La misión más infame de la Segunda Guerra Mundial: la trampa mortal de EEUU en una isla fantasma
Un episodio histórico marcado por el miedo, la paranoia y los errores humanos.
En los anales de la historia bélica, hay episodios que desafían la lógica y la razón. Uno de estos relatos se teje en las gélidas Islas Aleutianas, un archipiélago olvidado en el confín del Pacífico. Allí, durante la Segunda Guerra Mundial, se desencadenó una operación que desafió todo sentido común: la toma de una isla desierta, donde no había absolutamente nadie.
La isla en cuestión era Attu, un pedazo de tierra inhóspita y abandonada. Pero la operación se convirtió en una trampa mortal para cientos de los 35.000 soldados que desembarcaron. Las fuerzas aliadas -primero EEUU y más tarde sumándose Canadá-, a pesar de la ausencia de enemigos visibles, sufrieron una pérdida de 90 hombres, a los que hubo que sumar 221 heridos.
¿Cómo es posible que una isla deshabitada se convirtiera en un campo de batalla tan sangriento? La respuesta yace en la brutalidad del terreno y las condiciones climáticas extremas. Los soldados lucharon contra el viento helado, la niebla densa y la tierra traicionera. Cada paso era una lucha contra la naturaleza misma, y cada bala disparada resonaba como un eco en el vacío. Así lo recoge el medio Xataka en un amplio reportaje.
330 toneladas de proyectiles lanzados el primer día... contra la nada
Los informes de la época hablan de héroes anónimos que se enfrentaron al abismo con valentía inquebrantable. Los cañones retumbaron en la soledad de Attu y solo en la primera jornada se lanzaron 330 toneladas de proyectiles. A estas habría que sumar después 424 toneladas de bombas de la fuerza aérea.
Comenzaron así unas jornadas en las que cundió la paranoia y hubo bajas de fuego amigo, al confundirse las tropas aliadas con las de Japón. Pero también fallos de previsión y análisis del terreno. Por ejemplo, el 18 de agosto, murieron 70 marineros cuando el destructor Amner Read chocó contra una mina.
Finalmente, las fuerzas aliadas lograron recuperar Attu, pero a un alto costo humano. La isla fantasma se había cobrado su tributo, y los nombres de los caídos quedaron grabados en la memoria de aquellos que sobrevivieron. Hasta que la zona fue declarada como lugar seguro el 24 de agosto, es decir, tomada y libre de fuerzas niponas, no se conoció qué había pasado realmente.
El 28 de julio, aprovechando una densa niebla, las embarcaciones y destructores de Japón habían recogido a todas las tropas de la base y las habían trasladado a las islas Kuriles al haber dado por perdido el enclave antes de la llegada de EEUU y Canadá.
Así, la operación en Attu se convirtió en un recordatorio sombrío de que la guerra no siempre sigue las reglas de la lógica. A veces, incluso en la soledad de una isla desierta, la muerte acecha en cada rincón en forma de paranoia.