La Revolución de los Claveles portuguesa explicada a los jóvenes y a los olvidadizos

La Revolución de los Claveles portuguesa explicada a los jóvenes y a los olvidadizos

Este 25 de abril, el país vecino recuerda que hace 50 años se levantó en paz, sin sangre, contra la dictadura más vieja de Europa. El pueblo, liderado por sus capitanes, derrocó a Caetano y llevó la democracia a sus instituciones. 

Un grupo de soldados portugueses descansan, con sus claveles y sus fusiles, en una calle de Lisboa, el 25 de abril de 1974.Jean-Claude FRANCOLON / Gamma-Rapho via Getty Images

António, Otelo, Vasco, Melo y sus compañeros de uniforme idearon el plan. Manuel pulsó el play en la radio y dio la señal de acción. Celeste, la camarera, entregó las flores que taparon los cañones. Fue cosa de todos. Portugal lo hizo. Los portugueses se levantaron el 25 de abril de 1974 y pusieron fin, de forma pacífica, a la dictadura fascista más antigua de Europa. 

La Revolución de los Claveles cumple 50 años y sigue siendo hoy una de las mayores lecciones de la historia en cuanto a lucha popular y defensa de la democracia, por su limpieza y su éxito. Hay que recordarla por el valor que tiene en sí misma y porque ahora sorteamos abismos profundos: los conflictos del mundo, el autoritarismo, los iliberales, la ultraderecha o la propaganda amenazan al Estado de derecho. Aquellas flores son la bandera de que otro mundo es posible. 

De dónde vino

Portugal, abril del 74. En el régimen manda Marcelo Caetano, el sucesor -mucho menos carismático y poderoso- de António de Oliveira Salazar, quien había impuesto la dictadura 48 años antes. Un país en blanco y negro: desde el poder se contentaba a la burguesía, la industria y la banca, mientras que la clase trabajadora estaba aplastada en las fábricas y el campo. La disidencia se pagaba con la muerte, la cárcel o el exilio. La inquisitorial policía secreta, la PIDE, se encargaba de que nadie levantase la cabeza ni la voz. 

Por ese flanco, el escenario era similar al de la vecina España, bajo el yugo de Francisco Franco. Sin embargo, en Portugal se añadían problemas muy serios en las colonias, de Cabo Verde a Guinea Bissau, de Mozambique a Macao, pasando por Santo Tomé y Príncipe y Angola. El levantamiento de movimientos guerrilleros estaba complicando la vida al régimen, el ansia de independencia y soberanía había saltado a la calle y los enfrentamientos entre ciudadanos y fuerzas del orden -lusas, de la metrópoli- eran constantes. 

El modelo económico del Gobierno, basado en la autarquía y en la exportación de materias primas procedentes de las colonias, o convertía en plenamente dependiente de lo que allí pasara. La crisis era doble: de legitimidad y de dinero, con miles y miles de portugueses teniendo que marcharse (a Estados Unidos, a Centroeuropa) como emigrantes para tener una vida mejor, esto es, pan y libertad. El cansancio popular era mucho, pero las ataduras impedían hasta el grito. Sublevarse parecía impensable hasta el día antes de que fuera verdad. 

  Un grupo de portugueses besa a un soldado, que lleva un clavel en su fusil, el 25-A.Jean-Claude FRANCOLON / Gamma-Rapho via Getty Images

Así se forjó la revolución

En ese contexto, se forjó el Movimento das Forças Armadas, el Movimiento de las Fuerzas Armadas o MFA. Se trataba de una corriente en el seno de los Ejércitos lusos de uniformados que tenían claro que el camino correcto era el fin de la dictadura, la conquista de la democracia. En un momento en el que el mundo vivía golpes y asonadas protagonizadas por militares, los portugueses demostraron que un soldado no tiene por qué hacer pinochetadas, que los tópicos hacen mucho daño. 

En septiembre de 1973, concretaron sus acciones con una reunión en Viana del Alentejo en la que se creó una coordinadora, que nadie conoce como tal sino como "el Movimiento de los Capitanes". No había sólo una cabeza visible, sino varias, porque variadas eran las sensibilidades que se unían en este grupo, con la meta común de acabar con la dictadura. Entre sus líderes, nombres para la historia: Otelo Saraiva de Carvalho, Vitor Alves, Vasco Lourenço, Vascon Gonsalvez, Melo Antunes o António de Spínola, que acabaría siendo presidente del país. 

Juntos elaboraron un programa ideal, una hoja de ruta que planteaba el fin del dictador Caetano y su equipo y el inicio de una transición en paz hacia la democracia. Sus líneas maestras eran progresistas, abogaba por mejoras para la clase trabajadora, por recortar las desigualdades, por acabar con el analfabetismo, por la independencia de las colonias... todo, conquistado por la vía de elecciones libre y acompañado de conquistas de derechos básicos como el de expresión, el de asociación o el de reunión. Un Ejecutivo de transición debía parir todo eso. Y lo hizo. 

Antes del 25-A, se intentó dar un golpe contra la dictadura en marzo de 1974. Un grupo de oficiales se levantó en Caldas de la Reina, pero su plan fracasó, entre otras cosas, por su escasa planificación y unidad de acción. Vinieron entonces dos certezas: la primera, la de los traslados, las detenciones y las palizas de la policía fascista a los participantes en la intentona, con la presión sobre los opositores redoblada en el Ejército y fuera de él. La segunda, que aunque había fracasado había que volver a internarlo porque la causa lo merecía. "Teníamos la ambición de una sociedad más justa", explica a EFE el coronel Vasco Lourenço.

Aquellos capitanes, hoy ancianos y con más estrellas, explican en todas las entrevistas de este aniversario que tenían clarísimo que no había posibilidad de una salida hablada con el régimen, que por las buenas no se podía conseguir nada con ellos, y que una guerra intestina, civil, estaba descartada por el lado de los que mandaban y por el lado de los sometidos. Quedaba el golpe. 

Plazas llenas de manifestantes por la democracia en Lisboa, el 25 de abril de 1974.Jean-Claude FRANCOLON / Gamma-Rapho via Getty Images

La ejecución

Los militares tuvieron reuniones tan secretas como frenéticas en los días previos al levantamiento -para todo lo que quieras saber, acude a Abril es un país: Los heroísmos desconocidos de la Revolución de los Claveles (Tusquets), de Tereixa Constenla- . Había que coordinarse bien, que ir a una, que prever cómo reaccionar si, por ejemplo, la franquista España ayudaba a Lisboa en virtud del Pacto Ibérico entre ambos estados. La policía y su espionaje no detectaron nada, cómo los cuarteles y unidades se pusieron en alerta, cómo se dieron las consignas, tan frágiles como simbólicas. 

A las 22:55 de la noche del día 24, sonó en Emisoras Asociadas de Lisboa la canción E despois do adeus, de Paulo de Carvalho. Había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión unos días atrás, quedando en última posición. Era el "preparados y el listos". El "ya" vino a las 00:20 horas, cuando Manuel Tomaz, un técnico de sonido de Radio Renascença, emitió Grândola, Vila Morena, de Zeca Afonso. Se leyó su primera estrofa -"Grândola, Vila Morena. Tierra de fraternidad. El pueblo es quien más ordena. Dentro de ti, ciudad"- y se oyó la música. Así supieron los militares que los preparativos habían ido bien y que la revolución estaba en marcha. 

La canción fue más que una canción, desde entonces es la revolución en cada nota. La eligió el capitán Carlos de Almada Contreiras, pero no fue su primera opción. Fue un descarte, porque él quería Venham mais Cinco, del mismo cantante, pero estaba vetada. Entrevistado también por EFE, se quita mérito y confiesa que la idea de da la bajada de bandera por la radio la copió de un libro que hablaba de Chile y su democracia. 

Grandola sonó y los militares empezaron a ocupar los puntos estratégicos del país, con órdenes dadas desde un puesto de mando establecido por el mayor Saraiva de Carvalho en el cuartel del Pontón en Lisboa. En las horas siguientes, el Gobierno se derrumbó. A partir de las 01:00 horas del 25 de abril, las guarniciones de las principales ciudades (Porto, Santarém, Faro, Braga, Viana do Castelo) decidieron seguir las órdenes del MFA, ocuparon aeropuertos y aeródromos, y tomaron las instalaciones de gobierno civiles. De hecho, fuera de Lisboa la situación discurrió con sorprendente calma, y a lo largo de la madrugada las autoridades legítimas del país perdieron el control del país sin resistencia ignorando totalmente la situación real del país.

Los militares salen, con sus vehículos, con sus armas, pero tranquilamente, sin ruido. Muchos portugueses no supieron de su levantamiento hasta que amaneció. Los demócratas y los fascistas hacían un mismo llamamiento a los portugueses: quédense en casa, no salgan, esperen. Pero aquella no era una revolución en uniforme, solamente. Los ciudadanos estaban deseosos de romper las esposas del régimen y comenzaron a salir en oleadas. Las imágenes de hace cinco décadas los muestran bajando y subiendo cuestas, por ejemplo, en Lisboa, con las manos desnudas o, como mucho, con banderas del país. Eso y sus voces y sus ideas y sus sueños.

Comenzaron a encontrarse con los soldados, civiles bajo el uniforme, y a aplaudir su acción, a animarlos, a jalearlos. Las masas tomaron las calles sin incidentes, pero con esperanza. Y poco a poco, un símbolo se fue extendiendo: el clavel encarnado que iban luciendo los militares en sus solapas, cascos y fusiles y que ha acabado bautizando a su levantamiento. 

¿De dónde venían esas flores? De Celeste Martins Caeiro, una camarera,  madre soltera de la capital. Se levantó temprano y se fue a trabajar en su restaurante, pero el jefe le dijo que no abrían por lo que estaba pasando. Ese 25 de abril iban a celebrar el primer aniversario del local y habían comprado claveles para agasajar a los clientes y, como no se iban a dar, el jefe les dijo a los empleados que se los llevaran y que a casa pronto, a taparse. 

Celeste, que confiesa que tiene alma de activista, no le hizo caso y se fue a ver lo que estaba pasando. Se encontró en la plaza de Rossio a unos soldados encima de un tanque y uno le pidió un cigarro. Hablaron y ella le regaló una flor. El rebelde la colocó en su fusil, que no quería disparar. Sus compañeros pidieron más claveles e imitaron el gesto. Y así fue corriendo de plaza en plaza. Lo demás es historia. 

Un soldado portugués lee el periódico que narra su propia revolución en la Plaza de Rossio de Lisboa, el 27 de abril del 74.Henri Bureau / Sygma / Corbis / VCG via Getty Images

Las consecuencias

El presidente del Gobierno, Marcelo Caetano, y el resto de su gabinete, incapaces de contener la situación, se refugiaron en el cuartel del barrio del Carmo, en Lisboa, que fue cercado por el MFA, apoyado por una multitud de manifestantes. En sus comunicados declaran tener bajo control todo el país. Cada vez estaba más cerca un cambio político.

A la dictadura le dieron un ultimátum: a las 14:30 horas debía dimitir el presidente y entregarle el poder antes de las 16:00 horas de ese mismo día 25. Caetano, tras febriles contactos con sus ministros y aliados, cede. No tenía apoyos significativos en el Ejército, la inmensa mayoría de las Fuerzas Armadas estaban con la revolución y los pocos cargos sueltos que no lo estaban carecían de poder. Los que más se resistían eran los miembros de la policía secreta, pero solos, poco podían hacer. 

Marcelo Caetano se rindió ante el general Antonio de Spínola, uno de los jefes del MFA, que acudió al Cuartel del Carmo para recibir la rendición del presidente. Hasta en esto tuvieron cuidado los militares: en vez de forzar al dictador a entregar el poder ante cualquier otro de de los mandos sublevados, más izquierdistas, considerados más anárquicos, le dieron la opción de elegir ante quién deponer su mando. Spínola era, se suponía, más templado y ante él dio el paso, como dijo más tarde, "para evitar que el poder cayera en la calle". Aún así, hablamos de un militar que en enero de aquel año ocupaba el cargo de vicejefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y que en marzo había sido degradado por haber expuesto sus ideas anticoloniales en un artículo. 

Tras el acto, tenso pero sin incidentes, fue sacado con los que habían sido sus ministros en medio de la multitud en las calles, que reclamaban su marcha pero no atacaban, no agredían. Horas después, con la mediación de EEUU y varias potencias europeas, Caetano y sus exministros fueron autorizados por el nuevo Gobierno revolucionario a volar hasta las islas Azores, desde donde partieron al exilio hacia Brasil. 

Por la tarde del día 25, el Ejército ya tenía en el mando al nuevo presidente en funciones, Antonio de Spínola. Se produjeron algunos arrestos, sin resistencia, pero en jornadas posteriores estos altos mandos del Ejecutivo y funcionarios afines tuvieron el camino libre para irse vía España o Brasil, sin agresión alguna. Los últimos cuarteles afines a la dictadura acabaron bajando los brazos. No hubo tampoco razzias en este flanco. Fueron pocos los militares que decidieron no aceptar la legitimidad del nuevo gabinete. 

Al final, se produjeron cuatro muertos y decenas de heridos. Las víctimas mortales lo fueron por los disparos de algunos agentes de la PIDE, la policía política, que se negaban a reconocer el fin de la dictadura. Poco, para un escenario en el que se temía que cualquier chispa transformase el levantamiento en un baño de sangre. 

Los primeros pasos

Poco a poco, Portugal es como una flor que se abre desde aquel día: se liberan los presos políticos y se constituye una Junta de Salvación Nacional presidida por el general Spínola. Se pide el retorno de los exiliados políticos y así retornan los líderes de las partidos socialista, Mario Soares (que luego fue primer ministro y presidenre), y comunista, Alvaro Cunhal (que se convirtió en diputado). Se crea un Gobierno provisional, tal y como fijaba la hora de ruta de los militares, y se le encomienda que convoque elecciones libres para una asamblea constituyente.

Mario Soares en Lisboa, aclamado en las calles.Jean-Claude FRANCOLON / Gamma-Rapho via Getty Images

Todo pasa muy rápido en un país que borbotea, repleto de nueva energía. Es en junio cuando Spínola asume la presidencia de la República y se crea un Gobierno con miembros que iban del socialismo a la derecha moderada, del comunismo a los independientes. En paralelo, los obreros se organizan mejor y se producen ocupaciones de fincas en el sur del país, una oleada izquierdista que causaría divisiones en el seno del Gobierno recién estrenado  también en las MFA.

Fue duro el pulso entre los sectores más izquierdistas y los moderados, saldado finalmente con la victoria de estos últimos. No es que todo fueran rosas -o claveles- una vez que los fascistas salieron de escena. Uno de los grandes méritos de la revolución fue la capacidad que tuvo para unir fuerzas por un bien superior, pero no sin complicaciones. 

Hasta golpistas: Spínola dimitió y luego se fugó en helicóptero (primero a España, luego a Brasil) tras una fallido asonada, el 28 de septiembre de 1974. Ante esa crisis, el presidente apeló a una "mayoría silenciosa" para que se movilizase contra la radicalización política que se vivía. Se le señaló por intentar otro golpe, el 11 de marzo de 1975. Al final, quedó totalmente apartado del poder en Portugal y su poder se difuminó. Sentimientos encontrados en el país por su papel en el inicio y en la evolución de la revolución. Francisco da Costa Gomes le tomó el testigo. 

El brigadier Jaime Silvério Marques, el general Antonio de Spinola y el capitán de Marina José Pinheiro de Azevedo, el 26 de abril de 1974 en Lisboa.Jean-Claude FRANCOLON / Gamma-Rapho via Getty Images

El 25 de abril de 1975, al año del levantamiento pacífico, se realizaron las primeras elecciones libres después de 50 años para elegir la asamblea constituyente formada por Partido Socialista 116, PPD 81, PC 30, CDS 17. MPD-COE 4, UDP 1, se estableció una democracia parlamentaria de corte occidental. La constitución de 1976 confirmó el rumbo democrático de la nación, con un aire progresista pero moderado. 

Durante los siguientes años se suceden cinco gobiernos provisionales de diferentes radicalidades, con fuertes enfrentamientos, en los que se iban dando pasos hacia el nuevo Portugal: construcción del Servicio Nacional de Salud y del sistema educativo actual, nacionalización de la banca colonial y buena parte de la industria, tierras de latifundios repartidas, mejoras en derechos laborales, sustitución de las fuerzas de seguridad de la dictadura por cuerpos democráticos... En lo económico, se siguió la senda marcada por Spínola, llevando adelante un programa según las directrices -y con la ayuda técnica y económica- del Fondo Monetario Internacional (FMI). Se aplicó un plan de ajuste, que duró algo más de una década, que llevó a un tiempo de vacas flacas que evidenciaron que nadie está a salvo de las crisis. 

Pero el país nuevo, comprometido con el exterior, estaba en marcha: en 1977, presentó en la Unión Europea su petición de membrería y en 1986, a la par de España, se convertía en miembro de pleno derecho del club comunitario. Hasta hoy. Todo es fruto de la operación mejor organizada y ejecutada por las Fuerzas Armadas lusas en su historia, al menos reciente, avalada por sindicalistas, obreros, agricultores y estudiantes, y que trajo democracia, que será imperfecta, pero siempre, siempre es mejor que una dictadura. 

El Portugal de hoy

En 2023, la cifra del PIB en Portugal fue de 265.503 millones de euros, con lo se ha convertido es la economía número 49 de 196 países. El valor absoluto del PIB nacional creció 23.162 millones respecto al año previo. El salario mínimo es de 820 euros al mes, mientras que el medio es de 1.505 brutos mensuales, según datos oficiales de 2023. En el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, logra 0,866 puntos, un notable alto. 

En marzo celebró elecciones, sin alteraciones en el proceso democrático más que consolidado. De hecho, fueron unos comicios adelantados porque el ya exprimer ministro Antonio Costa dimitió al estallarle un caso de supuesta corrupción que, a posteriori, ha dejado claro que en nada afectaba al socialista. En las urnas ha acabado ganando el derechista Luis Montenegro, se ha producido un cambio en el Ejecutivo. 

Luis Montenegro, primer ministro conservador, y Pedro Nuno Santos, líder socialista de la oposición, conversando en el Parlamento luso.TIAGO PETINGA / EPA / EFE

La ultraderecha de Chega se ha convertido en tercera fuerza, recordando ese pasado que los capitanes de abril convirtieron en historia. Aún así, ha quedado claro tras estas cinco décadas que es posible vivir de otra manera, que la utopía democrática era el camino, y hasta la derecha ha preferido gobernar en minoría antes de aliarse con estos herederos del pasado. Hay un 50% de ciudadanos que insisten en que la dictadura fue negativa, aunque uno de cada cinco no lo ve así, según un sondeo del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa y el Instituto Universitario de Lisboa.

Hoy a nuestros vecinos les preocupa la vivienda, la corrupción, los salarios y la sanidad. Y es que se están dando pasos atrás: según datos de Eurostat, la productividad por trabajador en Portugal es un 28% inferior a la media de los países de la eurozona. Desde hace al menos 10 años, Portugal se sitúa a la cola de la productividad en la zona de la moneda única. En seis años ha sido superado por los tres países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), y en el contexto de la Unión Europea por Croacia, Rumanía y Polonia. El PIB per cápita del país sigue estando por debajo de la media europea. Ocupa el puesto número 18 entre los Estados miembros de la UE, dos puestos más que el año anterior y superando a Polonia y Estonia. Sin embargo, sigue estando un 17% por detrás de la media de la UE.

Con cinco décadas de vida democrática y 38 años en la Unión Europea, el país también tendrá que replantearse su participación en el proyecto comunitario, y reducir su dependencia del dinero europeo, ya que la previsible ampliación del bloque a Ucrania y los Balcanes Occidentales supondrá una reducción de los fondos disponibles para la política de cohesión. 

A pesar de los picos y los valles, los portugueses se sienten bien con su sistema. El sondeo anteriormente citado sostiene también que el 57 % de los encuestados están satisfechos con la democracia, mientras que el 31 % se declara poco satisfecho y el 10 % nada. Una gran mayoría, el 86 %, cree que Portugal es hoy una democracia con defectos, sólo el 8 % opina que es una democracia plena y el 4 % que no es una democracia. También más del 80 % se enorgullece de la forma en que se hizo la transición a la democracia en el país. La Revolución del 74, dice el 65% es el hito más importante de la historia de Portugal, un dato que crece cada año. 

Por eso este jueves es día de fiesta y se esperan importantes concentraciones en todo el país. Hay que poner en valor lo que son 50 años de democracia conquistada a base de claveles.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.