Los horrores de las torturas de Abu Ghraib explicados a quien no sabe ni dónde está Abu Ghraib
Se cumplen 20 años de la invasión de Irak por EEUU y vuelven a memoria la barbarie contra presos locales, en un alto porcentaje civiles inocentes. El argumento de la superioridad moral quedó sepultado entre ahogamientos y abusos sexuales.
Dice el artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes". Sin embargo, hay gobiernos y regímenes que los aplican sin sonrojo o, como mucho, escudándose en que la imposición de estos castigos puede salvar vidas de inocentes. No vale. Es una excusa "para hacer valer el poder por medio de un comportamiento deshumanizador", afirma la ONU.
Partiendo de esa certeza, de que bajo ningún concepto puede aplicarse la tortura, se entiende el asco con el que el mundo descubrió en 2004 que Estados Unidos, la mayor democracia del mundo, la estaba ejerciendo en Irak, el país de Oriente Medio que había invadido un año antes. La administración de George W. Bush entró en busca de las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, un dictador con cero escrúpulos pero que no, no tenía esas armas, nunca las tuvo. Nunca hubo pruebas, pero la ofensiva se empezó igual.
La ocupación trajo consigo sus habituales juegos sucios, como las detenciones arbitrarias de iraquíes, personas culpables y también inocentes que fueron arrestadas, llevadas a cárceles y sometidas a todo tipo de abusos: a veces en busca de información, otras por venganza y rabia y otras, por aburrimiento.
Este 2023, cuando se cumplen 20 años de aquella invasión, vienen a la memoria sobre todo las torturas de la prisión de Abu Ghraib, a 30 kilómetros de Bagdad, la capital. Montañas de iraquíes desnudos, con capuchas, manos y pies atados y sangrantes, amontonados en posturas sexuales; hombres arrastrados por el suelo con una correa; presos horrorizados ante un perro al que azuzan para atacar; personas rebozadas en excrementos, cables para dar descartas eléctricas, ropas de saco hirientes. Y risas y mofas y actitudes chulescas de los soldados norteamericanos que aplican esa tortura, sin piedad.
Este es un repaso de lo que pasó y de cómo estamos hoy, cuando ninguno de los supervivientes inocentes que pasaron por allí han recibido indemnización alguna, como ha desvelado un informe de Human Rights Watch (HRW) de finales de septiembre. Para saber o para o olvidar.
Los hechos
Los abusos Abu Ghraib se iniciaron poco después de la victoria de los norteamericanos en Irak, en la primavera de 2003. Fueron llevados a cabo por el personal de la Compañía 372 de la Policía Militar de EEUU, agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y contratistas militares involucrados en la ocupación, en la misma prisión donde Hussein ya maltrató a sus propios presos políticos.
La investigación criminal sobre lo ocurrido fue llevada a cabo por el Ejército en enero del 2004, a raíz de la denuncia anónima efectuada por el sargento Joseph Darby y una vez que varios medios se hicieron con material gráfico que daba cuenta de lo que allí estaba sucediendo. Eran clarísimas: personal de EEUU estaba sometiendo a torturas, violaciones y abusos a los prisioneros. El trabajo del programa 60 Minutos (CBS) y del periodista Seymur M. Hersh en la revista The New Yorker destaparon el horror.
De inmediato, se generó un enorme escándalo político. En unos días, Washington perdió para siempre el argumento de su superioridad moral en el conflicto, que remató la constatación de que el origen de la guerra fue una mentira. El daño a su credibilidad e imagen, y también a la de sus aliados -porque miembros de otras fuerzas internacionales también fueron denunciados por abusos, como en el caso de Reino Unido- afectó a sus operaciones militares en Irak y extendió la idea de que para EEUU el mundo árabe no merecía más que violencia y desprecio. El antiamericanismo ganó enteros.
Los de Bush se defendieron argumentando que los abusos eran resultado de acciones independientes y aisladas de personal de bajo rango, por más que los testimonios posteriores hayan dado cuenta de una cadena de mando y de unas actuaciones sistemáticas. Se mandaba desde arriba, se aplicaba por costumbre, todos lo sabían. Donald Rumsfeld, el entonces secretario de Defensa, fue el más directamente señalado, pero también George Tenet -director de la CIA- y, más arriba, el vicepresidente Dick Cheney y el propio presidente, el republicano Bush hijo.
El Departamento de Defensa acabó expulsando, al final, a 17 soldados y oficiales del servicio y siete soldados fueron acusados formalmente de abandono del servicio, maltrato, asalto agravado y lesiones personales. Entre mayo del 2004 y septiembre del 2005, siete uniformados -siempre de los escalafones inferiores- fueron condenados en una corte marcial y sentenciados a prisión, rebajados de rango y dados de baja del servicio en forma deshonrosa.
Dos soldados de los que aparecían claramente en las fotografías, el especialista Charles Graner y su novia Lynndie England fueron sentenciados a 10 y tres años de prisión, respectivamente, en juicios que concluyeron en 2005. La comandante de la prisión, la brigadier general Janis Karpinski, fue rebajada de su rango a coronel ese mismo año.
Son las consecuencias del llamado Informe Taguba, redactado por el general del mismo apellido, Antonio Taguba, en mayo de 2004. En él se hacía la lista de todos los abusos, lesiones, presiones, excesos, torturas y violaciones experimentados por los presos iraquíes en Abu Ghraib y otros centros de detención de Irak, donde también se repetían estos delitos. Estos son los hechos constatados, a cada cual más brutal:
- Dar puñetazos, cachetadas y patear a los detenidos; saltar sobre sus pies desnudos.
- Grabar en vídeo y fotografiar prisioneros desnudos, tanto hombres como mujeres.
- Forzar a los prisioneros a desempeñar posiciones de acto sexual y fotografiarlos.
- Desnudar detenidos a la fuerza y mantenerlos desnudos durante varios días.
- Forzar a hombres desnudos a usar ropa interior femenina.
- Forzar a los detenidos a masturbarse para fotografiarlos y grabarlos.
- Amontonar a los prisioneros desnudos y saltar sobre ellos.
- Poner de pie sobre cajones a prisioneros, con un bozal sobre su cabeza y amarrar cables eléctricos a los dedos de los pies y manos y al pene para amenazar con tortura eléctrica.
- Colocar un collar y correa de perro a un detenido desnudo y mientras lo 'pasea' una mujer soldado.
- Violación de una mujer detenida por un Policía Militar.
- Sacar fotografías de prisioneros muertos en posición de celebración.
- Romper luces químicas sobre los detenidos y echar líquido fosfórico sobre los prisioneros.
- Regar con agua fría a los detenidos desnudos.
- Golpear a los detenidos con escobas y sillas.
- Amenazar a los detenidos con una violación.
- Permitir a guardias militares coser las heridas de un detenido, herido después de ser arrojado contra la pared de su celda.
- Sodomizar detenidos con luces químicas y palos de escobas.
- Usar perros militares sin bozales para intimidar a los prisioneros, en una ocasión el prisionero fue mordido y gravemente herido por el perro.
Hay otros informes que a lo largo del tiempo han ido corroborando ese relato de horror, ajenos al Gobierno estadounidense. Por ejemplo, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) desveló que entre el 70 y el 890% de los detenidos por la coalición internacional desplegada en Irak en 2003 fueron arrestados por error. Eran inocentes y no había información que sonsacarles ni delito que pagar. Habla expresamente de su "indefensión" por la dureza de los interrogatorios, el uso de munición real o bombas de sonido, chorros de agua a presión o agresiones sexuales, casos que elevaron convenientemente a George W. Bush, sin que se moviera un dedo.
"Está muy claro que, con base en nuestras investigaciones, no podemos concluir que lo ocurrido en Abu Ghraib sean actos aislados de individuos de las fuerzas de coalición", indicó en su momento Jan Piper, el portavoz de la organización, quien ya alertó de las consecuencias psicológicas y físicas de aquel maltrato, que hoy ratifican los supervivientes. De "increíblemente profundas" las califica HRW, cuyos expertos han presenciado, durante una ronda de entrevistas en Bagdad, cómo algunos expresos se autolesionaban aún ahora, mordiéndose manos y muñecas.
La administración de esa cárcel fue entregada a las autoridades locales en 2006 y ocho años más tarde fue cerrada, aunque fue abierta, restaurada, en 2009.
La versión de EEUU
En el año 2004, al calor de la polémica y un año después de que se cometieran las torturas, el presidente Bush pidió disculpas públicas por la "humillación sufrida por los prisioneros iraquíes". Sin embargo, insistió en el argumento de que los abusos eran incidentes aislados y no el reflejo del ejército estadounidense en general. Usó una expresión para la historia: fue cosa de "unas pocas manzanas podridas".
Durante meses, su administración trató de negar los hechos y sólo hablaba eufemísticamente de "técnicas de interrogatorio mejorada", torturas que en realidad no sólo se aplicaron en Irak sino en Afganistán y en la base norteamericana de Guantánamo (Cuba), puntos centrales de detención en la llamada "guerra contra el terrorismo" iniciada tras los ataques terroristas del 11-S. Esos "lugares negros de la CIA" en el mundo, como los llama HRW.
Esta organización, en sendos informes en 2005 y 2011, expuso reiteradamente que había "pruebas" que justificaban la investigación de Bush y de toda su plana mayor militar, de inteligencia y de contratación de mercenarios por las órdenes dadas en estas prisiones. Ni aquella ni ninguna otra administración posterior ha tratado de esclarecer en público lo ocurrido. Tampoco hay constancia de condenados o siquiera procesados por dar órdenes, cuando los soldados condenados han insistido en que la cadena de mando actuó en estos casos.
En total, la División de Investigación de la Fuerzas Armadas de EEUU abrieron hasta 506 investigaciones sobre torturas en Irak, según los documentos oficiales consultados por HRW. Hasta 97 soldados fueron sancionados, sólo 11 acabaron ante un consejo de guerra y apenas nueve de ellos fueron condenados. La mayoría, vio sus penas luego recortadas a la mitad por buen comportamiento, aunque ahora aseguran que son unos "apestados de la sociedad" por cumplir órdenes y que no encuentran ni trabajo.
Ratifican que trabajaban en un ambiente en el que este tipo de actos estaba aceptado y por eso hay quien no se arrepiente, como Lynndie England, la soldado que arrastraba a un hombre con una correa o posaba con su novio ante presos encapuchados. "Sí, esto tiene que hacerse. Haz lo que sea que te digan", recordó que le decían, en una entrevista a la BBC.
Explicó que "había una cadena de mando que respetar" y ella no quiso cuestionarla y que el mensaje generalizado es que "comparado con lo que ellos hacían" a los norteamericanos "aquello no era nada". A su entender, si esas torturas "ayudan a conseguir información" no están mal y tampoco fueron exclusivas de Irak, "esto sucede en EEUU todo el tiempo". La condenaron a tres años y salió a la mitad. Frente a ella, casos como el del soldado Jeremy Sivits, que tomaron las fotos y luego ayudaron a difundirlas.
¿Cambió algo Abu Ghraib en el comportamiento de EEUU en sus misiones? Alguna cosa. Se aprobó una Ley de Tratamiento de Detenidos que veta los "tratos o castigos crueles, inhumanos o degradantes" tanto en personas detenidas en suelo norteamericano como en el exterior, sean nacionales o extranjeros. Barak Obama, como presidente, anuló en 2009 los memorandos que permitían la tortura, una de sus promesas de campaña. Y más recientemente, el año pasado, el Pentágono publicó una hoja de ruta para reducir los daños causados a civiles en operaciones externas, que no cuenta con indemnizaciones para casos pasados como el que nos ocupa, pese a que en ocasiones perdura el daño y la mutilación o los problemas de salud mental y hasta el estigma.
Los testimonios
En una petición de investigaciones independientes sobre crímenes de guerra de tortura en Irak lanzada en 2004 por Amnistía Internacional se pueden leer testimonios de algunos de los presos. Son los que siguen:
Khreisan Khalis Aballey, de 39 años, fue detenido en su domicilio en Bagdad el 30 de abril de 2003 junto con su padre, de 80 años. Aparentemente, las fuerzas de la coalición buscaban a ‘Izzat al-Duri, alto cargo del Partido Baas. Khreisan Aballey insistió en que no conocía su paradero. Durante su interrogatorio en el centro de detención del aeropuerto de Bagdad lo obligaron a permanecer de pie o de rodillas de cara a la pared siete días y medio, encapuchado y con las manos fuertemente atadas con cintas de plástico. Además, colocaron una luz brillante junto a su capucha mientras hacían sonar música distorsionada. Durante todo este periodo fue privado de sueño y en algunos momentos perdió el conocimiento. Según su testimonio, un soldado estadounidense le dio un pisotón y le arrancó una uña del pie. Las rodillas le sangraban debido al tiempo que permaneció arrodillado, por lo que estuvo casi siempre de pie. Cuando, después de siete días y medio, le dijeron que iba a ser puesto en libertad y que podía sentarse, una de las piernas se le había hinchado hasta alcanzar el tamaño de una pelota de fútbol. Siguió detenido dos días más, aparentemente para que mejorase su estado de salud, y fue puesto en libertad el 8 de mayo de 2003.
Abdallah Khudhran al-Shamran, ciudadano de Arabia Saudí, denunció tras ser puesto en libertad que lo habían sometido a descargas eléctricas. A principios de abril de 2003, un grupo de soldados estadounidenses e iraquíes lo detuvo en al-Rutba junto con otras seis personas de diferentes nacionalidades, cuando se dirigía desde Siria a Bagdad. Una vez detenidos, les vendaron los ojos y les ataron las manos a la espalda y los obligaron a caminar durante tres horas. Abdallah al-Shamran dijo que, al llegar a un lugar desconocido, le dieron palizas y descargas eléctricas. También denunció que lo habían colgado de las piernas y que le ataron el pene, y que le privaron de sueño haciéndole oír constantemente música a gran volumen. Las autoridades responsables de la detención lo acusaron de "terrorista".
Shakir, taxista de 30 años de Basora, fue detenido junto con un amigo por soldados británicos el 10 de abril de 2003. Shakir iba desarmado, pero su amigo llevaba un arma. Shakir denunció que los soldados británicos le pegaron en la boca y le rompieron un diente. Cuando estaba en el suelo, cinco soldados lo sometieron a una paliza de casi 10 minutos en la que le propinaron puntapiés y también usaron sus rifles para golpearlo. Shakir y su amigo fueron llevados al Club Sur, en al-Tahsiniya, cerca de al-Saymar. Según su testimonio: "Me pusieron una capucha y me ataron las manos a la espalda, de vez en cuando venían uno o dos soldados y me daban puntapiés, eso duró toda la noche. Cuando pedí agua, me pegaron, y aunque sangraba por la boca no me llevaron al baño a lavarme." Al día siguiente lo trasladaron al hospital, donde fue examinado por médicos militares británicos. Después de cuatro días en el hospital fue llevado al centro de detención de la coalición en Um Qasr, donde según dijo lo trataron bien.
Baha Dawud al-Maliki protagoniza un caso bien documentado de muerte en custodia. La noche del 14 de septiembre de 2003, los soldados británicos lo detuvieron en Basora junto a otros siete trabajadores iraquíes de un hotel. Según los informes, los soldados propinaron una paliza brutal a los ocho. Tres días después, entregaron al padre de Baha el cuerpo de su hijo, lleno magulladuras y cubierto de sangre. Otro detenido, Kefah Taha, ingresó en un hospital en estado crítico, con insuficiencia renal y graves magulladuras.
Sin justicia
EEUU sin asumir responsabilidades políticas, unos pocos soldados con laxas penas de cárcel... y las víctimas hasta sin indemnizar. Como desvela HRW en su informe del mes pasado, no hay ni una sola prueba de que se haya pagado nada y que no existe ninguna ruta por la que presentar denuncian que den lugar a una pequeña reparación por lo pasado, cuando se han dado casos de presos, por ejemplo en Guantánamo, que ahora no pueden ni tener un juicio justo porque mentalmente ya no se sostienen. "Se nos rompió nuestra psique", resume Ali al Qaisi, uno de los presos con mayor exposición, el hombre bajo la capucha de la foto que abre este reportaje, que ahora vive en Alemania.
Open Democracy añade que el gasto militar de EEUU en la guerra de Irak fue de entre 50.000 y 300.000 millones de dólares (la diferencia en la horquilla se debe al secreto de muchas de las cuantías), mientras que sólo ha encontrado un caso en el que se le pagaron 1.000 dólares a un iraquí encarcelado. Una enorme diferencia.
Sólo ha avanzado hasta ahora una denuncia contra una firma de contratistas, CACI, que se dedicaba a interrogar a los prisioneros y a ofrecer traducciones. El juicio podría estar próximo porque en julio pasado fue desestimado su recurso, y ya van 18. Las cuantías de las indemnizaciones podrían superar en este caso los cinco millones de dólares.
La tortura, además, sigue resonando en la política norteamericana en boca de gente como Donald Trump, quien en 2016, en campaña electoral, defendió aplicar más torturas a los sospechos de terrorismo. Se mostró partidario no sólo de restablecer la tortura por ahogamiento simulado a sospechosos de terrorismo si llegaba a la Casa Blanca, sino de aplicar tácticas "mucho peores". "Restablecería el waterboarding (ahogamiento simulado) y un infierno mucho peor que eso", prometió Trump. Fue una de las técnicas vetadas por Obama, su antecesor.
Es verdad que el magnate dijo más tarde que aquello fue una mala idea, pero también que lo había lanzado en un debate con otros candidatos republicanos que lo apoyaron, gente que hoy sigue en el partido como senadores y congresistas.
Abu Ghraib se ha ido borrando de la memoria, pese a la impunidad y al miedo a la repetición. "Porque eso es lo que representa Abu Ghraib: la posibilidad de cometer un error y regresar al uso de la crueldad", como avisó y avisa Alberto Mora, el que fue jefe del Departamento Legal de la Armanda durante el Gobierno de Bush. La historia, que se repite.