La victoria sin poder del PP trastoca los planes de mando de la derecha europea
El líder del PPE, el alemán Manfred Weber, confiaba en Alberto Núñez Feijóo para anotarse un 'grande' en economía y población y tener más peso tras las elecciones comunitarias de 2024. En su empeño, no tenía reparos en ir de la mano de Vox.
No sólo en el 13 de la madrileña calle Génova se esperaba con ansia, el pasado domingo, la victoria del Partido Popular. Mucho más lejos, en Bruselas, también se mordían las uñas en el cuartel general del Partido Popular Europeo, la familia comunitaria a la que pertenecen los de Alberto Núñez Feijóo. Lo que ocurriera en España era esencial para el futuro del grupo conservador, para sus apuestas y su poder. Como todo hace indicar que no habrá Gobierno azul ni sumando con la ultraderecha de Vox, la decepción es notable.
Se le han torcido los planes al presidente del PPE, el alemán de la CDU Manfred Weber, en un triple plano. Por un lado, quería ganar España para tener al menos el timón en uno de los países top 5 por población y por economía de Europa y lograr así un reequilibrio de fuerzas en el continente, cuando están en horas bajas.
Por otro, anhelaba conquistar un grande porque eso le ayudaría a imponer su parecer el año que viene, cuando en junio se celebren elecciones europeas y llegue luego el reparto de los grandes puestos comunitarios, que dependen entre otras cosas del peso de cada familia política en los Estados y el número de europeos sobre los que gobiernan.
Y finalmente, viendo que era muy difícil que el PP gobernase en solitario, que iba a necesitar alianzas con la derecha, Weber se tomaba este acercamiento como útil para, a su vez, aproximar al PPE al Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), en el que se incluyen los de Santiago Abascal, que aglutina a la derecha más escorada y a quienes quiere incluir al menos en parte en su propio grupo para ganar espacio.
Revitalización 'interruptus'
Cuando Weber llegó al liderazgo del PPE en enero de 2022 -única candidatura, 89% de apoyos- se puso como metas detener el declive de sus formaciones, con la vista puesta en las elecciones del próximo año. Quería mantener "un papel central" en Europa y "restablecer la confianza" de los electores, que habían perdido en países como España. Hablaba de "revitalización" meses después de que los conservadores perdieran Alemania (el socialdemócrata Olaf Scholz es canciller en una alianza con liberales y verdes, enterrando la era Angela Merkel), antes de que Los Republicanos de Francia no pasaran en primavera ni el corte de la primera vuelta de las presidenciales (en las que se impuso el liberal Emmanuel Macron) y nueve meses antes de que Forza Italia no pasara de tercera fuerza en Italia (y se conformara con ser muleta de la ultra Giorgia Meloni).
Su esperanza estaba puesta, pues, en elecciones más recientes, como la española (ganada pero perdida), la griega (donde sí se impuso en junio Kyriakos Mitsotakis) o a checa (tampoco superada). En Suecia y en Finlandia, los conservadores han logrado gobernar con alianzas con la ultraderecha a las que el alemán no ha puesto peros. Con eso aún no logra volver a ser "la familia política más fuerte y el partido más fuerte", que era su anhelo. Como cita clave le quedan las elecciones polacas de otoño, donde la pelea sí es directamente con la derecha extrema de Ley y Justicia, que entre otros tiene acosados a los colaboradores locales del PPE.
Actualmente, hay partidos del PPE gestionando Croacia, Grecia, Suecia, Irlanda, Austria, Finlandia, Letonia, Lituania y Rumanía. En muchos casos, en coalición. Son nueve, que no son pocos en tiempos en los que el bipartidismo está estancado y crecen los populismos y los nacionalismos, también los liberalismos, pero no son suficientes para apuntalar su plan.
Weber reconocía, al llegar, que esos extremos había que combatirlos "de manera muy democrática" con los "valores" de los conservadores y para eso había que diferenciar su discurso. Con el paso de los meses, no obstante, ha acelerado su acercamiento a los Conservadores y Liberales, un grupo con 62 diputados (el PPE tiene 187, es el grupo mayor). El más claro es a los Hermanos de Italia, de Meloni. Hasta el propio Feijóo, en una entrevista con el diario italiano Corriere della Sera, dijo en campaña que sus relaciones con la primera ministra ultraderechista esperaba que fueran "correctas y fructíferas" si vencía. "Creo que la señora Meloni podrá tener mayores contactos con el Partido Popular Europeo en el futuro", añadió, no por casualidad. "¿Sería entonces deseable para la UE que Meloni se uniera al PPE?", le preguntan, y el gallego responde: "Indudablemente".
Weber no sólo tantea a los italianos para ganar cuerpo, sino que hay cierto trato con el partido BBB o Movimiento Campesino-Ciudadano de Países Bajos, que en marzo arrasó en los comicios provinciales, y el Partido Democrático Cívico de la República Checa, cuyo líder, Petr Fiala, es ahora primer ministro.
Estos pasos tienen dividido al Partido Popular Europeo. Hay muchas sensibilidades dentro del PPE, de la derecha centrista a la más religiosa, más liberal o más ecologista. Por ejemplo, Los Republicanos galos (que no mandan pero tienen un enorme peso en el grupo, al que han aportado líderes históricos) se han acercado en la Asamblea a Macron, aunque sea puntualmente, precisamente para no dar más espacio a la ultra Marine Le Pen, aplicando un cordón sanitario indestructible hasta ahora, y puede poner reparos a abrir las puertas a formaciones radicalizadas. En Polonia, Donald Tusk, que fue presidente del Consejo europeo y del PPE, es uno de los que más claramente se posiciona contra la ultraderecha, porque la tiene en casa y le hace daño. Sabe de sus consecuencias y lidiar con él no será sencillo, pero tampoco es fácil pelear contra Weber, jefe del PPE y también presidente del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, doble poder.
La pelea por los cargos
En Bruselas se plantea este debate como duro, uno de los que marcarán seguro los próximos meses en la burbuja comunitaria. La pelea entre los que se duelen de que el PPE haya perdido centralidad y los que insisten en que debe inclinarse para recuperar espacio, los que le quitan hierro y dicen que ya hubo un pequeño escándalo cuando se abrazó a Silvio Berlusconi y los que creen que no hay comparación posible. El diario El País sostiene que sólo hay dos líneas rojas que Weber quiere que cumplan sus posibles nuevos aliados: tienen que apoyar a Ucrania por la invasión rusa y no tienen que mostrarse euroescépticos en público.
Entre quienes no parecen en sintonía con Weber está su compatriota y compañera de partido, la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, a quien le reprocha hasta su cercanía al presidente español, el socialista Pedro Sánchez, que es visible y comentada en cada encuentro. La presidenta se ve demasiado socialdemócrata a ojos de su colega, cada vez que defiende los servicios públicos o la lucha ambiental en términos en los que la derecha suele ser menos entusiasta, mientras que Weber prefiere hablar de aborto y de inmigración.
Más allá de las ideas y las políticas, aquí hay rencillas internas: Von der Leyen fue la candidata a la presidencia de la CE muy al final de las negociaciones de los cargos, un nombre que logró el consenso después de que precisamente el de Weber fuera rechazado. Su radicalismo jugó en su contra. Por eso se entiende que ahora el presidente del PPE quiera el máximo poder y apoyo para las negociaciones que llegarán el año que viene, y que se esperan como siempre a cara de perro.
El reparto de estos puestos de cabeza está también del empeño que Weber tenía en la victoria del PP. La idea era ganar mucho peso porque España es la cuarta economía de Europa y también la cuarta en número de habitantes, dos factores que la convierten en una nación jugosa a la hora de tener mando en las instituciones europeas. Cuando pasen las elecciones comunitarias, entre los meses de junio y julio, deberán pactarse todos los altos cargos europeos, como el presidente de la Comisión Europea (luego vendrán sus comisarios, a modo de ministros por llamarlo de alguna manera), del Consejo, del Parlamento y el Alto Representante para la Política Exterior comunitaria. Y hay un protocolo para ese reparto, no es aleatorio. Ahí está el nudo.
Para proceder a esas elecciones, hay que respetar varios criterios. El más obvio, claro, es el reparto de fuerzas que dejen los comicios en el Europarlamento. A eso se añade la necesidad de que haya un equilibrio geográfico, para que ninguno de los veintisiete socios se quede descolgado. Y luego viene lo más peliagudo: el peso de las familias políticas en el Consejo europeo, donde se dan cita los jefes de Gobierno de los aliados. Cuantos más países gobierne la derecha, más peso tendrá para decidir.
Y uno más: para presidir la Comisión se añade la condición de que el nombre del elegido ha de contar con el respaldo de 15 de los 27 estados (mayoría cualificada se llama) pero que representen al menos al 65% de la población europea. Si un país de mucho tamaño, como España, se planta ante un nombre, no sale adelante, tiene capacidad de bloqueo aunque enfrente haya una mayoría de países. Con Sánchez en La Moncloa las cosas se le pueden complicar a Weber.
Por eso se entiende mejor su estrategia, lanzando acusaciones hasta a Von der Leyen sobre su postura respecto a la protección de Doñana, o la de sus próximos, como Monika Hohlmeier, alemana, presidenta de la Comisión de Control del Parlamento Europeo. Es quien ha ayudado al PP español a preparar el terreno de cara a las elecciones en la Eurocámara, presentando presuntas sobre el reparto de fondos europeos o la ley del sí es sí y que hasta llegó a poner en duda que el Gobierno de España apoyase claramente a Ucrania, por la postura antibelicista de Unidas Podemos.
Pese a todo, visto el retroceso de Vox, hasta la derecha de Bruselas está tratando de arrogarse ahora el mérito. Thanasis Bakolas, secretario general del Partido Popular Europeo, dijo a POLITICO que todo ha sido "por la campaña centrista, moderada, inclusiva y responsable de Feijóo que Vox se achicó, no por la campaña de miedo de Sánchez". En los próximos meses tendrán que aclararse.