González Urrutia, el líder improbable
El candidato opositor de Venezuela busca refugio en España después de que la Fiscalía, afín a Maduro, lo citara por cinco supuestos delitos y lanzase una orden de arresto. Él defiende que ganó las elecciones del 28J y que es inocente de los cargos.
Esta es la historia de un líder improbable que lo ha acabado siendo contra todo pronóstico. Se llama Edmundo González Urrutia y compitió la presidencia de Venezuela a Nicolás Maduro el pasado 28 de julio. El líder de la unificada oposición sostiene que ganó esos comicios, que las actas a las que ha podido acceder así lo constatan, pero el Gobierno chavista, apoyado en instituciones afines como el Consejo Nacional Electoral, lo niegan. Desde ese día, este embajador tranquilo, que nunca quiso un cargo público, se ha convertido en el presidente de alma de buena parte de su país. Y lo está pagando.
González Urrutia ha pasado semanas en paradero desconocido, protegido en un lugar secreto. Se protegía porque la Fiscalía venezolana -también cercana al oficialismo- emitió una orden de detención en su contra, tras no comparecer en las tres ocasiones en que ha sido citado por la oficina. Lo acusa de cinco supuestos delitos: "usurpación de funciones", "forjamiento de documento público", "instigación a la desobediencia de leyes", "conspiración", "sabotaje a daños de sistemas y asociación para delinquir". Ahora se sabe que ha abandonado Venezuela para ser acogido en España.
Su abogado, José Vicente Haro, había dicho en estos días que estaba tranquilo y que no tenía intención ni de irse de su país ni de pedir asilo a alguna embajada amiga con sede en Caracas, por más que Maduro dijera que se estaba "preparando para la fuga". Su letrado había sido su voz en estas jornadas, quien había entregado las alegaciones de González para rechazar cualquier acusación y quien había dejado claro que no saldría a ver al fiscal porque no había "garantías institucionales en este momento para su comparecencia". Un compás de espera que, con su marcha, se rompe.
El opositor, de 75 años, sabía dónde se metía al aceptar ser el candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), esa alianza política disidente integrada por sociedad civil, sindicatos, militares retirados, partidos políticos y diputados de la Asamblea Nacional. Una unión como nunca antes se vio en Venezuela.
En las entrevistas previas a su orden de detención, González Urrutia confirmaba que tenía claro que un arresto podía llegar, en un país donde la disidencia se paga con la prisión o el exilio, pero prefería mostrarse "confiado, aunque consciente del gran desafío". Esta misma semana, Human Rights Watch ha confirmado que la represión en Venezuela es "brutal" y que más de 2.400 personas han sido detenidas en las protestas tras las elecciones. Ese es el escenario. Sin embargo, el candidato trataba de eludir esa reflexión. Decía que tras el 28J llegaría el tiempo de la transición, "no de la venganza", la hora "del respeto al adversario, no visto como enemigo", "de la unión por encima de cualquier cosa". "Edmundo, el presidente de todos", fue su lema de campaña.
Ese tiempo, claramente, no ha llegado. Hay "reportes creíbles" de 24 asesinatos por la represión ordenada desde el Palacio de Miraflores, dice HRW, mientras Maduro se enroca en los dictámenes de los entes electorales y judiciales que, en cascada, lo han proclamado ganador. No así la comunidad internacional, que mayoritariamente rechaza su victoria si no la demuestra con las actas por delante. González, el imprevisto, ha tenido que marcharse por lo que pudiera llegar.
Embajador de carrera
Edmundo González Urrutia (La Victoria, Aragua, 29 de agosto de 1949) era, antes de todo este torbellino, un embajador de carrera de toda la vida. Tataranieto del que fuera canciller Wenceslao Urrutia, allá por 1868, dejó su acomodada vida de familia en su ciudad natal para ir a Caracas, a unos 110 kilómetros, a seguir sus pasos. Se licenció en Relaciones Internacionales en la Universidad Central de Venezuela y luego hizo una maestría en la materia en la American University de Washington. Desde entonces, su conexión vital con EEUU es importante. Allí tuvo su primera tarea seria en el mundo diplomático, como primer secretario de la embajada venezolana, en 1978.
A mediados de esos 70, poco antes de la etapa norteamericana, fue destinado a una misión en Ginebra y de ahí atesora una anécdota que lo conecta vivamente con España, más allá de los dos nietos de los cuatro que tiene que viven en nuestro país y de que sea su nuevo destino vital. Entonces fue el encargado de llevar a nuestro país a Felipe González, el líder socialista, que estaba en el exilio por culpa de la dictadura franquista. Lo relató así El diario El País:
"El joven embajador Edmundo González Urrutia fue uno de los responsables del regreso de Felipe González a España, a mediados de los años setenta, en los inicios de la Transición española. Una gestión que coordinó el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, y que González Urrutia recuerda perfectamente: “Estaba en una misión en Ginebra, y el presidente Pérez también, en una visita oficial. En un momento, el canciller Escovar Salom me pide: ‘Pase por este hotel, lo esperará esta persona para que usted la haga abordar el avión presidencial porque se va para su país. Usted lo busca y se lo lleva’. Eso hice: me le presenté, vi quién era. Lo metí por la parte de atrás del avión y lo llevamos a España. Al bajarnos en Barajas, el presidente Pérez le dijo a Adolfo Suárez, en tono de broma: ‘Aquí le traigo un polizón’. Así llevé a Felipe de regreso a su país”.
Siempre ha trabajado en los servicios exteriores de Venezuela. Entre 1981 y 1983, González Urrutia fue primer secretario de la embajada venezolana en El Salvador y entre 1990 y 1991 se hizo cargo del Comité de Coordinación y Planificación Estratégica del Ministerio de Relaciones Exteriores, en Caracas. Su salto como embajador de pleno derecho le llegó en los 90: entre 1991 y 1993 fue el jefe de la legación venezolana en Argelia, con funciones sobre Túnez, para volver (1994 a 1999) a la Dirección General de Política Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores. De esa etapa queda su organización de la Cumbre Iberoamericana de 1997, en Isla Margarita.
El mayor logro de su carrera fue su nombramiento como embajador en Argentina. Allí estuvo entre 1999 y 2002, llegando a permanecer en el cargo incluso varios meses después de golpe de Estado en Venezuela de ese último año, que llevó al timón a Hugo Chávez y contra el que Urrutia se manifestó claramente en contra. Fue el encargado de preparar la primera visita oficial del mandatario a Buenos Aires, "cumpliendo con su obligación". El chavismo, en sus primeros tiempos, mantuvo a los profesionales en el mundo diplomático, pero hoy están todos sustituidos por afines a Maduro, tengan la formación y la trayectoria que tengan.
González, que en su etapa argentina también fue determinante en los trabajos para la entrada de Venezuela en Mercosur, aguantó en el sistema funcionarial hasta 2006.
Su papel opositor
Tras salir de las legaciones, González Urrutia ha sido profesor y escritor, pariendo biografías de figuras importantes del país y estudios sobre política exterior. Su trabajo ahora se lee sobre todo en el Grupo de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, del que es director suplente. También es coordinador del Grupo de Trabajo Seguimiento del Sistema Internacional, colaborando con renombrados abogados y políticos de Venezuela, y ha sido miembro del consejo de redacción del diario El Nacional.
Aunque su perfil político siempre ha sido bajo, por elección propia, no ocurre lo mismo con lo ideológico. Desde el principio, ha sido opositor al chavismo y ha participado en numerosas formaciones y plataformas disidentes. Comenzó a formar parte de Mesa de la Unidad Democrática (MUD), germen de la actual coalición, desde sus inicios en 2008, convirtiéndose en presidente de su junta directiva, un papel orgánico. En la suma heterodoxa que se ha aliado contra Maduro, defiende posicionamientos de la democracia cristiana. Es, pues conservador, pero nunca trabajó para un partido en concreto, sino por las estructuras comunes de la disidencia.
El pasado abril se convirtió en el candidato a las presidenciales por causas de fuerza mayor. En realidad, es lo que se llama en Venezuela una "tapa", o sea, un repuesto, porque no iba a ser él quien liderase la lista unificada. La elegida, la gran movilizadora del antichavismo, la mujer con más apoyos desde el desdibujado Juan Guaidó, era María Corina Machado. Sin embargo, una inhabilitación judicial imposibilitó que diera el paso. Luego se intentó con otra mujer, la académica Corina Yoris-Villasana, quien no pudo formalizar su postulación por un supuesto fallo informático. Al final, el chavismo determinó quién iba a ser su oponente: González.
En varias entrevistas a la prensa internacional, el diplomático fue sincero y explicó que "nunca, nunca, nunca, nunca" habría pensado en dar el paso a la candidatura. Cuando lo llamaron para decirle que era el elegido, se vio comprometido. Poco antes había dado, in extremis, permiso para que pusieran su nombre en una lista de posibles sustitutos por si, como pasó al final, había problemas con las cabezas de lista ratificadas. "La tapa iba a convertirse en frasco", ha repetido, jocoso, en estos meses.
¿Por qué dijo sí, sabiendo de las posibles consecuencias como las que ahora arrostra? "Esta es mi contribución a la causa democrática. Yo lo hago con desprendimiento, por la unidad", responde bajito, con ese tono monocorde que para unos es aburrido y anodino y, para otros, es prudencia y sencillez.
En este tiempo de campaña, no detalló su programa de Gobierno, su hoja de ruta. Sus comparecencias -habitualmente junto a Machado- tenían promesas básicas como reducir la inflación (ahora mismo en un 64% interanual), mejorar los salarios y restablecer la confianza en las instituciones y la separación de poderes. Afinar es complicado cuando representas a una amalgama de partidos muy distintos, pero con una meta común: sacar a Maduro del Palacio de Miraflores. Si lograba el objetivo, prometía, vendría un tiempo "de diálogo, consenso y realismo". No ahondaba más porque esperaba tener un apoyo popular tan grande que no hubiera quejas de sus medias tintas. Los opositores dicen que lo tuvo: un 70% de votos, según las actas en su poder.
González, el anciano fino que habla cuatro idiomas, no levanta pasiones. Apenas era conocido en el mundo diplomático -ahí, sí, y reconocido con aprecio-, pero poco en el político. Tenía a Machado por delante en cada evento, en cada mitin, ella arrolladora y todo palabras y gestos, él con su imagen de abuelo tranquilo, que lee los discursos y no acaba de coger el ritmo, lento en sus movimientos, de pocas palabras, respuestas de una línea en las entrevistas. "El entusiasmo está en lo que defiende y en que es nuestra llave", resumió una de sus simpatizantes en unas declaraciones a la CNN. El señor de las "tres d", lo llaman: decente, demócrata y defensor de Venezuela.
Aún así, las manifestaciones masivas de estos días lo han convertido en su héroe, más aún ahora que lo persigue a justicia y encara el exilio. Se rescata esa foto viral que publicó la agencia Bloomberg el día de su designación como candidato, rodeado de guacamayas en la terraza de su casa mientras les daba de comer. La imagen de un hombre de edad que podría dedicarse a su esposa, sus dos hijas, sus cuatro nietos, sus libros y sus pájaros, pero que se ha metido en el mayor laberinto de su vida, a los 75 recién cumplidos en agosto. Y que ha tenido que dejar su piso, sus loros, su biblioteca.
A González Urrutia, cuando las complicaciones le llenaban menos la cabeza, le gustaban el tenis, el béisbol y el fútbol (es del Real Madrid), además de las barbacoas familiares y la música, de Céline Dion a The Beatles.
A saber cómo ha pasado las horas de espera, temiendo un arresto que echaría encima de Maduro a gran parte de la comunidad internacional, un paso peligroso también para el presidente, por si incendiaba las calles. Al final ha roto la angustia él mismo con el dolor de la marcha. Queda, flotando, su deseo de campaña: "Quiero una Venezuela distinta, que pueda volver a vivir en paz y en democracia, donde nadie teme ser detenido por sus ideas políticas, donde no existen los presos políticos, donde haya sólo una confrontación de manera natural", pedía. "La unión de todos es una necesidad nacional", repetía. Sus correligionarios respondían con un "Edmundo, pa to el mundo".