Europa vota y pone su alma en juego

Europa vota y pone su alma en juego

La UE afronta las elecciones más trascendentes de su historia por los retos que debe afrontar y los cambios que ponen en peligro sus valores fundacionales, tras 70 años de unidad. La gran duda: si la ultraderecha romperá los pactos tradicionales.

"Usa tu voto", la campaña para animar a la participación en las elecciones europeas, en la sede del Europarlamento en Estrasburgo (Francia).Johannes Simon / Getty Images

Dicen los historiadores que en tres generaciones se olvida todo. ¿También el fascismo, la Segunda Guerra Mundial, hasta el mal absoluto del Holocausto? En la misma semana en la que se conmemora el 80º aniversario del desembarco aliado en Normandía, Europa vota en unas elecciones que vienen marcadas por la angustia, la que genera la posibilidad de que, efectivamente, haya llegado la amnesia y las ultraderechas asciendan tanto que condicionen la vida de 450 millones de europeos. 

Para quien lo olvide, de las instituciones europeas surge casi el 80% de toda la legislación que se aplica en cada uno de los 27 estados miembros, así que quién hace esas leyes influye, obvio. Desde el pasado día 6 y hasta mañana, 9 de junio, los ciudadanos de la Unión Europea deciden quién se queda con los 720 escaños del Parlamento Europeo, condicionando con ello las normas por venir, los altos cargos por decidir, las apuestas comunes. "Cuidad la democracia", reclaman los luchadores por las libertades que protagonizan la campaña oficial, llamando a la participación. 

Hay líneas que aparecen claras en las encuestas y se han mantenido inalterables, con leves altibajos, desde principios de año: la derecha tradicional que representa el Partido Popular Europeo (PPE) se señala como el grupo más votado, como lo es ahora, consolidando una diferencia de 30 puntos o más con el segundo bloque, el de los Socialistas y Demócratas (S&D), que aspira a repetir como segunda fuerza. Al primero, los sondeos le dan entre 173 y 181 escaños; al segundo, de 136 a 146. 

A partir de ahí, el mar de dudas. Hasta ahora, son los liberales centristas de Renew los que tienen el tercer grupo más potente del Europarlamento, pero su puesto peligra seriamente. Dependiendo de las encuestas, pasaría a ser cuarto o incluso quinto, porque se espera un ascenso claro de los dos grupos de derecha radical: Conservadores y Reformistas e Identidad y Democracia. La horquilla que dan las encuestas otorgan entre 76 y 80 eurodiputados para ECR, de 75 a 81 para Renew y entre 65 y 67 para ID. Este último ha estado en cuarta posición durante semanas, pero ha experimentado un retroceso importante en los últimos días, en parte por su propia división interna. 

Actualmente hay siete grupos en el Parlamento Europeo. De los restantes, se esperan unos 41-54 escaños para Los Verdes y otrs 32-41 para la Izquierda Europea. Hay, igualmente, un número de diputados no adscritos a ninguno de estos bloques, no afiliados, que cada vez son más importantes. Por ejemplo, en esta décima legislatura podría acoger al partido del húngaro Viktor Orban, peleado con su PPE anterior y aún sin decidir si se va con fuerzas ultras. 

La incógnita es si la subida de la derecha radical será tan grande como para acabar con el pacto centrista que hasta ahora ha sustentado las instituciones europeas. Populares, socialistas y liberales se han aliado para sacar adelante paquetes legislativos y nombramientos, sin dar ni agua a los ultras. Ahora, sin embargo, y ante el riesgo de que las sumas no salgan, el PPE ha dejado por primera vez la puerta abierta a posibles pactos con la ultraderecha o, al menos, con una parte de ella, el ECR, liderado por la primera ministra italiana Giorgia Meloni, cuya imagen endulza ella misma y edulcoran los demás por si tienen que ir a la mesa de negociaciones. "Dependerá de la composición del Parlamento Europeo y de quién está en cada grupo", es lo que dice la actual presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen.

Las proyecciones más recientes apuntan a que, por poco, no será necesario acudir a esos nuevos socios, a los que el PPE pone unas pocas líneas rojas: que sean proeuropeos, proOTAN y proUcrania. Pero las encuestas, encuestas son y ya es suficientemente serio que al menos el 25% del hemiciclo vaya a estar en manos de partidos de esta naturaleza en un momento de grandes desafíos: las transformaciones tecnológicas y sociales de la UE, las crecientes tensiones geopolíticas, las guerras de Ucrania y Gaza, la emergencia climática, los movimientos migratorios, el estado de derecho, la ampliación de la Unión al este. 

Una mujer vota en las elecciones europeas, el pasado viernes, en un colegio electoral de Dublín (Irlanda).BRYAN MEADE / EPA / EFE

Tradicionalmente, la mirada de la ultraderecha ha sido hipernacionalista y antieuropea, pero su discurso ha virado: no es que ya no quieran Europa, es que quieren estar en Europa para transformarla a su modo, más iliberal, menos solidaria, más excluyente. Ahora casi hay que frotarse los ojos al ver a determinados políticos portando la bandera europea, pero es que hay un plan detrás. Por eso mismo, aunque haya diferencias de matiz grueso entre los dos bloques radicales, no es descartable un acercamiento pragmático, una pinza para tener fuerza en las instituciones, poniendo por delante el cuerpo común que les une. La aprobación del Colegio de Comisarios, los presupuestos o las leyes UE penden de ello si las cuentas no les salen a los demás. 

Los partidos centristas se podrían ver contagiados, además, por estos posicionamientos y adoptar votos más extremos debido a la creciente competencia por la derecha. Eso que obstaculizaría la capacidad del Parlamento para formar coaliciones, porque los progresistas y los liberales se niegan a ir de la mano de los ultras en nada. El PPE puede buscar socios de derecha para su agenda conservadora y ver cómo le salen las cuentas, dinamitando puentes de otro tiempo. ¿Qué puede pasar en posturas más duras contra la inmigración o de refuerzo de la seguridad, en los cuidados del estado de derecho o en limitaciones al libre comercio?

Como escribe Dimitar Bechev, analista del Fondo Carnegie para la Paz Internacional (Carnegie Endowment for International Peace), están por poner las bases para la política europea de la próxima década, y mientras que "los asuntos paneuropeos han subido de nivel", por el coronavirus, la invasión de Ucrania, el Pacto Verde o el de Migración y Asilo, a la vez se ha una "tendencia inversa" a la "deseuropeización", con países como Hungría que se tratan de alejar de la senda de Bruselas, desdeñando la Unión. Una "orbanización" ante la que pide atención, porque puede llevar a una disputa interna en el seno de la Unión, justo cuando hace falta y se camina hacia una integración más profunda.

El proyecto europeo no está en peligro, pero sí sus valores y su alma, los que impregnaban los tratados fundacionales, esos que es tan necesario revisar y a los que no se ha podido hincar el diente en esta novena legislatura que se cierra. Desde las primeras elecciones a la Eurocámara, en 1979, no se había visto una acumulación de desencanto que lleve a poner en tela de juicio lo que parecía inamovible, han caído los cordones sanitarios entre guerras -incluso la primera en suelo europeo en décadas-, postpandemias, inflacciones y falta de respuesta por desgaste y falta de adaptación de los partidos e ideologías de siempre.  

La participación será clave para ese dibujo final de Europa. Ha rondado el 50% en las convocatorias anteriores y ahora podría estar aún por debajo de ese umbral. Miembros como Países Bajos, de los más madrugadores en la cita con las urnas, han dado al menos ya una alegría: ha votado casi un 47 % del electorado, seis puntos más que en 2019 y la cifra más alta desde 1989. Está por ver qué pasa en el resto del club comunitario, porque la necesidad de respaldar a los gestores europeos cuando los desafíos se multiplican no parece que sea la tendencia esperable. 

Lo que está en juego

El Parlamento Europeo se enfrenta a una paradoja al afrontar esta nueva elección directa, única en el resto de instituciones comunitarias: los ciudadanos europeos rara vez han puesto expectativas tan altas sobre lo que la Unión puede o debe lograr y, sin embargo, las elecciones se disputarán principalmente según líneas políticas nacionales. Suele pasar, pero llama la atención que siga pasando con todo lo que hemos vivido en los últimos cinco años, en los que tantas cosas han cambiado, de la compra conjunta de vacunas anticovid a la emisión de deuda conjunta, pasando por una ayuda armada a Ucrania impensable hace dos años. 

Hay mucho común, de todos, que debería haber copado la agenda y no lo ha hecho en esta campaña. Es justo sobre eso sobre lo que se vota, no sobre la esposa del presidente español Pedro Sánchez, el liderazgo débil de Emmanuel Macron en Francia o de Olaf Scholz en Alemania o el atentado del eslovaco Robert Fico.

Las elecciones, visto ese crecimiento de la ultraderecha, tendrán un impacto notable en la respuesta al aumento del retroceso democrático y el daño al Estado de derecho en algunos Estados miembros, como Polonia (en fase de solución) y Hungría y, más recientemente, Grecia y Eslovaquia. El Parlamento Europeo ha sido un actor clave a la hora de presionar a otras instituciones, como la Comisión, para que adopten medidas en la materia. Si había ya desunión ante ciertas medidas correctoras, la entrada de más elementos de ultraderecha complicará aún más el consenso y la acción. A eso se suma que los dos grupos políticos del parlamento más comprometidos y activos en la cuestión del estado de derecho, los Verdes y los liberales, perderán escaños si los sondeos aciertan.

Ahí está también el reto de la seguridad y la defensa. La Política Común de Seguridad y Defensa de la UE es intergubernamental, dirigida por los jefes de Estado y de Gobierno en el Consejo Europeo o por los ministros de Asuntos Exteriores en el Consejo de Asuntos Exteriores. Sin embargo, que la Unión Europea adopte una postura de defensa más ambiciosa dependerá en gran medida de la composición de la próxima comisión y de su presidente, y eso depende del Parlamento, en primera instancia. Von der Leyen ha situado la defensa en el centro de su campaña precisamente por su enorme sensibilidad y porque por sus manos ha pasado la peor crisis de defensa en décadas y sabe de su trascendencia. Es probable que la próxima comisión desempeñe un papel más destacado en asuntos de defensa, potencialmente creando un comisariado de defensa y aumentando significativamente el gasto, posiblemente mediante la emisión de eurobonos de defensa.

Independientemente de sus programas políticos, los responsables de la toma de decisiones en la UE podrían verse obligados a tomar medidas audaces por necesidad y urgencia. Dado que es probable que el reciente paquete de 61.000 millones de dólares de Estados Unidos sea el último de la administración Biden en este año, la Unión tiene un papel fundamental para garantizar que los europeos comprometan el apoyo necesario a Ucrania. Además, la posibilidad de que Donald Trump regrese en noviembre a la Casa Blanca generaría preocupaciones sobre el futuro de la OTAN. La UE, claro, no pretende ni puede reemplazar a la Alianza Atlántica como piedra angular de la seguridad, pero potencialmente puede asumir un papel más importante en ella. Depende de las mayorías que voten los ciudadanos este domingo. 

La presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, reunidos el pasado 9 de mayo en Kiev.Pavlo Bahmut / Ukrinform / Future Publishing via Getty Images

Las elecciones no tendrán tantas consecuencias en el corto plazo para la trayectoria de la economía europea, especialmente porque el crecimiento en la eurozona continúa recuperándose y el marco en el que se mueven los 27 socios es estable, pactado con mucho esfuerzo, viejo. En cambio, el nuevo hemiciclo será crucial para dar forma a varias políticas estratégicas de la UE no para ahora, sino para un futuro medio. Por ejemplo, debe seguir avanzando en transición energética y en políticas climáticas, centrándose en aumentar las interconexiones eléctricas y financiar el Pacto Verde Europeo. También se deben garantizar avances en política industrial y seguridad económica, como tecnología, materias primas críticas, semiconductores, vehículos eléctricos, resiliencia económica y competitividad.

Un Parlamento fragmentado, y sobre todo uno escorado a la derecha, complicará los intentos de europeizar las políticas, aumentar la integración y encontrar formas de proporcionar los bienes públicos europeos necesarios a través de las uniones fiscal, bancaria y energética. Una Unión Europea menos integrada no podrá aprovechar las economías de escala (como lo hacen Estados Unidos o China), lo que se ha identificado como uno de los factores clave detrás del bajo crecimiento de la productividad en Europa.

En paralelo, siempre, las demandas sociales de los ciudadanos, como la erosión del estado de bienestar, la desigualdad, la inclusión, el acceso a la vivienda y la creación de empleos de calidad para trabajadores no universitarios, todo ello en medio de una población que envejece y que complica la financiación de los servicios públicos. 

En política exterior, ha cambiado mucho desde la cita de 2019. La invasión de Ucrania ha llevado a la UE a repensar varios status quo, particularmente en lo que respecta a la ampliación al este, una de sus herramientas clave de política exterior. El Parlamento Europeo, como decíamos al hilo de Ucrania, ejerce una influencia significativa a través de su autoridad presupuestaria (decide la financiación para los países en fase de preadhesión), su papel como colegislador junto al consejo y su poder para aprobar nuevos miembros de la UE.

Un aumento de la representación de extrema derecha, de nuevo, podría complicar la aprobación parlamentaria de los tratados de adhesión, una mayor asistencia financiera para las reformas relacionadas con la ampliación y el énfasis en el Estado de derecho. Los partidos de extrema derecha generalmente se oponen a una mayor ampliación de la UE, considerándola costosa en términos de soberanía nacional, esfuerzos económicos y posibles flujos migratorios "no deseados". 

Todo pasa por las urnas. Primero, por la elección del Parlamento y, después, por su peso en la selección de los top jobs en la Comisión, el Consejo, la diplomacia comunitaria, el Banco Central Europeo... En la rutina de más los ciudadanos de 27 países del viejo continente, al fin y al cabo. Es lo que se juega Europa y nos jugamos todos.