanas después de que Putin ordenara la invasión a gran escala de Ucrania, mientras su Ejército lanzaba misiles sobre ciudades y pueblos de todo el país, Odesa salió prácticamente ilesa. El primer bombardeo informado de la ciudad no fue hasta casi un mes después de que comenzara la invasión y estaba dirigido a las afueras de la ciudad. No se reportaron víctimas. Moscú esperaba derrocar rápidamente al Gobierno de Kiev, enviando columnas de combatientes hacia la capital en los primeros días de la guerra, en un intento de apoderarse de ella. Los buques de guerra rusos también amenazaron la costa, pero el Kremlin parecía decidido a reclamar Odesa sin arruinar la ciudad. Demasiado valiosa.
Como las cosas no salieron como esperaba Moscú, se ha seguido tratando de devastar la región costera y la economía ucraniana, mediante el bloqueo naval de facto de los puertos de Odesa y sus alrededores. Además, al atacar las instalaciones de la ciudad con misiles y drones, Putin quiere destruir la infraestructura que permite a Ucrania, un importante exportador de granos, proporcionar alimentos al mundo, denuncian los de Zelenski, que hablan de "terrorismo".
Los tres puertos que rodean Odesa son los más grandes de Ucrania e incluyen el único puerto de aguas profundas del país. Antes de la invasión, alrededor del 70% de las importaciones y exportaciones totales de Ucrania se realizaban por mar, y casi dos tercios de ese comercio se movía a través de los puertos de Odesa. Ahora no hay acuerdo y su sometimiento es una manera ideal para Putin de forzar nuevas condiciones que le beneficien más.
El precio es no poder ni mirar el mar en paz.