Los iraquíes ni olvidan ni perdonan veinte años después de la invasión: "Lo destruyeron todo"
Los ciudadanos, que ansiaban el cambio y confiaron en la ayuda exterior contra Sadam, ahora no puede olvidar, ni mucho menos perdonar.
“Deseábamos que la invasión supusiera un cambio, que fuéramos de mal a bien. Pero no lo fue. Lo destruyeron todo, destruyeron nuestras vidas”, dice Hafsa, una iraquí de 45 años que aún solloza al recordar cómo el caos que desató la ocupación estadounidense de Irak se llevó a su hermano y dejó a su país en ruinas. Veinte años después no puede olvidar, ni mucho menos perdonar.
Cientos de miles de muertos y un país por reconstruir es el “legado” que dejó la invasión, lamenta a EFE esta iraquí desde la calle Al Mutannabi de Bagdad, una librería al aire libre a orillas del río Tigris que antaño fue el centro de la cultura de todo Oriente Medio.
La historia más reciente de Irak también se encuentra en esta calle, que en 2007 fue escenario de un atentado con un coche bomba que segó la vida de una treintena de personas, un doloroso recuerdo que ahora queda oculto tras las obras de renovación a las que se sometió la vía hace poco más de un año.
“Mira esta calle. Cómo lo voy a olvidar”, se pregunta Hafsa, que asevera que "la invasión aún está en la mente de todos los iraquíes”.
El caos
A pesar de todas las atrocidades que cometió el régimen de Sadam Husein, a día de hoy una “mayoría silenciosa” añora los tiempos de la dictadura, como apuntan algunos iraquíes consultados por EFE.
“Irak estaba mucho mejor con Sadam, era un país estable”, asegura Ahmed, un iraquí de 67 años que, al igual que millones de sus compatriotas, estuvo en las filas del Ejército de un tirano obsesionado con librar guerras. Pero, al menos, “cobraba un salario digno”.
La invasión supuso también el desmantelamiento completo de las Fuerzas Armadas y de gran parte de la administración pública de Irak, y dejó a millones de personas sin empleo de la noche a la mañana, entre ellas Ahmed, que sirvió durante 32 años en el Ejército iraquí, donde realizaba principalmente tareas administrativas.
Reconoce que con Sadam “no había libertad de expresión”, lo que representa “quizás lo único bueno” de su derrocamiento, pero asegura que la espiral de violencia en la que se sumió el país tras la llegada de la coalición internacional, sumada a la pobreza y al colapso de todo un Estado y de su infraestructura, convirtió a Irak en “polvo”.
“Los norteamericanos me arrebataron toda una vida y no puedo perdonarles nunca por lo que me han hecho a mi y al resto de los iraquíes”, confiesa.
Derrocar o invadir
En el discurso oficial y en los medios de comunicación iraquíes, la diferencia entre el derrocamiento de Sadam Husein y la invasión estadounidense se hace difusa.
Se insiste en dejar claro que hace veinte años un tirano fue derrocado, y no que un Estado fue destruido. Numerosas son las cadenas de televisión y periódicos locales que llaman “liberación” o “cambio” a lo que sucedió el 20 de marzo de 2003.
Sin embargo, los iraquíes de a pie lo tienen claro.
“Derrocar a Sadam sí fue una cosa positiva que hicieron los norteamericanos, pero la invasión no nos hizo ningún bien”, asegura Saleh, un vendedor de frutas de 32 años que trabaja en Ciudad Sadr, el principal bastión en Bagdad del poderoso clérigo chií Muqtada al Sadr, que lideró grandes campañas contra la ocupación estadounidense.
Este arrabal capitalino, que durante la dictadura fue bautizado como Ciudad Sadam, fue escenario de violentos choques entre las tropas estadounidenses y milicias chiíes leales al clérigo durante la invasión.
El propio Saleh perdió a varios de sus primos durante esos enfrentamientos, que se produjeron cuando él tenía apenas 12 años.
“Nunca podré perdonar a las fuerzas de la coalición por lo que le han hecho a Irak. Para cualquier persona que ha perdido a un ser querido, perdonar no es una opción”, asegura el joven.
Desde el mismo suburbio, sentado en una cafetería local, Bassem, de 47 años afirma que en un principio estuvo “agradecido” de que los tiempos de Sadam hubieran llegado a su fin, ya que el dictador arrestó y torturó a varios de sus familiares.
“Pero la invasión no solo derrocó al presidente. Destruyó todo un país y lo tiraron por el abismo del caos”, sentencia.